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Ante el dolor de los demás

¿Cómo conciliar el derecho a estar informados con la salvaguarda de nuestra propia sensibilidad? O, dicho de otro modo, ¿cómo conjugar la necesidad que sentimos de estar en el mundo sin perder la capacidad de sentirnos implicados, responsables e impelidos a actuar? Algunas de estas preguntas cruzan Ante el dolor de los demás, uno de los últimos trabajos de la escritora y activista estadounidense Susan Sontag, quien regresa al ensayo, uno de los géneros que con mayor éxito ha cultivado, para hacer lo que todo intelectual, hoy más que nunca, está obligado a realizar: inquietar al lector, remover la crema de sus percepciones e instarlo a pensar.

La fascinación por las imágenes de la guerra no es, como pueda creerse comúnmente, patrimonio de nuestra época. Descubre Sontag en La República de Platón un lejano antecedente de la atracción que provoca en el contemplador el «espectáculo» de los cuerpos mutilados. La genealogía de esta seducción se dilataría por la modernidad. Así, en el siglo XVII Jacques Callot publicará una serie de 18 grabados sobre «las miserias y desgracias de la guerra», representando las atrocidades que cometieron las tropas francesas durante la invasión y ocupación de Lorena en lo que podríamos considerar como un claro precedente de los actuales reportajes fotográficos elaborados por los corresponsales de guerra.

Ya decía Baudelaire, como se encarga de recordar la escritora neoyorquina, que «Todos los periódicos, de la primera a la última línea, no son más que una sarta de horrores». Frase que hoy podríamos hacer extensiva al resto de soportes mediáticos que reproducen imágenes. A resultas de esto, no es difícil ver la fotografía de una serie de cuerpos con el rostro descarnado, recién vomitados del mar tras volcar la embarcación que los contenía en la primera página de un periódico, o tener acceso rápido a todo tipo de material con contenido «real» sobre violaciones, ejecuciones o cualquier abuso susceptible de causar pavor y, por lo tanto, curiosidad, en el espectador. El Mal engancha. El dolor captado a través del visor de la cámara crea adicción. Y el súmmum del delirio voyeur sería ver en nuestra televisión el plano oblicuo grabado por un cámara que resulta asesinado por el protagonista de su encuadre y que se graba a sí mismo en el mismo acto de morir. «¿Hay un antídoto a la perenne seducción de la guerra?», se pregunta la autora.

Como sabiamente llevó a la pantalla un jovencísimo Amenábar en su primera cinta, el ser humano se siente irremediablemente atraído hacia el sufrimiento ajeno. Eso que llamamos morbo no es más que una versión moderna de esa continuamente revocada sentencia que reza que «solo se mueren los otros». Nunca está uno para reconocer lo equivocado que estaba después de muerto. Pero en el otro extremo se abre tal vez la cuestión más acuciante. ¿Estamos saturados ante la reiterativa contemplación que nos infligen los medios de comunicación con los desastres de la guerra? ¿Se encuentran nuestra capacidad de compasión, de indignación y hasta de reacción ante la injusticia en peligro?

Sontag no da una respuesta definitiva. Al fin y al cabo, son las mismas imágenes que nos avisan de que tal o cual dolor se ha producido, requiriendo, por qué no, nuestra ayuda solidaria, las que a fuerza de re-reproducirse, amenazan con volvernos insensibles. De ahí que, como ya manifestó en un libro anterior, apueste por una «ecología de las imágenes» en aras de «mantener plena su capacidad de conmoción».

En un artículo anterior, “El abandono de la palabra”, ya hablábamos de la inflación verbal y me encuentro ahora plañendo en torno a la inflación de las imágenes. Tal vez me repita, aunque también puede que sea verdad que son los nuestros tiempos desmesurados, de carencias sin parangón y de no menos parangonables excedentes. Quién sabe. Al final, ante el dolor de los demás solo nos restan dos posturas. Una: mirar para otro lado. Dos: asumir el esfuerzo de ponerse en el lugar del que sufre. Aunque precisamente, eso es lo que está en juego: nuestro potencial imaginativo, esto es, nuestra capacidad de ser otro.

[5 de febrero de 2004]

Hermesiana

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