Читать книгу Hermesiana - Jose María Matás - Страница 21
ОглавлениеLos cuñados
Lo reconozco. Nunca he sentido erizárseme los vellos al ver ondear la verdiblanca. Ni llevarme instintivamente la mano al corazón al escuchar el Himno de Andalucía.
Será porque era demasiado niño cuando el referéndum del 81. O porque Carlos Cano nunca estuvo entre mis preferidos. O, más posiblemente, porque a mí las banderas y los himnos –si exceptuamos La Marsellesa en una tan irreal y patriotera como mágica secuencia de Casablanca– nunca me han puesto demasiado. Pero estos días sentí, no diré por primera vez, pero sí de una manera muy nítida un legítimo y bobalicón sentimiento de orgullo por ser andaluz.
La culpa la tuvo Saramago, en el primer discurso improvisado de la historia de la entrega de medallas de oro de Andalucía que la Junta otorga cada 28 de febrero. El Premio Nobel de Literatura de 1998 era nombrado en esta ceremonia Hijo Predilecto de la comunidad, y lejos de acometer un discurso grandioso, retórico, rimbombante, tan del gusto de este tipo de actos, explicó su vínculo con Andalucía en primer término a través de su relación, que se extiende durante más de 20 años, con la periodista granadina Pilar del Río (a la sazón traductora de sus obras), demostrando que no hay más ni mejor patria que el cuerpo y el alma del ser al que se ama.
Pero, en segundo plano, un irónico Saramago tuvo palabras de cariño para los hermanos de Pilar, sus cuñados y cuñadas, esos «barbudos» que siempre le trataron con afecto pese a que tenía edad para ser su padre. Es en ese plano del realizador, en el que adivinamos la presencia de sus cuñados y cuñadas emocionados, donde intuimos la esencia de Andalucía. Esa que habita en lo mejor de sus poetas, en el baile de la Yerbabuena, en la música de ese trovador de El Puerto que es Javier Ruibal. Andalucía ─y esta frase haría las delicias de Jesús Quintero─ es los cuñados, esos refugios que han sabido acoger a sus visitantes sin demasiadas preguntas, sin pedir el libro de familia buscando, como los «amantes» de los perros en sus oscuras genealogías, la pureza de sangre de la raza.
Hay un chiste bastante celebrado según el cual los de Bilbao nacen «donde les da la gana». La broma, con todo lo que de simplona generalización pueda tener, pretende subrayar el carácter «muy suyo», inconfundible de los vascos. Pero, en nuestro caso, la imagen funciona en sentido inverso. Andalucía son todos.
Sin más. «Sea por Andalucía libre, España y la Humanidad», cantó Blas Infante, definiendo en una letra que no podían haber escrito otros presuntos padres de presuntas patrias, el espíritu que aún debe guiar nuestros pasos.
Por esta razón, el nacionalismo no puede cuajar en esta tierra. Por eso a los andaluces, pese a su historia de maltratos o quizá por eso mismo, les dan tanta grima aquellos que se llenan la boca de Andalucía, porque intuyen que detrás se esconde simplemente el beneficio propio.
Escuchando a Saramago, ese íntegro portugués, ibérico en segundo lugar, europeo si le da la gana, y universal al fin y al cabo, hablar en nombre de un grupo de personas que simbolizan parte de lo más andaluz y auténtico de esta tierra, es fácil –incluso para un «esaborío» de primera generación como el que suscribe–, sentir el abrazo cordial, la mirada cómplice, anticipar el grito de emoción que representan los cuñados.
«La felicidad es una cosa muy seria. La más seria de las cosas» –dijo el escritor portugués al término de su intervención. Por eso se puede hablar con gesto adusto de cosas serias. Y con rostro sonriente de cosas profundas. Por eso la jovial alusión a las cuñados no fue simplemente un chascarrillo, ni cosa de chirigota.
[1 de marzo de 2007]