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I. LA IRRUPCIÓN DEL COVID-19 EN LA SANIDAD ESPAÑOLA

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La pandemia por el virus SARS-Cov-2 que irrumpió mundialmente a finales del año 2019 y en España a principios de 2020 ha llegado para cambiar nuestras vidas. Es una aseveración que cunde entre comentaristas y la población en general, esa sensación de derrota frente a los cambios que comporta las restricciones y cambios en el estilo de vida que la pandemia mundial ha introducido en nuestras costumbres. Porque estos cambios, positivos o negativos en su observación individual, llegan envueltos en un halo de pesimismo que fuerza a una percepción negativa hacia sus hipotéticas ventajas en algunos casos. Y ello por venir de la mano de una sacudida abismal contra nuestra vida cotidiana y la tranquilidad que ello nos reporta. Algunos de estos cambios, aun aparecidos en este contexto fúnebre y lúgubre, se aventuran como positivos para el sistema de la Seguridad Social tanto desde el punto de vista de su gestión como de su propia protección, en tanto que el avance de la digitalización en nuestro país ha sido fuertemente impulsado por la perentoriedad de dar respuesta a las necesidades de atención a la salud aún bajo la premisa de las dificultades provocadas por la impuesta clausura domiciliaria que tristemente evoca una medida penal como es el arresto o confinamiento domiciliario. En este caso, la imposición de la pena de confinamiento no deriva del ejercicio de autoridad judicial ni penitenciaria alguna, sino de las autoridades sanitarias, habilitadas como mando único en la batalla contra el llamado coronavirus.

La transformación digital que estas circunstancias han arrastrado consigo ha motivado una respuesta coyuntural a un cambio que debía ser estructural y que ha justificado su ejecución casi de manera simultánea, o incluso anticipada, al verdadero diseño de una estructura de atención sanitaria basada en la digitalización, seriamente pensada y sesudamente ejecutada. Aceleración impuesta que también ha traído ciertos aspectos positivos consigo, en tanto ha permitido salvar el primer obstáculo de toda tecnificación de servicios y trabajos: las resistencias personales y ciudadanas a su implantación. Este inesperado giro de guion no solo ha salvado un escalón temporal en su efectiva introducción, sino también el escollo de la resistencia ciudadana, que se ha visto obligada a asumir sobrevenida e ineludiblemente una adaptación que en otras circunstancias habría requerido de un lento y progresivo periodo de acomodación y mentalización.

Y, así, en el campo de la atención sanitaria, se han producido cambios significativos cuya implantación definitiva aún es muy incierta en la era post-COVID, como es el caso de la conversión de la atención presencial en telemática en aquellos tratamientos y asistencia que lo permitan. O la realización de los diversos trámites que la materialización del derecho a la asistencia sanitaria comporta para sus beneficiarios en cuanto a la prestación de aquellos servicios compatibles con dicho modo virtual de prestación. Debe reflexionarse sobre cuáles son los beneficios para los ciudadanos y para la propia gestión del sistema de la seguridad social de estos cambios, no solo en términos económicos, sino de servicio. Y si se encuentran en el camino correcto de lo que debe entenderse por digitalización de la sanidad pública o de la asistencia sanitaria dispensada por el sistema de la seguridad social.

Por otra parte, la crisis sanitaria motivada por la expansión del virus SARS-Cov-2 ha provocado otra serie de efectos sobre la ordenación del sistema sanitario español. No ya únicamente por la urgente actualización de los criterios de priorización de la atención y códigos éticos en situaciones de necesidad como la que vivimos, sino por la reordenación de la propia dispensación de la atención sanitaria y las nuevas prácticas implantadas durante la pandemia, así como las consecuencias derivadas de los sucesivos recortes aplicados por distintos gobiernos autonómicos en la misma. Las comunidades autónomas donde se encuentran las grandes ciudades Madrid y Barcelona son buen ejemplo de ello.

Sin olvidar el severo impacto que sobre los profesionales sanitarios han causado las circunstancias descritas, como se tendrá ocasión de desarrollar en el capítulo dedicado a los riesgos laborales del personal sanitario, sobre los que mucho se ha hablado en términos elogiosos hacia su sacrificio personal y profesional, pero escasa atención ha merecido el efecto sobre su salud, especialmente mental, con destacada repercusión en el terreno de los riesgos psicosociales. En un contexto laboral de destrucción de puestos de trabajo en el sector y de especiales dificultades de carrera profesional, pese a los llamamientos de urgencia que las necesidades de saturación de la atención médica han ido ocasionando en las llamadas sucesivas “olas” de incidencia de la pandemia.

El conjunto resultante de estas alteraciones sobrevenidas conforma un sistema sanitario tocado por la crisis sanitaria de 2020, que puede ya considerarse como la siguiente mayor crisis mundial desde la crisis bursátil de 2008. Y esta nueva conformación de los estragos del sistema conviene ser desgranada, como se realizará en los capítulos que siguen, pero también invertida. Se abre el momento de rediseñar, sobre la base de la ya citada transformación digital de la sanidad pública en el conjunto del sistema de la seguridad social, lo que deba ser el sistema sanitario del futuro inmediato, superando los déficits que esta crisis ha puesto de manifiesto.

Pero se impone asimismo la perspectiva de las libertades y los derechos humanos en este análisis. En una época marcada por la pérdida de libertades personales y civiles en toda la órbita mundial, la sensación de la ciudadanía española es la de una cesión temporal de derechos a cambio de la seguridad sanitaria que pretenden lograr las políticas públicas de control y restricción de movimientos y deambulación impuestas por una coyunturalidad que cuenta ya con un año de duración. Esta situación suscita importantes dudas acerca del momento post-pandemia, es decir, ¿se instaurarán algunas de estas restricciones, obedientemente asumidas por los ciudadanos sobre la base del miedo a las consecuencias del virus, de manera permanente? Esta es una tesis que la periodista Naomi Klein ya planteó en su obra La doctrina del shock2, que estudia el binomio libre mercado-política económica en clave de mecanismo de triunfo a partir de la psicología social, tomando como base su aplicación en momentos de situaciones de crisis que alteran la percepción social, como consecuencia de la conmoción de la ciudadanía, y permiten introducir sin resistencias sociales reformas impopulares. La crisis sanitaria mundial, de una gravedad específica en el plano psicológico, es el contexto propicio para forzar reformas restrictivas que en otras épocas serían inadmisibles. El riesgo de consolidación del “tecnototalitarismo”3 es real4 en esta nueva biopolítica, por cuanto normaliza cambios de signo restrictivo que la tendencia acomodaticia de las personas acaba aceptando por efecto de la inercia de su implantación bajo condiciones de urgencia o grave crisis, lo que facilita su interiorización y normalización, como tránsito a su consolidación social.

La pandemia que vivimos en la actualidad es uno de esos momentos clave en la historia de los pueblos, caracterizado por que los rasgos de control no provienen únicamente de las instituciones o poder del Estado, sino también de los propios ciudadanos. Se trata de un proceso de asimilación del control incluso entre iguales, que avala el de carácter institucional y lo refuerza5, rememorando a Orwell en una suerte de COVID-19846 bajo las coordenadas de la pandemia. Biopolítica e hiperconexión como contexto para la toma del control de lo que algunos creyeron en sus comienzos “epidemia inventada” (Giorgio Agamben7), y, por tanto, la construcción política de una excusa para el control, aunque la evidencia científico-médica posterior hubo de reconducir muchos de estos discursos llamados “negacionistas”. Aunque no es menos cierto que la pandemia de noticias falsas sigue contaminando la opinión pública y enturbiando la visión social sobre el impacto del virus y de la pandemia sanitaria, lo que tampoco resulta nuevo ni extraño en la historia de la humanidad, siendo el más reciente de estos casos la que motivó la falsamente llamada “gripe española” un siglo antes, que incluso acarrea en su propio título el ejemplo paradigmático de las ahora denominadas “fake news” o noticias falsas (puesto que, como es sabido, su origen no fue español, sino únicamente su reconocimiento explícito como pandemia, mientras que la que padecemos pudiera denominarse “gripe china” por su irrupción en Wuhan, si bien la sensatez se ha impuesto en favor de una opción no estigmatizante para la sociedad china).

El “virus ideológico” al que alude Slavoj Žižek en la obra colectiva ya citada Sopa de Wuhan se proyecta justamente en el ámbito de la organización sanitaria a la que se dedicarán los varios cientos de pp. que siguen a continuación. Para el citado autor, se atisba un cambio global de paradigma que obliga a pensar en colectivo y de forma transfronteriza, encarnado en la coordinación global que ya ha protagonizado la Organización Mundial de la Salud, frente a lo que al autor denomina “el galimatías burocrático habitual”. Porque, como bien indica Žižek, estamos inmersos en una guerra médica. El sistema sanitario cobra, pues, una importancia central y capital, que obliga a comandar desde las autoridades sanitarias incluso el control de las libertades públicas. Paradójicamente, en las condiciones creadas por el neoliberalismo8, es decir, los recortes a la salud pública que ahora se pone al frente de esta batalla.

Dentro de este contexto ha cobrado singular relevancia el sistema público sanitario, que se ha revelado como clave en nuestra sociedad. La pandemia mundial ha llegado también para llamar nuestra atención sobre el maltrato que en los tiempos recientes se ha venido infligiendo a la sanidad pública en términos de dotación de recursos, debilitándolo para dar la adecuada respuesta frente a una catástrofe sanitaria como la que vivimos desde comienzos de 2020. Y es una urgente llamada de atención que obliga a reconsiderar no solo esta más reciente deriva, sino incluso los paradigmas en los que se basa la estructura de la sanidad pública y el catálogo de servicios que ofrece, históricamente reforzado en la etapa postconstitucional, pero lenta y parcialmente desmantelado en un proceso invisible que la sociedad española ha percibido con claridad bajo el foco pandémico9. Así pues, este es un momento crucial para reflexionar sobre el sistema sanitario español, su estructura, sus servicios, su dinámica de funcionamiento, el contenido del derecho a la protección sanitaria y a los servicios sanitarios, o incluso las condiciones de trabajo de los profesionales a su servicio. Este es el espíritu que atraviesa las siguientes pp., y que está imbuido por dos factores determinantes que confluyen en este momento histórico: la pandemia por SARS-Cov-2 y el uso de la inteligencia artificial.

Salud y asistencia sanitaria en España en tiempos de pandemia covid-19

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