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Capítulo -8- El robo a la financiera

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Los cuatro llegaron al exclusivo barrio de Puerto Madero, a las cinco de la tarde, como estaba estipulado en el plan, estacionaron en la puerta del moderno edificio y bajaron tranquilamente del vehículo de alta gama. Las personas que circulaban por el lugar, podrían deducir por sus elegantes trajes de color oscuro, los zapatos brillantes, sus barbas tipo candado y sus modernos lentes de sol, que estas personas podrían ser importantes empresarios o gente de negocios… Lo que menos podrían pensar es que ellos venían a perpetrar un robo.

Chávez, que iba adelante, se dirigió directamente a la puerta de entrada, seguido por los otros tres; Alberto que era el último en la fila, llevaba en la mano un bolso de tamaño mediano.

Cuando ingresaron al amplio hall, Chávez observó que no había personas caminando por el lugar, ni esperando los ascensores, el único que estaba detrás del mostrador del recibidor, era el conserje, se dirigió hacia él.

El hombre, al verlos acercarse, les dice con voz amable.

—Lo siento, señores, pero las oficinas ya están cerradas y todo el personal ya se retiró.Lamento que llegaran tarde, recién abren el lunes a partir de las ocho de la mañana, en ese horario podrán encontrar a la persona que buscan.

—¿Me podrías decir, cuál es tu nombre? —le pregunta Chávez.

El conserje lo mira extrañado por la pregunta y responde, poniéndose serio.

—Mi nombre es Omar González… Pero ya les dije que están todas las oficinas cerradas, para lo que tengan que hacer aquí, van a tener que regresar el lunes, a partir de las ocho… Ahora, si les puedo ser útil para otra cosa, estoy a disposición de ustedes.

Chávez se sonríe, mientras saca una pistola, calibre nueve milímetros, lo apunta al conserje, mientras le dice amenazadoramente.

—Claro que nos vas a ser útil, primero decime, ¿Dónde está la máquina, que graba las filmaciones de las cámaras de seguridad del edificio? Y segundo, si te portas bien y haces todo lo que nosotros te decimos, no te va a pasar nada, pero si nos das problemas o te querés hacer el héroe, lamentablemente lo pagarás con tu vida… ¡Vos escoge lo que más te convenga!

Omar, asustado al verse apuntado por semejante arma, tartamudeando responde:

—Qué Qué… Qué… Quédense tranquilos, que yo no voy a decir ni mu… Haré todo lo que ustedes me indiquen, pero por favor no me apunte, a ver si se le escapa un tiro sin querer.

—¡Bueno! Responde la pregunta que te hice. ¿Dónde está la máquina, que registra las cámaras de seguridad?

—Acá, adentro de la conserjería, detrás de una puertita disimulada en la pared, allí está la máquina que buscan.

—Muy bien, viste qué fácil es colaborar… Ahora decime, ¿Cuántas personas hay en la financiera del cuarto piso?

—En la financiera del cuarto piso, hay cinco personas en este momento, pero está cerrada al público, porque están de balance, según me informaron esta mañana.

—¡Bien! Ahora vamos a ir al quinto piso y vos vas a hacer todo lo que yo te diga, si lo haces bien, no te vamos a lastimar y todavía cuando vuelvas a la conserjería, quizás tengas un premio… Pero si cometes un error o te pasas de listo, lamentablemente lo lamentarás… Ahora cerrá la puerta de entrada con llave y dejá la llave puesta en la cerradura y volvé aquí.

El conserje, siguiendo las indicaciones, cierra la puerta con llave y deja la llave puesta en la cerradura y vuelve donde están los delincuentes.

—Listo, muchachos, vamos a hacer lo que vinimos a hacer. —Y dirigiéndose a Omar le indica—: Vamos al quinto piso y acordate todo lo que te dije. —Y con el arma lo empuja hacia adelante.

Los cinco subieron en el ascensor hasta el quinto piso, cuando llegaron, bajaron un piso por la escalera, cuando llegaron al cuarto, Chávez le pregunta a Omar:

—¿Por cuál de las dos puertas te atienden, siempre que venís a traer algo?

—Aunque las dos tienen cámaras de seguridad, que ellos observan desde adentro, siempre me atienden por la primera puerta, la otra es para los clientes.

—¡Bien! Como ya acordamos, nosotros nos pondremos contra la pared y vos toca el timbre y actúa normalmente como te expliqué, cuando abran, nosotros nos encargamos.

Omar toca el timbre y la persona que estaba en el interior se fija en la pantalla y a través del intercomunicador le pregunta:

—¡Sí! ¿Qué necesita?

—Vengo a traerles una encomienda. —Y muestra el bolso que había traído Alberto y que se lo dieron a él, para que lo muestre como una carnada.

Una voz proveniente de la otra oficina pregunta.

—¿Quién es Rossi, el que tocó timbre?

—Es el conserje, viene a traer una encomienda ¿Qué hago? ¿Lo dejo pasar o no?

—¡Sí! Déjalo pasar, recibí la encomienda y que se vaya rápido, que tenemos mucho trabajo que hacer.

Cuando abre la puerta, Chávez empuja con fuerza a Omar y lo tira dentro de la oficina, llevando por delante al desprevenido Rossi, que trastabilla por el impacto y la sorpresa de ver entrar a Chávez y sus compañeros armados e instintivamente levanta las manos, en señal de rendición.

—¿Dónde están los otros? —Pregunta Chávez, mientras lo amenaza con la pistola.

—Están en la otra oficina —Responde Rossi, mientras indica con el dedo índice el lugar.

—Ocúpate de estos dos —Le indica a Alberto a media voz—. Ustedes vengan conmigo. —Y decidido se dirige a la otra oficina, abre con fuerza la puerta y mientras grita—. ¡Quédense quietos! ¡Esto es un asalto!

Los cuatro, que en ese momento estaban contando la montaña de dólares que estaba sobre una mesa y en la que también había una máquina de contar dinero, sorprendidos por la inesperada aparición de los delincuentes, automáticamente levantan las manos y se ponen de pie.

—¿Quién está a cargo del lugar? —Pregunta Chávez, mientras que con el arma va apuntando a todos.

—¡Yo estoy a cargo! —Contesta el que le estaba poniendo las fajas a los billetes contados—. ¿Y ustedes quiénes son?

Chávez lo mira fijo, mientras lo apunta y le pregunta:

—¿Cuál es tu nombre?

—Mi nombre es Martín.

—Bien, Martín, si ustedes colaboran no tendrán ningún problema. —Y levantando la voz, para que lo escuchen de la otra oficina, grita—. ¡Alberto, trae a esas personas para aquí! —Cuando ingresan Rossi y Omar, les indica que se coloquen al lado de los demás, mientras pregunta—. ¿Dónde está el baño?

Martín sorprendido por la pregunta, responde:

—Allá en el fondo.

Dirigiéndose a sus cómplices les dice:

—Pónganles los precintos y enciérrenlos en el baño, así trabajamos tranquilos… Les repito, si se portan bien, no lastimaremos a nadie.

Cuando les estaban poniendo los precintos, con las manos por detrás, Rossi que estaba al lado de Chávez, comienza a gritar:

—¡A mí no me van a atar como ganad…!

No terminó la frase, cuando rápidamente Chávez le pega con una cachiporra en la nuca, haciendo que caiga tan largo era, por lo que dirigiéndose a los demás les dijo:

—Les advertí que si se portaban bien no iba a haber problemas, pero ahora ven que no mentía. Vamos muchachos, enciérrenlos y terminemos lo que vinimos hacer.

Cuando ya estaban todos amontonados, dentro del pequeño baño, Chaves le indica a Alberto.

—Saca las bolsas del bolso de mano y a trabajar. —Mirando a Rossi que seguía tirado en el piso, le pega con la punta del zapato, mientras le dice—. ¡Dale, levántate! Que ya están todos encerrados.

Rossi se incorpora, mira a Chávez y lo increpa:

—Decime, boludo, ¿Era necesario que me pegues tan fuerte? Mira el chichón que me hiciste. —Mientras se señala la zona afectada.

Chávez, largando una carcajada, le responde:

—¡Boludo sos vos! Al pegarte el cachiporrazo delante de ellos y dejarte un hermoso chichón, quedas fuera de cualquier sospecha… Es la coartada perfecta y para ellos sos el héroe que se enfrentó a los asaltantes… ¿Ahora comprendes, boludo?

Rossi, dándose cuenta de lo que le explicaba Chávez, le responde:

—Tenés razón. Disculpa.

Cuando Alberto hizo lo indicado, comenzaron a llenar los cuatro bolsos, con todos los dólares que estaban sobre la mesa, hasta no dejar ninguno, cerraron los bolsos y se prepararon para partir.

Chávez se dirige a Rossi y le indica.

—Cuando nosotros nos vayamos, dejá pasar una hora y los liberas ¡Decime! ¿Dónde está la máquina, que registra lo que graban las cámaras de este lugar?

—Está sobre ese estante en la pared —señala Rossi.

Chávez va hasta la máquina y le retira la memoria, mientras dice:

—¡Bueno! Nos vamos… Pero antes sácame de una duda… ¿De cuánto es el monto que llevamos?

Rossi, bajando la voz lo más posible, le dice:

—Son veinte millones de dólares.

Chávez lanza un silbido de admiración y a continuación le indica.

—¡Nos vamos! Aférrate al plan y pronto nos volveremos a ver, ¡Chau!

Tomaron el ascensor hasta la planta baja, entraron a la conserjería, sacaron la memoria de la máquina, fueron a la puerta de salida, abrieron y se dirigieron hacia donde estaba estacionado el vehículo, colocaron los bolsos en el baúl, subieron tranquilamente y partieron a baja velocidad. Cuando se alejaron doscientos metros del lugar, Chávez oprime un botón debajo del tablero y las dos patentes giran, cambiando de numeración y dirigiéndose a sus compañeros les dice con una gran sonrisa en el rostro:

—¡Gracias a Dios! Todo salió perfecto, sin tener que tirar, ni un solo tiro y sin tener la necesidad de lastimar a nadie… Ahora saquémonos estas barbas ridículas, que ya me está molestando. —Y de un tirón se la arrancó; Acelerando y tomando la autopista, se alejó con rumbo desconocido.

Pasada una hora como lo habían planeado, Rossi abre la puerta del baño y mientras se acaricia el chichón, dice en voz alta:

—Ya pueden salir, cuando me desperté, ya no estaban los delincuentes.

Martín le pregunta preocupado.

—¿Se fueron los hijos de puta?... ¿Te lastimaron mucho? ¿Te duele?

Rossi simulando el dolor de cabeza, responde:

—Sinceramente, lo que más me duele es que nos hayan robado todo el dinero.

—No te preocupes, esos boludos no saben que se metieron con la gente equivocada, ya lo van a lamentar.

Omar observa la cabeza de Rossi y le dice:

—Flor de chichón, ese bulto le va a durar unos cuantos días.

Rossi sonriendo le contesta:

—No te preocupes, para taparlo, me compro un sombrero de Panamá.

—¡Bueno! Yo los dejo, me voy a la conserjería y desde allí llamaré a la policía.

Martín rápidamente lo detiene, para decirle.

—¡No! No llames a la policía, nosotros nos haremos cargo de todo lo que pasó aquí, vos despreocúpate y hace como que no ocurrió nada ¿Entendiste?, Aquí no ocurrió nada.

Omar asombrado por lo que le estaban pidiendo, se encogió de hombros y contestó:

—Como ustedes quieran, a mí me da igual, aparte del susto que me llevé, yo no pierdo nada y ahora me voy para la conserjería. Espero que por hoy, no tenga otro susto. —Abre la puerta y se va a tomar el ascensor, cuando llega a la planta baja, mira hacia todos lados, por las dudas de que estuvieran todavía los delincuentes en el edificio, pero al no ver a nadie, se dirige tranquilo a la conserjería, allí también se fija que no haya ninguna persona escondida, mira la máquina y se da cuenta de que le falta la memoria, entonces se preocupa por lo que le iban a decir cuando se dieran cuenta y por último, fija la vista en un sobre blanco que estaba al lado de la máquina y piensa, esto no estaba anteriormente aquí, ¿Qué será? Lo toma y ve una inscripción que decía en letra de imprenta: “Para Omar”. Este premio es por portarte bien con nosotros. Sorprendido abre el sobre y casi se le salen los ojos de las órbitas, al ver en el interior un fajo de diez mil dólares, que Chávez le había dejado en recompensa; Mira hacia todos lados y rápidamente lo oculta dentro de su camisa y comienza a silbar, como si allí no hubiera pasado nada.

Del poder a la cárcel

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