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Capítulo -11- El distribuidor

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La Morsa estaba sentado en el jardín, leyendo unos documentos, toma un vaso de gaseosa que tenía sobre la mesita ubicada a su lado, bebe un sorbo y lo vuelve a dejar en su lugar, sigue enfrascado en la lectura, cuando le suena el celular, lo saca del bolsillo superior de la camisa, mira quién lo está llamando y contesta.

—¡Sí, Corradi! ¿Qué pasa?

—Disculpe, jefe, que lo moleste, pero tenemos un problema y quiero que usted me indique cómo debo proceder.

—¿Cuál es el problema que tenemos?

—El tema es que la gente a la que le entregamos la mercadería para la distribución, se quedó con una parte de la cocaína y no es solo eso, sino que me enteré que quieren quedarse con el negocio de la efedrina también. Por eso es que quiero saber, ¿Cómo tenemos que actuar?

—Mira Corradi, lo primero que tienen que hacer ustedes, es ir y hacerlos entrar en razón por las buenas, les explican que si no pagan, tendrán que atenerse a las consecuencias y si se meten con el tema de la efedrina, van a tener un problema mayor.

—Lo comprendo, jefe, pero no creo que desistan del negocio que ellos emprendieron con la droguería y la distribución de la droga, a través de ese negocio.

La Morsa se queda un instante pensativo y responde:

—Mira Corradi, ustedes saben cómo tienen que actuar, para que él o ellos devuelvan la cocaína que nos robaron y a su vez, saben cómo hacerlos desistir sobre el tema de la efedrina y su distribución… Por lo tanto, háganse cargo del problema y soluciónenlo como sea, pero quiero que esto quede resuelto lo más rápido posible… Y si se ponen pesados, denles un escarmiento, para que les sirva de ejemplo, tanto a ellos como a los que quieran imitarlos. ¿Comprendido?

—Comprendido, jefe, ahora que tengo sus directivas, actuaré con rigor sobre el problema.

—Así me gusta, que hagas tu trabajo como debe ser… Y ahora te dejo, porque tengo cosas importantes que hacer. —Corta la comunicación y se introduce otra vez en la lectura de los documentos.

Pasan unos minutos y vuelve a sonar el celular, lo toma de arriba de la mesita donde lo había dejado y responde.

—¡Sí! ¿Cómo te va, De Vido? ¿A qué debo el placer de tu llamada?

—¿Cómo te va, Morsa? Te llamaba, porque la señora quiere tener una reunión privada con todo el gabinete y no quiere que falte ninguno de nosotros.

—¿Y no tenés idea, de qué se trata el asunto?

—¡No!, Pero por lo que me dio a entender, debe ser un tema muy importante para tratar… Por ese motivo te aviso, para que no faltes.

—Ahora decime, ¿Cuándo es la reunión y a qué hora?

—Según me confirmó la señora, es mañana por la tarde, en su residencia particular, quiere que sea una reunión íntima, nada más que con sus allegados más directos… Bueno, ya te pasé el parte, así que nos vemos mañana a las dos de la tarde.

—¡Sí! Mañana nos vemos, chau y gracias por el dato. —Deja el celular sobre la mesita y luego de pensar un rato, llama a los gritos—. ¡Pablo! ¡Pablo!

Pablo, que en ese momento estaba charlando con el jardinero, al escuchar la voz de su jefe, dice:

—Disculpa que te deje, pero voy a ver qué precisa el patrón. —Y sale corriendo en dirección hacia donde estaba la Morsa, cuando llega, le pregunta—. Aquí estoy, ¿Qué necesita?

—Te quería avisar que mañana a las dos de la tarde tengo una reunión importante en el centro, por eso te informo que prepares el vehículo y que cualquier persona que quiera comunicarse conmigo en ese horario, lo pases para el día siguiente… Ahora termina con lo que estabas haciendo, que yo me voy a la oficina, a terminar con estos papeles.

—Al vehículo lo tengo siempre preparado para cualquier eventualidad que surja, pero igualmente lo voy a revisar para mayor tranquilidad, en cuanto a los llamados que puedan realizar, quédese tranquilo, que los que sean de importancia para usted, los derivaré para el día siguiente.

La Morsa toma los papeles de la mesita, lo mismo hace con el celular y se dirige a su oficina. Pablo lo ve ingresar al edificio, mira hacia el parque y ve al jardinero podando un rosal y se dirige hacia él, para seguir con la charla interrumpida.

Del poder a la cárcel

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