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Capítulo -2- La mexicaneada
ОглавлениеEn una larga y desértica ruta del sur del país, en un día muy caluroso, una lagartija cruzaba muy apurada la caliente cinta asfáltica. El rugir de un potente motor rompió el silencio del lugar, era de un camión tanque, que llevaba escrito en sus laterales la inscripción Aguas del Glaciar, que a gran velocidad estaba avanzando por la ruta, sin advertir, que casi pisa a la pequeña criatura.
El chofer miraba el tablero electrónico de su vehículo, observando el reloj luminoso y hablando en voz alta, se reprochaba a sí mismo. “¡Qué boludo que soy!… A esta hora ya tendría que estar descargando en el depósito y sacándome este problema de encima… Espero que el forro del encargado y los boludos que lo ayudan, me estén esperando… ¡Si no estoy cagado!”.
Con todos estos pensamientos dándole vueltas en la cabeza, no se percató de que cuatro motos de alta cilindrada, avanzaban a gran velocidad detrás de él y le daban alcance.
Cuando miró por el espejo retrovisor, se dio cuenta, de que ya casi tenía las motos a unos veinte metros del paragolpes trasero, pero lo que lo puso completamente nervioso y alerta, fue ver a los motoqueros con los rostros tapados con pasamontañas y darse cuenta de que algunos estaban armados con pistolas nueve milímetros y otros con ametralladoras, dispuestos a todo.
Percibiendo lo peor para él, aceleró a fondo y el motor de gran potencia, hizo que el vehículo saliera despedido a gran velocidad hacia adelante, dejando momentáneamente a los motociclistas a gran distancia del camión.
Los motociclistas, al ver la maniobra del conductor, aceleraron a fondo y en un instante estuvieron nuevamente a poca distancia del paragolpes trasero, en ese momento se dividieron en dos grupos, unos por la derecha y otros por la izquierda del camión, aceleraron hasta estar a la altura de las puertas del conductor.
El motoquero, que por su forma de actuar parecía el jefe de la banda, apuntando con el arma al camionero, le gritó:
—¡Pará el camión o te pego un tiro!
El chofer, sin inmutarse por la amenaza, le dio más impulso al camión, llevándolo a una velocidad muy peligrosa para semejante vehículo.
El motoquero le volvió a gritar.
—¡Pará el camión o te bajo a tiros! —Y para que no quedaran dudas, disparó su arma contra el vehículo, haciendo saltar en pedazos el espejo retrovisor.
El chofer, viendo lo que había hecho el malhechor y dándose cuenta de que las cosas se ponían pesadas para él, furioso reaccionó dispuesto a vender cara su vida y tomando una decisión con todo el coraje, tomó con fuerza el volante y con determinación comenzó a maniobrar el vehículo, haciéndolo zigzaguear sobre el asfalto, obligando a los de las motos a tirarse a las banquinas del camino, para no ser atropellados.
—¡Qué hijo de puta! —Gritó el que dirigía al grupo—. Pero esta no se la va a llevar de arriba... ¡Vamos, muchachos! Pasemos al plan B.
Y dejando dos motos tiradas sobre el pasto, el jefe se subió detrás de un compañero que ya tenía la moto lista para salir y el otro delincuente hizo lo mismo, con el que manejaba la otra moto. Y salieron a gran velocidad detrás de su presa.
La moto donde iba el jefe, se dirigió por el lado izquierdo del camión y la otra moto tomó por el lado derecho, tanto el jefe como el que iba detrás del que manejaba la otra moto, se pusieron en cuclillas sobre los asientos, cuando se ubicaron a la par de la cabina del vehículo, los dos dando un salto, quedaron parados en los estribos del vehículo, agarrados con una mano de los soportes de los espejos y con la otra tratando de abrir las puertas del camión.
El chofer, tratando desesperadamente de evitar que los delincuentes ingresaran en la cabina, seguía haciendo zigzaguear al vehículo, tratando de tirar a los delincuentes, pero sin suerte.
El jefe de los delincuentes le gritaba, mientras lo amenazaba con el arma.
—¡Pará el camión ya mismo o te vas a arrepentir!
El camionero lo miraba, mientras le respondía a los gritos.
—Los que se van arrepentir son ustedes, si mi jefe se entera que quieren robarle el vehículo, no saben con quiénes se metieron… Van a rogar, no haber hecho, lo que están haciendo.
Al ver que el chofer no tenía ninguna intención de detenerse, el jefe levantó el arma y le pegó un golpe con todas sus fuerzas a la ventanilla, haciéndola saltar en pedazos, ante la sorpresa del chofer, que asustado se pegaba más al asiento, mientras que con un brazo se cubría el rostro, para que las astillas no lo lastimen.
El delincuente pasó la mano a través de la ventanilla rota y le sacó la traba a la puerta y la abrió, le puso el arma en la sien al pobre chofer, mientras le ordenaba que frene. Este, viendo que no podía hacer otra cosa más que obedecer, con resignación detuvo el vehículo, mientras decía.
—Llévense el camión y hagan con él lo que quieran, pero no me hagan nada a mí, que yo no tengo nada que ver… Soy solamente un pobre chofer.
—¡Bájate pelotudo! Ya nos diste demasiado trabajo, así que bájate rápido y quédate de espaldas al costado de la banquina.
El chofer bajó rápido del vehículo y como le pidieron, se dirigió al costado de la banquina y se puso de espaldas al asfalto.
El jefe de los delincuentes lo siguió, mientras le ordenaba:
—¡Ahora arrodíllate!
El chofer obedeció y se arrodilló, mientras inconscientemente comenzaba a rezar por su vida. El delincuente, sin ningún miramiento le pegó un terrible culatazo en la cabeza, produciéndole un corte profundo en el cuero cabelludo, del cual comenzó a brotar un hilo de sangre, dejándolo completamente inconsciente, tendido sobre el pasto.
El jefe se dirigió hacia el camión, mientras le indicaba al otro delincuente.
—¡Dale ruso! Subí de una vez al camión, que nos vamos de aquí. —Y dirigiéndose a los otros dos, que estaban sobre las motos, les indicó—: Ustedes adelántense, que nosotros enseguida los seguimos… Y sáquense los pasamontañas, que el trabajo está terminado y no tenemos que despertar sospechas, por las dudas que nos crucemos con alguna patrulla.
Él también se sacó el pasamontaña y subiéndose al vehículo lo puso en marcha y maniobrando sobre el asfalto, tomó el camino de regreso.