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Capítulo -12- Preparando la redada

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J. C. está en su oficina, preparando los detalles del operativo que tienen que realizar esa tarde, cuando entran tres personas vestidas de traje y lo saludan.

—¿Qué tal, jefe? ¿A qué hora va a comenzar el baile?

—¿Cómo están ustedes? Tomen asiento, que ya les voy a explicar cómo vamos a proceder en este operativo. —Corre un poco las cosas que estaban sobre su escritorio y estira un plano—. Como verán, aquí está marcada la villa La Cava, como saben ustedes o si no la conocen les explico, que esta villa, como casi todas las del conurbano, es un laberinto de calles y pasillos y está habitada por personas de distintas nacionalidades, un cincuenta por ciento de estas personas son gente normal y trabajadora, que tienen sus familias ahí porque no tienen otros medios para salir de ese lugar o porque nacieron allí y se acostumbraron al lugar. Pero la otra mitad de la población son delincuentes comunes o traficantes, que se ocultan y corrompen desde ese lugar y donde saben que están protegidos, porque entre ellos se cuidan de la llegada de la policía o de otra banda que quiera coparles el lugar… Por eso, el operativo que vamos a realizar hoy es sumamente riesgoso… Por lo tanto les digo que, para despistar un poco el panorama, vamos a ir con ropas comunes, como viste cualquier habitante del lugar y de esa forma, pasar lo más desapercibido posible, para poder llegar a la madriguera de esos delincuentes, sin ser delatados.

—¿A qué hora será el operativo señor? —Pregunta un joven alto, llamado Castro.

—Estaremos en la zona, alrededor de las dieciocho horas, observaremos el lugar y luego iremos directamente hacia el sitio indicado por el informante… Una vez que lleguemos, trataremos de tomar a estos maleantes por sorpresa.

Otro de los agentes pregunta:

—Disculpe jefe, ¿Tendremos apoyo logístico o nos mandamos solos?

—Les quiero explicar a los tres, para que lo entiendan… Esta es una operación tipo sorpresa, el juez me pidió estricta reserva sobre el caso. El magistrado tiene miedo de que personal de la comisaría a la cual le corresponde la jurisdicción o gente del gobierno pueda estar comprometido con los delincuentes y les pasen el dato de la operación y se desbarate todo… Por lo tanto, vamos a estar solos en esta patriada… Desde ya les digo que si alguno de ustedes quiere quedarse o no se siente lo suficientemente valiente como para arriesgarse, les digo desde ya, que no tomaré ninguna represalia contra nadie… Lo único que les puedo decir es que, conociéndolos como los conozco, por eso los elegí para este trabajo… Ustedes deciden… Si no buscaré a otros.

Los tres agentes se miraron entre sí, después miraron a Grutner y los tres largaron la carcajada.

J. C. los observa un minuto y les pregunta muy serio:

—¿Se puede saber, a qué se deben estas risas de parte de ustedes?

Castro, que era el más antiguo de los tres y el que más confianza tenía con el inspector, le responde, todavía tentado por la risa.

—¡Pero, jefe!, cómo no nos vamos a reír y disculpe que lo hagamos frente a usted, pero cómo se le ocurrió, que nosotros lo íbamos a dejar ir solo o con otra gente que no fuéramos nosotros, a ese operativo y así poder cubrirle la espalda… Seguro que fue una joda suya, para ver como reaccionábamos, pero quédese tranquilo, que tanto mis compañeros como yo, vamos hasta la muerte con usted.

Grutner, viendo la lealtad de parte de sus subordinados, decidió no desilusionarlos con lo que había planteado y disimulando una sonrisa y una lágrima que casi se le escapa por la mejilla, al ver tanta lealtad por parte de esos muchachos, les dice:

—¡Sí! Tienen razón, les dije esas palabras, solamente para ver qué hacían. Pero desde ya, les doy las gracias por ser tan buenos compañeros. Y ahora, muchachos, vayan a prepararse y vestirse como quedamos… A las cuatro los quiero de vuelta en mi oficina y listos para la acción.

Del poder a la cárcel

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