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Capítulo -4- La quinta del delito

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El conductor del camión se desvió de la ruta, hacia un camino de tierra, por donde hizo quinientos metros dentro de un bosque de pinos, hasta llegar a la entrada de una quinta abandonada, cruzó la tranquera que estaba abierta y siguió el camino, hasta llegar al lugar que fue la casa principal, la cual estaba semidestruida por el paso del tiempo y el abandono del lugar. Los tres motoqueros que lo habían seguido todo el camino se adelantaron, yendo hacia dos enormes galpones, que en otros tiempos habrán sido utilizados para guardar las cosechas o las maquinarias agrícolas.

Los tres rápidamente dejaron las motos a un costado de uno de los galpones y abrieron los portones, dejando el camino libre, para que el cabecilla introduzca el camión dentro del lugar y con la misma rapidez cerraron el galpón.

El jefe del grupo se bajó del vehículo y dirigiéndose a sus hombres les gritó:

—¡Rápido! No perdamos tiempo, comencemos con el trabajo.

Los tres delincuentes, obedeciendo al jefe, rápidamente se subieron al camión tanque y comenzaron abrir las tapas de acceso, a los distintos compartimientos de la carga de agua.

El primero que consiguió abrir la tapa, correspondiente a la cola del tanque, gritó:

—¡Aquí solamente hay agua!

El segundo abrió la tapa del medio, miró dentro del tanque y también gritó:

—¡Aquí también hay agua!

-— ¡No puede ser! — Gritó el jefe—. ¡A ver vos, Facundo! Abrí de una vez esa tapa, a ver qué tenemos.

Facundo, luego de un esfuerzo para abrir la tapa, gritó:

—¡Aquí también hay agua!

El jefe, rascándose la cabeza mientras miraba desilusionado al camión, gritó:

—¡No puede ser!… Si el patrón me dio los datos exactos del vehículo, tiene que ser este… No creo que le hayan pasado mal el dato. —Mientras pensaba, comenzó a caminar alrededor del vehículo, de tanto en tanto se rascaba la cabeza como queriendo ordenar las ideas, cuando había completado la vuelta, se detuvo de golpe, como si una luz le iluminara el cerebro y gritó—: ¡Facundo, toma un palo largo y medí la profundidad del tanque!

Este rápidamente bajó del camión, corrió hacia un costado del galpón donde había un montón de maderas y tomando un palo largo, corrió nuevamente hacia el vehículo, se subió e introdujo la madera hasta tocar el fondo, la retiró y gritó:

—Tiene aproximadamente dos metros de profundidad.

El líder ordenó.

—¡Pásale el palo a Oscar!

Facundo le pasó el palo a su compañero y este repitió la operación y gritó entusiasmado.

—¡Aquí solamente entran unos cuarenta centímetros!

—¡Ya lo suponía, alguna trampa tenía que haber en este asunto!... Dale, José, toma el palo y hace lo mismo.

José introduce el palo en la boca del tanque y dice con tranquilidad: —En este también entró apenas cuarenta centímetros. ¿Cómo puede ser?

—Todo puede ser posible —responde Germán, que era el que dirigía a los otros delincuentes—. Saquen rápido el agua de esos dos depósitos y veremos qué tenemos allí —ordena con firmeza.

—¿Pero cómo sacamos el agua? —Pregunta Facundo, mirando a German.

German enfurecido le responde. —Con un tacho o un pedazo de manguera pelotudo… ¿Con que otra cosa queres sacar el agua?

Facundo y José rápidamente bajaron del camión, buscaron entre las cosas que estaban tiradas en el galpón y con un tacho cada uno de ellos en la mano, subieron nuevamente al vehículo, comenzando a extraer el agua de los tanques, luego de un buen rato haciendo esta tarea, los dos a la vez, gritan.

—Ya están vacíos, ¿Ahora qué hacemos?

—Metan las manos y fíjense cómo están agarrados esos depósitos.

Luego de tantear el interior de los tanques, Facundo mira a José y le pregunta:

—Este tiene en el fondo, dos pequeñas manijas, ¿Y el tuyo?

—El mío también. ¿Para qué serán?

Germán mira a los dos con bronca y les dice.

—Para sacar los tachos falsos, pedazos de pelotudos, ¿Para qué otra cosa van a ser?… Tomen las manijas y tiren hacia arriba, a ver si salen.

Los dos hombres se ponen en cuclillas, para poder hacer mejor la fuerza y luego de un momento de forcejeo, Facundo saca un tubo metálico del tamaño de la boca del tanque, con cuarenta centímetros de profundidad y a continuación, lo mismo hace José.

—¡Qué hijos de puta!… ¡Qué bien se la pensaron!… A quién se le iba a ocurrir revisar los compartimentos del tanque, si todos tenían agua… Suerte que le dieron bien la pista al patrón. A ver, ustedes dos, fíjense bien qué hay dentro del tanque.

Los dos meten la cabeza dentro de los compartimentos y luego de un instante se paran sobre el camión y José grita.

—¡No lo vas a creer, Germán!… ¡Está todo lleno de bolsitas de cocaína!

—Y este también —grita Facundo.

—¿Y qué se creían que veníamos a buscar?… ¿O acaso se pensaron que lo único que queríamos robar era el camión?… No, lo que nos ordenó el patrón era robar la carga de cocaína que venía disimulada en este vehículo ¡Bueno! Ahora a trabajar rápido, vos, Antonio —dirigiéndose al tercer delincuente—. Trae el vehículo que está oculto en el otro galpón.

Antonio se bajó del camión y se dirigió a la salida del galpón, mientras Germán le indicaba a Facundo que se meta dentro del compartimento.

—Vos, Facundo, metete en el tanque y anda pasándole las bolsas a José, así vamos ganando tiempo.

Obedeciendo a Germán, Facundo se mete dentro del tanque y comienza a pasarle las bolsas de cocaína a José y este las iba acomodando con cuidado en el techo del camión. En ese momento ingresa Antonio manejando una ambulancia, con la inscripción en el frente y en los laterales que decía “Unidad de alta complejidad”, maniobra el vehículo y lo pone de culata, casi a la mitad del camión tanque, dejándolo con una separación entre ellos de dos metros, desciende y abre las puertas traseras de la ambulancia, saca una plancha metálica de tres metros aproximadamente, con una pequeña baranda de cada lado, levanta uno de los lados y se la pasa a José, que la sostiene, mientras él pone la otra punta en el piso de la ambulancia. Mientras le indica a José:

¡Dale¡, Anda pasando la mercadería, así yo la voy acomodando aquí.

José, obedeciendo la orden, va poniendo las bolsas en la rampa y las hace deslizar hacia el piso de la ambulancia, donde las recibía Antonio, que prolijamente las acomodaba en el piso, de esa forma continua, fueron trabajando durante más de dos horas, hasta que Facundo grita. —Listo, ya no queda nada en ninguno de los dos compartimentos.

—Según la cuenta que llevé, hay tres mil quinientas bolsas, o sea, tres mil quinientos kilos —dice Germán.

—Suerte que le reforzaron los elásticos a este vehículo, si no estaría arrastrando la culata —comenta sonriente Antonio.

Facundo lo mira a Germán, mientras le dice con una sonrisa en los labios.

—¿Qué pasaría si nos quedamos con una bolsita para nosotros, total quién se va a dar cuenta?

Germán lo mira a los ojos, mientras le dice con bronca:

—¿Qué pasaría, pelotudo?… Te costaría la vida… ¿O te olvidas para quién estás trabajando?… Si por casualidad el patrón se da cuenta, de que de este cargamento falta algo, no va a tener ningún escrúpulo en mandarte a liquidar… No solo porque le robaste, sino para demostrarles a todos los demás que a él no le roba nadie… ¿Te das cuenta de lo que te digo, pelotudo de mierda?

Facundo baja la cabeza como arrepentido de su comentario y dice a media voz.

—No te enojes… Fue solamente un comentario en broma lo que dije.

Germán, ignorando la respuesta de Facundo, ordena en voz alta.

—Bueno, Antonio, saca la ambulancia fuera del galpón y ustedes dos metan las motos y pónganlas junto al camión. —Mientras Facundo y José ingresaban las motos y las ubicaban donde les había indicado, Germán se encargó de poner tres explosivos plásticos C. 4, en los laterales del camión.

Terminada la tarea, les indica a los otros dos:

—¡Listo! Larguémonos de aquí.

Cuando llegaron al lado de la ambulancia, se sacaron la ropa y se pusieron uniformes de enfermeros, color celeste. Germán subió al vehículo y se puso frente al volante, como el chofer, Antonio se ubicó al lado de él, mientras se colocaba un estetoscopio en el cuello, como si fuera un médico y José se instaló al lado, como si fuera el enfermero, mientras que Facundo se ubicaba dentro del furgón, para que nadie lo viera.

Cuando se habían alejado lo suficiente del galpón, German oprime el pulsador del control remoto, accionando los explosivos, los cuales producen una gran explosión, haciendo volar por los aires todo lo que había en el galpón y a este convertirlo en una maza de fuego.

Germán toma el celular, marca un número y cuando lo atienden, lo único que dice es.

—¡Listo patrón! Todo resultó como usted lo planeó.

—Te felicito, ahora, como habíamos hablado, lleva la carga al lugar que te indiqué y entrégasela a la persona que se hará cargo de la distribución… Luego de eso, nos pondremos en contacto nuevamente.

—Comprendido patrón haremos todo, como usted lo indicó.

Germán guardó el celular, aceleró el vehículo, salió de la quinta y cuando tomó la ruta, puso la sirena, mientras avanzaba a gran velocidad, hasta perderse de vista.

Del poder a la cárcel

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