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Capítulo -13- El asalto

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Pablo está elegantemente vestido con un traje azul, camisa blanca, corbata celeste a rayas y zapatos negros, saca el auto de alta gama de la cochera y se detiene delante de la entrada del edificio. A los diez minutos sale la Morsa, también vestido con un traje de color negro y en su mano derecha lleva un maletín de cuero, del mismo color, se dirige al vehículo, sube y saluda a Pablo, abre el maletín, revisa por precaución su contenido y lo cierra, mientras dice.

—Hoy voy a tener un día bastante ajetreado ¡Así que vayamos rápido hacia la ciudad, que tengo que sacarme el tema de la señora, lo más urgente que pueda, para poder encontrarme con Chávez, por el negocio del hotel casino y ver si concretamos esa operación… ¡Bueno! Arranca de una vez.

Pablo pone el vehículo en movimiento, toma la salida de la mansión y sale a la ruta, rumbo hacia la ciudad, conduciendo a una velocidad de ciento veinte kilómetros por hora, tal cual lo indicaban los carteles de velocidad. Cuando ya habían recorrido unos diez kilómetros, una camioneta cuatro por cuatro, también de alta gama, que venía detrás de ellos, con tres ocupantes en su interior, se tira hacia la izquierda y los pasa a gran velocidad y con una maniobra brusca, frena de golpe, quedando cruzada en el camino, impidiéndoles el paso.

Pablo, reaccionando con rapidez, aplica los frenos de potencia y logra evitar el choque y lo primero que hace es mirar hacia atrás, para ver si la Morsa se encontraba bien, mientras le pregunta.

—¿Cómo está jefe? ¿No se lastimó?

—¡No! ¿Pero quién es el animal que maneja esa camioneta?

—La verdad, es que no sé qué pasó, ya bajo a que me expliquen qué les pasó.

No alcanzó Pablo a abrir la puerta, cuando los tres ocupantes de la camioneta bajaron rápidamente del vehículo, uno de ellos empuñando una pistola nueve milímetros, mientras que los otros empuñaban cuchillo y a los gritos comenzaron a lanzar amenazas de muerte, mientras el que comandaba el grupo, les indicaba en forma alocada.

—¡Bájense del vehículo, con las manos en alto, y entreguen todo lo que llevan encima!… ¡Rápido o se van a arrepentir!

Pablo se da vuelta y le susurra a la Morsa:

—Jefe, pase lo que pase, no se baje de la camioneta, deje que este problema lo voy a tratar de resolver a mi manera.

El delincuente, viendo que Pablo se demoraba, lo apura diciéndole:

—¿Qué pasa, pedazo de basura, acaso no entendiste que te ordené que bajes y a ese viejo también?

Pablo baja lentamente y se desabrocha el saco, mientras responde.

—Disculpa que demoré en bajar, pero le dije al señor que no se ponga nervioso, porque él sufre de asma y es inválido, por eso no puede bajar… Supongo que no van a asaltar a una persona en esas condiciones, ¿No?

—Pero, pedazo de pelotudo, ¿Vos te crees que somos un grupo de caridad…? Nosotros los estamos asaltando y una vez que les saquemos lo que llevan encima, nos llevaremos el auto ¿Lo entendes ahora? Y si ese viejo no puede bajar, yo mismo me ocupare de tirarlo afuera del vehículo… Y ahora vos, anda sacando todo lo que llevas en los bolsillos, rápido, que no tengo todo el día. —Y en forma amenazante, se acerca a Pablo con el brazo estirado, apuntándole con el arma al pecho.

Pablo instintivamente, hace que va a levantar los brazos, pero con la rapidez del rayo, le arranca el arma y haciendo una toma de karate, le dobla el brazo, haciendo que por el mismo impulso la espalda del delincuente quede apoyada sobre su pecho, como si fuera un escudo, el delincuente, sorprendido por el accionar del supuesto prisionero, trata de liberarse, por lo que Pablo le aplica un golpe de conejo en la nuca, y lo deja desmayado.

Los otros dos delincuentes se lanzan al ataque, por lo que Pablo, poniéndose en posición de defensa, recibe al primero con una patada en la frente, tirándolo tres metros hacia atrás, antes de caer. El segundo trata de pegarle un puntazo al hígado con el cuchillo, pero él le toma el puño y el brazo, y con el mismo impulso del delincuente, lo hace volar por el aire, para caer a dos metros del otro delincuente, por lo que queda completamente desmayado. Pablo los mira y dice en voz baja:

—Eso les pasó por tratar mal a las personas y no ser considerados con los inválidos. —Toma las armas que estaban tiradas en el suelo y las lleva hasta el baúl del auto, lo abre y las deja en su interior, lo cierra y se estira las mangas, se acomoda la corbata, se abrocha el saco y se introduce en el vehículo.

La Morsa, que había visto toda la acción y cómo Pablo terminó con los delincuentes, le pregunta sonriendo:

—¿Se puede saber por qué demoraste tanto, para terminar con ese altercado? ¿Acaso no te dije que estaba apurado?

Pablo sonriendo, le responde:

—Disculpe, jefe, la próxima vez trataré de ser más rápido. —Pone el auto en marcha y rápidamente se aleja del lugar.

Cuando llegan a la residencia, donde era la reunión, Pablo atraviesa los portones y estaciona en el playón del jardín, donde ya había unos diez vehículos estacionados, sus choferes estaban reunidos al lado de una limosina, charlando animadamente entre ellos.

La Morsa se baja y le indica.

—No te alejes mucho de aquí, porque ni bien termine la reunión, tengo otro compromiso, al cual tengo que llegar lo más rápido posible.

—Quédese tranquilo, jefe, lo esperare aquí, escuchando música. —Y enciende la radio.

La Morsa toma el portafolio y le dice:

—Me parece una buena idea. —Mira su reloj y comenta—. Me parece que me retrasé un poco. —Cierra la puerta del auto y se va rápidamente hacia el interior del edificio.

Un asistente lo recibe y le indica:

—Todas las personas se encuentran en el salón verde, ¿lo acompaño o prefiere ir solo?

—Quédate tranquilo, ya conozco el camino. —Y sin decir ninguna palabra más, se dirige al lugar de la reunión.

Cuando ingresa al salón, es recibido por De Vido, que le pregunta.

—¿Qué te pasó, Morsa? Hace rato que estamos todos reunidos y la señora preguntó dos veces por vos.

—Te voy a explicar, aunque no lo creas, tuvimos un pequeño problema de inseguridad, mientras veníamos hacia este lugar.

—¿Algún problema serio?

—¡No! Nada, que no le pueda pasar a cualquier ciudadano.

Del poder a la cárcel

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