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La comunidad británica

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Los años de la Guerra del Paraguay y los siguientes afirmaron el poderío de los comerciantes británicos en el Uruguay. Su prosperidad se evidenciaba en las quintas que edificaban y en su sentido gregario. En 1857, con el aporte de la colectividad, se inauguraba el Hospital de Extranjeros, que con el tiempo se conocería como Hospital Británico.

Las colonias extranjeras pequeñas pero poderosas, como la alemana y particularmente la británica, exhibían el orgullo de su nacionalidad y creaban cámaras de comercio y diversos tipos de asociaciones —como The English Club, fundado en 1868— que en la práctica excluían a los criollos. Eran sociedades marcadamente endogámicas. Los inmigrantes británicos y sus descendientes, aunque se insertaran en la sociedad uruguaya, no se fundían con ella; continuaban exhibiéndose como británicos, con características distintivas.

Para 1875 la colectividad británica en el Uruguay contaba con su cementerio, su iglesia, su hospital, varias sociedades benéficas y diversos clubes —uno social, uno de críquet y uno de remo—, además de una pista de carreras. Existían otras instituciones, como la logia masónica Acacia Lodge, a la que pertenecía lo más selecto de la comunidad. Tenía sus medios de prensa, como el Montevideo Times y el Uruguay News, y cada tanto armaba conjuntos de actores de teatro y músicos aficionados.

Sin embargo, más allá de los oropeles de los comerciantes y de los emprendimientos culturales, era en la Asociación Rural del Uruguay donde más se destacaban los británicos; un quinto de los miembros fundadores eran de ese origen. Sus propiedades se ubicaban preferentemente en Río Negro y Paysandú, las tierras más fértiles y valiosas del litoral oeste. En Montevideo los lugares clave se concentraban en la Ciudad Vieja: muy cerca de la costa estaba el Templo Inglés; en Treinta y Tres entre Buenos Aires y Reconquista, la Legación Británica; en Sarandí e Ituzaingó, el Hotel Pyramides, lugar elegido por muchos británicos para sus actividades y celebraciones.

Gran Bretaña era por entonces un modelo de civilización. Tanto su filosofía económica como sus formas de vida y cultura suscitaban respeto y admiración entre los uruguayos, no solo en las elites ilustradas, sino en todos los grupos sociales. Los ingleses eran muy conscientes de esta situación privilegiada.

Además, la sociedad británica de fines del siglo XIX y la Belle Époque exportaban una imagen que devendría clásica: el inglés flemático y puntual. Es Phileas Fogg, el caballero gentil al que Jules Verne dio vida en La vuelta al mundo en ochenta días, y tras él la presencia imponente del imperio.


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