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Tiempo cíclico y tiempo histórico

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En ambos bloques del poema, en efecto, es posible advertir un tiempo cíclico. Ya la primera estrofa anticipa una estructura circular cuando a la dualidad /felicidad/ y /sufrimiento/ sucede la contrapuesta del /llanto/ y el /dulce sueño/. El ciclo de este primer bloque es, como recién se dijo, el del día y la noche. Los versos que lo cierran retoman ambos momentos, ya en un solo movimiento y después de cumplido el período: “Aquí los días fueron talleres, hachas y bosques. / Aquí huyeron los días como potros, / y se agotaron las noches como copas / llenas de néctares y estrellas” (vv. 27-30). El relato se ciñe a una secuencia en la que hechos y sucesos siguen sin mayores desviaciones el patrón idílico esperado, no solo por la ciclicidad misma –en todo caso tenue–, sino por lo que hay en ella: vida colectiva elemental e idealizada. El “buen afán en el corazón iluminado” (v. 10), los “alegres camaradas” (v. 11), los también “alegres vinos” (v. 14), las “gráciles mozas” (v. 15), los “fulgurantes caballos” (v. 18), entre otras presencias, perfilan sin ambigüedad una atmósfera de placidez. Por otra parte, una de las isotopías más presentes es la de la expresión lingüística: “cantar en los labios” (v. 8), “cordiales” y “fáciles” palabras (vv. 13, 17), “voces sensuales” (v. 15), gritos (v. 18). En ello, el poema sigue siendo fiel a la autorreferencialidad de la tradición idílica de pastores cantores.

El carácter cíclico del tiempo en el segundo bloque viene dado por la continuidad espacial de la vida de las generaciones. Realidades que en principio deberían resaltar el componente irreversible del paso del tiempo, como son la de la muerte de los antepasados y la del nacimiento de los descendientes, aparecen contiguas en virtud de la unidad de lugar y terminan contribuyendo a la cristalización de un tiempo unitario:

La unidad de lugar disminuye y debilita todas las fronteras temporales entre las vidas individuales y las diferentes fases de la vida misma. La unidad del tiempo acerca y une la cuna y la tumba (el mismo rinconcito, la misma tierra), la niñez y la vejez (el mismo boscaje, el mismo arroyo, los mismos tilos, la misma casa), la vida de las diferentes generaciones que han vivido en el mismo lugar, en las mismas condiciones, y han visto lo mismo (Bajtín, 1991: 376-377).

La unidad de este tiempo viene acentuada en el poema a partir de la pervivencia, a lo largo de las generaciones, de la esperanza en la realización de un ideal. La isotopía del anhelo es el recurso desplegado en las cuatro últimas estrofas. El hablante lírico apela en efecto al “ensueño” de su pueblo y de su raza (v. 34), al padre que “soñó” (v. 37) y a los hermanos que “soñaron y amaron una misma ilusión” (v. 39, énfasis mío); a su vez, dice de sí mismo: “aquí he sido iluso” (v. 44, énfasis mío) y “Aquí aprendí a amar los sueños –los dulces sueños– / sobre todas las cosas de la tierra” (vv. 46-47, énfasis mío). Esta comunidad del sueño recuerda el verso contemporáneo “Yo he soñado en fundar una gran ciudad sin cúpulas” (“El grito de las antorchas”, v. 16). En efecto, la connotación ideológica asoma en el semema “alegres camaradas” (v. 11, énfasis mío) y en la declaración “Aquí las noches fueron rojas” (v. 24, énfasis mío). Puede afirmarse con cierta plausibilidad que el hablante lírico activa en el sema /sueño/ –registrado por Moliner como “Cosa en cuya realización se piensa con ilusión o deseo” (2007: 2782)– los anhelos históricos de emancipación del colectivo y los sitúa como antecedentes de su actual utopía socialista.

Dicho sueño, dicha utopía supone, sin embargo, la confianza en la transformación social y en la evolución dentro del tiempo histórico. ¿Cómo se concilia en el poema la celebración del cambio histórico con el carácter circular del tiempo idílico? O, en otras palabras, ¿puede un poema en los márgenes del idilio dar expresión efectiva a un anhelo emancipador? En lo que sigue se da respuesta a estos dos interrogantes.

Aurelio Arturo y la poesía colombiana del siglo XX

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