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El inglés que se divierte

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El español es alegre.

—¡Lo que me he divertido! ¡Lo que me he divertido anoche! —me dice este mister Fane.

Yo ya les he contado a ustedes en qué consisten las diversiones de mi amigo. Llega al bar, se instala sobre un alto taburete ante el mostrador, pide un whisky y enciende su pipa. Luego va sucesivamente pidiendo whiskys y encendiendo pipas hasta las doce y media de la noche. No habla con nadie. Parece que se muere de pena, y al día siguiente me dice que se ha divertido mucho.

Indudablemente, estos ingleses son unos hombres muy regocijados.

—¿Usted no se divierte en el bar?

—Yo, no.

—¡Con lo alegres que son los españoles!

¿Cómo le explico yo a mister Fane que precisamente los españoles nos aburrimos mucho en Londres porque somos unos hombres muy alegres? Para hacérselo comprender, yo necesitaría emplear una dialéctica de la que carezco y una convicción que comienza a flaquear dentro de mí. Poco a poco, en fuerza de vivir entre ingleses, yo he llegado a hacer un descubrimiento que no vacilo en calificar de trascendental. Helo aquí: los ingleses son los hombres más alegres del mundo. Nosotros vemos a un inglés en medio de una juerga andaluza o montmartresa, y cuando todo el mundo hace más ruido y dice más tonterías, a la hora de alzar las piernas y de rodar por el suelo, el inglés está como en el primer momento, con una cara muy seria y una actitud muy digna. Entonces nosotros pensamos que ese inglés es un hombre muy aburrido. Pues no, señores. Ese inglés se está divirtiendo de una manera loca.

Los ingleses se divierten por dentro, y los españoles nos divertimos por fuera. Un inglés se sienta al lado de una chimenea y permanece inmóvil y silencioso durante dos, tres, cuatro horas.

—¡Qué tíos más tristes! —decía yo al principio.

Pero a lo mejor se me acerca uno de estos tíos tan tristes y me confiesa que al lado de la chimenea ha pasado una tarde deliciosa. ¿Es que no se necesita humor para eso? Así es que muchas veces yo bajo al salón de mi casa, me encuentro a todo el mundo dormitando en las butacas y me digo:

—¡Qué juerga se están corriendo estas gentes!

Otras veces en el bar de mister Wod, cuando cualquiera de mis amigos ingleses tiene un aire más desolado, le pregunto:

—¡Qué! ¿Se divierte usted mucho?

—¡Mucho! Esto está muy alegre, muy alegre. Le aseguro a usted que me estoy divirtiendo una atrocidad.

Y me lo dicen con una cara tan seria, tan grave, tan solemne, que no hay más remedio que creerlo.

Entonces yo exclamo:

—¡Olé! ¡Viva la gracia!

Y el inglés a quien le explico el sentido de esta frase, repite con voz de ultratumba:

—¡Olé!

Inglaterra le reserva a uno muchas sorpresas. Por mi parte, yo he entrado en sospechas de que éste puede ser un país muy cómico. ¡Mire usted que sería ridículo, después de haber estado tomando tanto tiempo en serio a los ingleses y después de que tantos españoles han venido aquí a tomar lecciones de seriedad, que mis sospechas resultasen ciertas!

Por lo que respecta a las diversiones, los españoles no hemos logrado tomarlas todavía en serio. Para nosotros una broma es una broma. Nosotros llegamos hasta a reír a carcajadas en medio de la broma más grande. En cambio, un inglés le da a la broma toda la importancia que ella se merece. Un inglés termina su trabajo y dice:

—Yo necesito divertirme.

Luego se va donde sea y comienza a divertirse metódica, sistemáticamente, con la seriedad que debe acompañar a todas las grandes determinaciones. ¡Vaya usted en ese momento a distraer su atención con cualquier tontería! El inglés le mirará a usted con una altiva majestad y le dirá:

—No me interrumpa usted. No estoy para cuentos. He venido a divertirme.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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