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El error de los deportistas
ОглавлениеCómo moriría un atleta.
—¿Usted juega al tennis?
—No.
—¿Y al foot-ball?
—Tampoco.
—¿Y al criquet?
—Menos todavía.
—En fin. Usted será aficionado a algún sport.
—Sí. Mi sport favorito consiste en meterme en un café a conversar con los amigos.
—Pero todos los españoles no serán como usted.
—Casi todos.
—Entonces la raza se debilitará. Ustedes van a morir por falta de ejercicio al aire libre.
El otro día, un inglés me llevó a jugar a la pelota a Meidenhead, a orillas del Támesis. A los diez minutos yo estaba cansado.
—¿Por qué no hace usted un poco de pesas?
—Porque me cansaría mucho más. ¿Vamos a entrar?
—¿Lo ve usted? Ustedes son unos hombres débiles. No resisten ustedes el aire libre.
—Es cierto; pero nosotros resistimos la atmósfera del café y ustedes no.
¿Cuáles el hombre más fuerte? ¿El que se recorre treinta kilómetros en una tarde, o el que es capaz de pasarse seis horas sentado ante una mesa de café? Los amigos sportivos compadecen a los que se quedan en el café.
—Se fatigan a los diez minutos —dicen. Pero yo cogería a un hombre de sport, lo sentaría delante de mí en un turno de confianza y me pondría a viciarle la atmósfera con unos cuantos pitillos; a los diez minutos el hombre de sport comenzaría a sentir mareos, y a la media hora se desmayaría. «Tenemos que acostumbrarnos al aire puro». No. Los que hemos de pasarnos la vida en Madrid, tenemos que acostumbrarnos al aire enrarecido. De lo contrario nuestra muerte es inminente. Suponed a un pastor, a un hombre de la montaña, fuerte y curtido, trasladado de pronto a Madrid; que se esté dos horas en una tertulia literaria, que se vaya luego a la Princesa a ver una obra de los Quintero, que duerma en una fonda, que almuerce al día siguiente, que tome café y que asista a una sesión del Congreso. A la salida del Congreso ese hombre estará agonizante.
La fortaleza de los hombres de ciudad es muy distinta de la de los hombres del campo. Hay una porción de enfermedades que al hombre de la ciudad no le producen apenas efecto. En cambio, cuando se conquista un territorio de negros, cuya vida es perfectamente natural, los negros comienzan a reventar que es un gusto. Muy fuertes, muy sanos, aptos para luchar con el tigre, y el rinoceronte, pero sin resistencia ninguna ante el microbio más pequeño. Ahora bien; si en las ciudades tuviésemos que luchar con fieras, muy lógico que tratáramos de adquirir para ello la fuerza necesaria; pero con quien tenemos que luchar es con el microbio, y al microbio no se le mata a golpes ni a tiros.
El error fundamental de los hombres de sport consiste en creer que para vivir en las ciudades hace falta mucha fuerza. No. Mucha habilidad, mucha coba, mucha frescura: eso es lo que se necesita. Hércules, en Madrid, tendría que dedicarse a transportar baúles, y como esto le produciría muy poco dinero, iría lentamente perdiendo las fuerzas.
—¿De modo que va usted a pasarse la tarde en el café?—Sí, señor.
—Yo no podría resistir eso.
—¿Ve usted cómo es usted un hombre débil?