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La protectora de animales

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El león perjudicado.

Mister James Ambrose Tallon, domador de leones, ha estado a punto de entrar en la cárcel o de pagar una fuerte multa por malos tratos a un león. Parece que mister Tallon le dio al león un puñetazo en un ojo; la Sociedad Protectora de animales se ha indignado. ¡El pobre león! ¡Se necesita tener mala sangre para hacerle sufrir! ¡Con lo delicados que son esos animalitos…! ¿Qué persona de buenos sentimientos osaría hacerle daño a un león? ¿Es que el lector, encerrado con un león en una jaula, sería capaz de exasperarle? Seguramente que no. Le daría mucha pena…

Yo comparto con la Sociedad Protectora de animales ese sentimiento de piedad para los leones de circo. Me da mucha lástima ver a uno de estos reyes de la fuerza que en sus últimos días tienen que ganarse la vida haciendo volatines. Un león de circo es para mí algo semejante a esos viejos demagogos españoles que, en el Congreso o el mitin, sacan todavía, de cuando en cuando, una cara feroz, circundada de barbas, y rugen de un modo espantoso. El domador, o el jefe del Gobierno, hace restallar el látigo. Hay un estremecimiento en la galería. Sin embargo, los acostumbrados a este espectáculo no nos dejamos emocionar fácilmente. Sabemos muy bien que el peligro no es tan grande y que el trabajo del domador no tiene tanto mérito. En los tiempos de su romántica juventud, los leones que ahora vemos en el circo, y los demagogos que contemplamos en el Congreso, rugían tal vez con espontaneidad. Actualmente rugen por principio, y lo más probable es que alguien les ayude entre bastidores soplando en un tubo de quinqué.

Una corrida de toros es un espectáculo mil veces superior al que nos ofrece un domador en la jaula de los leones, porque los toros no están domados. Cuando en Francia se hacían corridas de toros, con prohibición de la última suerte, los toros y los toreros iban juntos de Plaza en Plaza y se conocían entre sí a las mil maravillas. El toro sabía tanto como el torero, y muchas veces, engañado por un toque de corneta, hacía antes de tiempo todos los gestos del toro que recibe un par de banderillas. Aquellos toros embestían sin convicción, y seguían las capas porque sabían que a eso estaban; pero sabiendo perfectamente que detrás de la capa no iban a encontrarse al torero. ¿Qué emoción puede haber en una corrida así? Pues el trabajo de los domadores de leones es una cosa idéntica. Un león amaestrado no tiene interés alguno.

Si a un león de las selvas le dijeran que en Europa un hombre le había hinchado un ojo a otro león, y que la Sociedad Protectora de animales, en nombre del león maltratado, había llevado a los Tribunales al agresor, ¡qué rugido terrible acogería la noticia! Porque en las selvas, los leones todavía tienen vergüenza y desprecian completamente esta legislación británica, que les parece ridícula.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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