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Los barberos británicos son también verdugos

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El barbero francés.

Heine habla de un barbero de Londres que, mientras le jabonaba la cara, despotricaba ferozmente contra lord Wellington; el barbero pasaba su brocha por las mejillas del poeta «con una espuma de rabia».

—¡Ah! —decía—. Si yo le tuviera debajo de mi navaja como le tengo a usted… Por fortuna, este tipo de barbero no abunda en Londres. El barbero inglés carece, en general, de opiniones políticas, y cuando le da a usted jabón, no es ni rabiosamente, como el barbero de Heine, ni tampoco a la manera aduladora de los barberos franceses. El barbero inglés es rápido y serio. Coge la cabeza del parroquiano y no se preocupa absolutamente nada por lo que puede haber dentro de ella. Le jabona en dos brochazos, le afeita en dos pases de navaja y le alisa el pelo en dos golpes de cepillo. Es bien inglés el barbero inglés. Para él, una cabeza no debe distinguirse de otra. El barbero inglés cogería, la cabeza de un poeta español y, en dos minutos, la dejaría igual a la de un negociante inglés. Él se encarga de igualar por fuera las cabezas que la educación ha igualado ya por dentro; esta tarea del barbero inglés es tan importante, que, sin él, no sería completa la uniformidad británica.

Comparen ustedes este tipo de barbero con el barbero francés. Todos los franceses son un poco barberos en el fondo, y los barberos profesionales son admirables. Yo creo que son barberos por naturaleza, y así me explico que se llamen artistas barberos. En sus maneras y en sus palabras hay algo jabonoso. Cogen con gran cuidado la cabeza del cliente y la interrogan poco a poco. Luego, según las declaraciones políticas o estéticas de la cabeza en cuestión, ellos le arreglan los cabellos de una u otra manera. Usted puede hacerle sin recelo entrega provisional de su cabeza a un barbero francés. El barbero francés respeta siempre la autonomía de las cabezas que le confían sus clientes. El sabe que unas cabezas son conservadoras y otras revolucionarias; que unas gustan de caracterizarse por medio de una perilla y otras por medio de una mosca. Así, no contraría nunca ni las ideas ni los peinados de sus clientes. ¡Vive la liberté, quoi…!

¡Ah, barbero francés! Barbero alegre y exuberante. Eres un poco pegajoso, como el cosmético. Haces elocuencia como haces espuma de jabón. Resultas insoportable; pero, en fin, el barbero debe ser un poco insoportable. ¿Qué es esto de unos barberos serios y silenciosos, que cogen una cabeza humana sin demostrarle interés ninguno, que la mondan y la dejan como si fuese una bola?

Barberos así, yo estoy seguro de que no los hay más que en Inglaterra, el país donde a ninguna cabeza le es lícito distinguirse de otra ni por las opiniones ni por los cabellos. Cuando la ejecución de Crippen, los periódicos publicaron el retrato de un barbero inglés, que es verdugo al mismo tiempo que barbero. Este barbero ahorca las malas cabezas como alisa los cabellos rebeldes, todo ello para la buena armonía del Imperio británico. En realidad, su oficio de verdugo no es más que un complemento de su oficio de barbero. De ordinario, él se encarga de uniformar las cabezas de su clientela, y si por casualidad una de ellas es irreductible, entonces el barbero la suprime. No debe haber cabezas independientes en Inglaterra. Todas deben aceptar las mismas leyes y el mismo cosmético.

¿Comprenden ustedes ahora por qué son tan serios los barberos ingleses? Pues porque todos ellos son un poco verdugos.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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