Читать книгу Julio Camba: Obras 1916-1923 - Julio Camba - Страница 44

Guerra contra las moscas

Оглавление

Una heroína de ocho años.

El amigo Pickwick —How are you my dear Pickwick?— recordaba el otro día, con una vaga nostalgia, aquellos tiempos en que los periodistas españoles, a falta de otros asuntos, podían emocionar a sus lectores hablándoles de la serpiente de mar. «La serpiente de mar ha muerto, y nosotros la hemos matado»; pero hay todavía muchas bestias feroces en el mundo: por ejemplo, las moscas. ¿Por qué no hablan ustedes de las moscas? Los periódicos yanquis han iniciado contra ellas una campaña implacable, y los periódicos ingleses la han secundado. Las moscas son el vehículo más importante de todas las enfermedades contagiosas. «Matad a las moscas —dicen los periódicos—, si no queréis que las moscas os maten a vosotros». Los periódicos ingleses parecen papeles matamoscas. Publican contra las moscas toda clase de artículos ilustrados con fotografías ampliadas en una proporción gigantesca, y organizan concursos para premiar a los chicos que maten un mayor número de moscas. Hasta los periódicos más templados piden la guerra a las moscas, y periodistas muy sesudos, que tratan todas las cosas con una perfecta ecuanimidad, manifiestan con respecto a las moscas una virulencia terrible. Esto se debe, probablemente, a la calvicie de esos señores periodistas. Las moscas aman las calvas, como otros bichos aman las melenas, porque estos bichos son líricos y las moscas son sabias. Yo he trabajado mucho tiempo en una redacción frente a un hombre lleno de ciencia: las moscas le asediaban tenazmente, y una vez me aseguró que el aguijón de una de ellas le había llegado hasta el cerebro.

—Debe ser una mosca joven —le dije yo— que esté estudiando economía política.

La guerra contra las moscas, iniciada por los periódicos ya ha trascendido al público. Comienzan a constituirse Sociedades contra las moscas, y los ingleses le preguntan a uno si es amigo o enemigo de las moscas. En Hyde-Park, los oradores claman contra las moscas. Los carteros inundan las casas de proclamas incitando al exterminio de las moscas. ¡Abajo la mosca!

Una niña de ocho años ha matado este verano tres mil moscas, y los periódicos publican su retrato como el de una heroína. La criatura sonríe dulcemente después de tan horrible matanza, como si no hubiese cometido crimen ninguno. Yo no experimento la menor simpatía hacia ese prodigio insecticida. Me lo imagino con las manos tintas en sangre de moscas, y esto me repugna. Yo no me dedicaría nunca a matar moscas, y no por piedad hacia ellas, sino por decoro de mí mismo. A un inglés matamoscas se lo dije el otro día.

—Me resulta mucho más noble matar toros que matar moscas. Yo le parezco a usted un monstruo de crueldad porque defiendo las corridas de toros. Pues, en cambio, estas matanzas de moscas me horripilan.

Es decir: a mí me gustaría la supresión científica de las moscas, pero me repugna el que se las aplaste o se las decapite. Yo también odio a las moscas. Las profeso un odio personal más que científico. Lo de que propaguen gérmenes morbosos es secundario para mí. Ante todo me indignan sus picaduras. Yo considero a la mosca como un bicho de mala intención que se goza en irritarle a uno y en ponerle en ridículo haciéndole dar bofetadas al aire. Soy capaz de pedir contra ellas el veneno, pero no creo que la sociedad debe mancharse las manos en sangre de moscas.

Julio Camba: Obras 1916-1923

Подняться наверх