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El pasado de los yanquis

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Los monumentos y el dinero.

El día de mañana un americano verá una catedral y dirá:

—¿Cuánto? .

—¿…?

—Muy bien —añadirá al saber el precio—. Desármela usted cuidadosamente. Me la voy a llevar a San Francisco.

«¡Qué tontería!», dirán ustedes. ¿Tontería? Uno de los castillos más antiguos de Inglaterra, el castillo de Farttershall, ha sido recientemente adquirido por un millonario yanqui.

Al otro día, el millonario dio orden de echarlo abajo. Las piedras serán transportadas a Norte América, y allí, el millonario se entretendrá pacientemente en hacer de nuevo el viejo castillo.

«Un puzzle original», titula esta noticia el Daily Sketch. Sí. Un puzzle yanqui. Un puzzle de millonarios. No falta quien suponga también que, a estas horas, un millonario trasatlántico está jugando al puzzle con la Gioconda. Toda entera, la Gioconda era muy difícil de transportar. Así, es perfectamente posible que la hayan recortado en trozos muy pequeños y que la hayan metido en una caja, como un juego de puzzle. Un americano no va a jugar al puzzle con una obra cualquiera. No. Hay que jugar con obras maestras. Hay que comprar puzzles que valgan millones y millones.

A los americanos no les falta más que una cosa: el pasado. Carecen de tradición, de abolengo, de genealogía. Son un pueblo de parvenues. Les es absolutamente necesario envejecer, y los americanos no son hombres para envejecer lentamente, dejando pasar los años y los siglos. En América las cosas se hacen muy de prisa y con el dinero por delante. «¿Cuánto cuesta un pasado? Aquí está el cheque».

La hija de un rey del aceite, del tocino o de las judías se casa con el hijo de un rey de Europa. Si no bastan cincuenta millones de dote se ponen cien. De esta manera es como el censo municipal de las ciudades de la Unión va llenándose de nombres arcaicos. Nuestros cuadros, nuestras estatuas, nuestras reliquias, los americanos las compran y se las llevan. Hay que tener cosas viejas en América, para que no se diga que los americanos carecen de pasado. Ahora comienzan a llevarse también los venerables monumentos de Europa. Aguardar a que los rascacielos envejezcan y se arruinen por sí mismos es una cosa muy larga. Más vale comprar los edificios ya arruinados, ya cubiertos de pátina, y colocarlos inmediatamente bajo la bandera de la Unión.

Dentro de algunos años no quedará en Europa ni una sola ruina. Todo estará en

América. Entonces habrá que ir allí en peregrinación artística, como ahora se va a Italia. Los Estados Unidos serán el pueblo más evocador, más lleno de recuerdos del mundo. ¡Ah, esos yanquis! «Nosotros no comprendemos la palabra imposible», suelen decir. Todo lo hacen, todo lo obtienen, todo lo vencen con la voluntad y con el dinero. Lo improvisan todo en media hora. ¡Hasta un pasado de siglos!

Julio Camba: Obras 1916-1923

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