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La galantería tradicional y los derechos políticos

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España es feliz.

Ayer, en uno de los restaurants más elegantes de Londres, una señora, disgustada por el servicio, se puso a protestar:

—Esto es un antro, una cueva. No se puede venir aquí.

El camarero se lo dijo al gerente, el gerente se acercó a la señora y la rogó que abandonara el local. La señora, indignada, no quiso obedecer. Acto continuo compareció el portero, uno de estos porteros ingleses, formidables e implacables como el Destino. El portero cogió a la señora por la cintura, y la arrastró hasta la puerta. La señora gritaba, arañaba, pataleaba. El salón estaba lleno de gentlemen, que contemplaban la escena con una vaga curiosidad.

Yo me encontraba en el establecimiento con un amigo español.

—Pero ¿nadie toma aquí la defensa de esa señora? —me decía mi amigo—. ¿Es ésta la caballerosidad inglesa?

—La caballerosidad inglesa —le contesté— consiste en estar bien vestido y bien peinado y en someterse al principio de autoridad. Aquí, el principio de autoridad está representado por el portero, y si usted se coloca en contra del portero, todo el mundo le dirá que no es usted un gentleman.

—Es decir que aquí, para defender a una señora, no basta el hecho de que sea señora, sino que, además, es necesario que tenga razón.

—Precisamente.

—Es repugnante.

Un articulista inglés se expresaba el otro día en el mismo sentido que mi amigo, aunque con menos violencia. Según este articulista, los ingleses han sido, relativamente, galantes en otra época. Ahora, no. «Ya nadie le cede su asiento a una señora en el tranvía», decía el articulista.

Pero la mitad de la culpa la tienen las señoras mismas. Es natural que la galantería masculina se haya relajado en Inglaterra más que en ningún otro país, porque Londres es el foco del feminismo universal. Aquí es donde las mujeres han conquistado más derechos, y en donde los hombres están menos obligados a ser galantes con ellas.

«Nosotras no somos débiles —dicen todos los días las sufragistas inglesas—. Nosotras tenemos la misma inteligencia que el hombre, la misma capacidad política que el hombre, la misma fuerza que el hombre». ¿Cómo se va a ser galante con mujeres de esta clase?

—¿Usted es fuerte? ¿Usted es inteligente? —dice el inglés que espera su ómnibus al lado de una inglesa—. Pues si no hay más que un sitio libre en el tranvía vamos a ver quién lo consigue.

Y, como es natural, lo consigue el inglés y no la inglesa.

El país mejor del Mundo para las mujeres es España, porque ahí las mujeres no tienen derechos ningunos. En España todavía se le deja siempre a las señoras el lado de la pared para defenderla contra los peligros de la calle. Se las cede el asiento en el tranvía o en el cine, y no se las permite pagar en ninguna parte. Si —lo que yo no les deseo— las españolas llegan a emanciparse alguna vez, van a ver lo desagradable, lo caro y lo incómodo que es eso de tener derechos políticos.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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