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La sensibilidad de los ingleses
ОглавлениеLa fuente de los dolores.
Yo he conocido a un ciego que era un hombre feliz. Era feliz precisamente porque era ciego, y no a pesar de serlo, y esto es lo importante del caso. De aquí no voy a deducir que para hacer la felicidad de los hombres haya que vaciarles los ojos. Sin embargo, como procedimiento político, éste no sería ni el más doloroso ni el más disparatado. En Francia, los fabricantes de foiegras le saltan los ojos a los patos, y los patos engordan de una manera fabulosa. Tal vez resultase menos cruel cerrarnos los ojos de lo que resulta el abrírnoslos, ya que entre los hombres y los patos la diferencia apenas sí existe.
El ciego de que yo hablo era feliz por limitación. No conocía muchos placeres, y por eso ignoraba muchos dolores. El mundo visible no existía para él. Su sensibilidad era más pequeña que la nuestra. Vivía tranquilo, con una mujer gorda, perfectamente insoportable para un hombre que pudiese verla, y de cuando en cuando se entretenía tocando la ocarina. Yo les aseguro a ustedes que aquel hombre, disfrutaba toda la felicidad que se puede obtener en la calle de Jacometrezo, que era donde habitaba.
La felicidad inglesa es muy parecida a la felicidad de aquel ciego. Los ingleses tienen también muy limitada su sensibilidad. Carecen de paladar y de corazón. Desconocen los placeres de la mesa y los de otros componentes de su mobiliario. Comen por necesidad y aman por higiene. Que un plato esté mejor o peor condimentado, lo mismo les da, con tal que les nutra. Que una mujer sea más o menos agradable, el caso es que sea mujer. Desde la invasión romana hasta nuestros días, los ingleses han tomado sin sal ni pimienta sus patatas y sus señoras. No se divierten, pero no se aburren. No gozan, pero no sufren.
—Pero entonces —puede objetarme alguien—, entonces, en vez de ser felices deben ser muy desdichados.
Y si no fuera por temor de hacer el ridículo, yo contestaría esta supuesta interrupción, con las palabras del Eclesiastés: «Quien añade ciencia añade dolor». Cada nueva conquista del progreso es una nueva fuente de dolores. A medida que refinamos y que extendemos nuestra sensibilidad, aumentamos nuestras desgracias. El hombre es más desgraciado que el mono, y el poeta lírico más que el tendero de comestibles, y el vidente más que el ciego, y el italiano más que el inglés.
El inglés ha hecho conquistas industriales, pero su emotividad ha permanecido estacionaria. ¿A cuántos placeres es insensible el inglés? Pues por cada uno de esos placeres pongan ustedes un infinito de dolores. La felicidad no es, como la representan muchos artistas, una figura estática del placer. No. Uno de estos ingleses que se sientan en una silla inglesa y que se están allí muy serios horas y horas sin hablar una palabra, la representaría mucho mejor.