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Qué cosa es el español

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El tranvía en caso de apuro.

Con relación al inglés o al alemán, el español es un hombrecillo débil y violento, uno de esos cascarrabias chiquirritines, con los ojos saltones y los bigotes revueltos, que asestan puñetazos heroicos sobre las mesas de los cafés y luego comienzan a dar gritos porque se han hecho daño, que agitan los brazos en el vacío, que patalean y que vociferan hasta que se ven sujetados por los brazos y en absoluta imposibilidad de moverse. Uno de esos hombrecitos tropezó una vez en la calle de Fuencarral con un señor que marchaba en dirección contraria a la suya.

—¿No tiene usted ojos en la cara? —le dijo—. Si no sabe usted andar quédese usted en su casa.

El señor le presentó sus excusas; pero el hombrecillo estaba furioso:

—¡Usted se merece una lección! —gritaba.

El señor empezó a impacientarse. El hombrecillo seguía chillando con una voz muy aguda. Se reunió gente. «Si le doy un golpe a este hombre —pensaba el señor— le voy a hacer mucho daño». En esto bajaba un tranvía, y el señor tuvo una idea luminosa. Le hizo seña al conductor, cogió al hombrecillo por un brazo y lo depositó en la plataforma del tranvía, mientras con la mano libre sacaba una perra gorda del bolsillo.

—Este caballero —exclamó— hasta la Puerta del Sol.

Yo he visto varias veces a compatriotas insignificantes enfurecerse de un modo suicida en Londres ante estos ingleses tan tranquilos, tan serenos y tan fuertes, que les veían boxear contra las mesas, con ojos de asombro, como se ve al hombre que está realizando un acto exento de toda lógica.

Y lo peor no es que la generalidad de los españoles sean así. Lo peor es que, socialmente, España le dé al mundo el espectáculo de uno de esos hombres chiquitines e irritables que se pasan la vida gritando sin ton ni son y moviendo los brazos en el vacío. Todos nuestros motines, todos nuestros pronunciamientos, todas nuestras algaradas son una cosa ridícula. Un pueblo serio y fuerte no arma esos escándalos inútiles, en los que gasta la energía y se pierde la fuerza moral. «¡Vamos a hacer! ¡Vamos a acontecer!». ¡Quién le hace caso al cascarrabias consuetudinario que vocifera, en una indignación continua, desde por la mañana hasta por la noche!

Todo el mundo sabe que en el fondo es un pobre hombre y que su cólera es la cólera de la impotencia, de la falta de fuerza y de confianza en sí mismo para tomar una determinación y seguirla serenamente. Ésta es la cólera de España, y España es actualmente un bien pobre país. Desde un medio como éste se ven los sucesos de España tal cual son. Yo leo los periódicos, me tumbo en un diván, y —medio dormido, medio despierto— España se me aparece como un hombre con más cólera que energía, sin voluntad ninguna e incapaz de dominarse a sí mismo. Un hombre muy pequeño, y muy débil, muy débil, que se muerde los bigotes haciendo muchos gestos, que sopla, que tose, que se da un puñetazo en el hongo y se lo abolla de un modo lamentable, que le tira un puntapié a una mesa y se estropea el pie y que, por fin, rendido, extenuado y sin haber conseguido nada de provecho, se deja caer en una butaca.

Es triste y es ridículo, y es así.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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