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El público de teatro

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Para hacer la psicología del público inglés lo primordial no es entrar en el teatro; basta en un principio con pasearse en torno de él y ver la compacta multitud que aguarda silenciosamente la apertura de las puertas. Que haga bueno o mal tiempo, que llueva o que granice, la multitud no protesta jamás. Es paciente y disciplinada. Durante una o dos horas permanece en la calle. Cada uno guarda su turno, y no pretende nunca avanzar ilegalmente en la fila; aunque delante de él esté una vieja, un cojo, un chico o un paleto, fáciles de suplantar. Los derechos adquiridos son sagrados en Inglaterra, aun para el público frívolo de los music-halls.

Viendo este orden con que el público inglés se produce antes de entrar en el teatro se puede suponer fácilmente lo resignado que será una vez dentro. Es el público ideal para un autor. El último de nuestros currinches puede tener la seguridad absoluta de que, traducido al inglés, sería aplaudido en la patria de Shakespeare. Aquí las obras y hasta los números más insignificantes de variétés se sostienen en el cartel meses y meses. En primer lugar, en Londres hay siete millones y medio de habitantes. Es decir, que el público de los teatros puede renovarse por entero cada noche durante una temporada. Además, el público inglés no necesita cambiar. Así como no cambia de alimentación, puede también pasarse perfectamente sin cambiar de espectáculo.

Yo no he visto nunca protestar a este público, y he recordado con horror esos horribles pateos madrileños. Ahí se va a los estrenos como se iría a las barricadas. Los reventadores se ponen unas botas de doble suela y se proveen de unos garrotes hercúleos. Los cómicos salen a escena temblando. Ahí se machacan las obras a garrotazos y se las aplasta con los tacones de un modo feroz. Para ver la crueldad española no es necesario ir a los toros. Basta y sobra con asistir a un estreno en la capital de España. El pobre autor, con los cabellos erizados, corre entre bastidores. Los golpes los siente directamente en la cabeza, y muchas veces en el estómago.

¿Por qué esa bárbara saña del público de Madrid? Aparte razones de temperamento, hay una razón práctica de gran importancia, que si no la justifica a lo menos la explica. En Madrid son cuatro o cinco los teatros, y el público que va a ellos es siempre el mismo. «Si yo dejo pasar esta obra —se dice el espectador madrileño— ya no podré librarme de ella. So pena de quedarme en casa a hacer juegos de prendas, tendré que sufrirla una noche sí y otra no, o poco menos, durante ocho meses». La cosa es grave. Se trata de asegurarse el solaz de todo el invierno, y el madrileño, que no es hombre para quedarse en casa por la noche, se arma con la maza de Hércules y va directamente al teatro dispuesto a pulverizar al autor en el caso de que la obra que se estrena no sea completamente genial.

Cómicos que han recorrido todo el mundo dicen que no hay público más difícil que el de Madrid. El que resiste al público de Madrid, como el que resiste el clima de

Madrid, puede resistir todos los públicos y todos los climas. Este público y este clima tienen fama de fríos. Tal vez lo sean; pero nunca son bruscos ni violentos como el clima y el público de Madrid. Yo creo que los autores pateados en España debían sindicarse, tomar un teatro en Londres y hacer representar sus obras en inglés. Ganarían el dinero a espuertas.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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