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Por instinto de conservación

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Un terrible peligro.

Me he quedado desolado al recibir hoy la prensa con noticias del accidente que han sufrido en Santander la señora Guerrero, Fernando Díaz de Mendoza y Emilio Thuillier. ¡Casi todo el teatro español! A los cronistas de Madrid, y en especial a los críticos teatrales, dejo el análisis de la tragedia y la descripción del decorado. Alguno habrá capaz de ponerle reparos a los ayes de Thuillier, diciendo que han carecido de emoción, o de afirmar que Fernando no ha caído bien. Quizá no falte tampoco un adulador que le envíe un aplauso a la Guerrero.

Yo miro el suceso desde un punto de vista más elevado. En España tenemos muy pocos grandes hombres: dos o tres en la política, dos o tres en la literatura, dos o tres en el teatro, dos o tres en la medicina… Que uno de ellos se meta en un automóvil, pase; pero que se metan los dos o tres, eso no. Un descuido del chauffeur, y el teatro, la medicina, la política o la literatura se pueden quedar sin cabeza en menos de un minuto.

Creo que fue en una asamblea de intelectuales, convocada por Pío Baroja en un café de la calle de Toledo. La sala era pequeña, y, sin embargo, allí estaba toda la masa encefálica de España, como aquel que dice. Yo observé que Palomero, hombre de un natural alegre, se encontraba un poco pensativo:

—¿Qué le pasa a usted?

—Estoy aterrado ante la idea de que se hunda el techo ante nosotros —me dijo—.

¡Qué desgracia tan grande para España!

Debiera hacerse una ley que prohibiera la reunión de grandes hombres, sobre todo para empresas tan temerarias como esa de hacer una excursión en automóvil por carreteras españolas. El señor Mendoza, por ejemplo, podría viajar en automóvil con la señora Guerrero, como señora suya que es; pero no como gran trágica. En concepto de gran trágica, la señora Guerrero tomaría otro automóvil. Lo de que el señor Mendoza se hiciese acompañar del señor Thuillier estadía absolutamente prohibido. El señor Thuillier, que no es completamente insigne, viajaría, en todo caso, con otro actor de su misma categoría, a fin de que, en caso de catástrofe, España no perdiese entre los dos actores más que un actor ilustre. Según esta ley, el señor Mendoza viajaría casi siempre con el señor Cayuela…

Ustedes, si quieren, pueden tomar la cosa a broma. Yo no lo digo sin cierta seriedad. Imagínense ustedes que Maura y Romanones se van juntos a hacer una excursión en automóvil, que ocurre una catástrofe y que los dos mueren. ¿Quién se encargaría del Gobierno? Ya pueden ustedes echarse a buscar, que no encontrarán un hombre. Sería la anarquía.

En otros países todavía se pueden permitir reuniones de tres, cuatro, hasta media docena de grandes hombres. En España, no. Que ellos quieren juntarse, bueno; pero el Estado se lo debe prohibir. Los grandes hombres se pertenecen a su patria.

Yo les doy a ustedes el grito de alarma. El accidente de Santander, por fortuna, no ha tenido graves consecuencias; pero no por eso se deriva de él una lección menos digna de ser recogida. ¿Vamos a esperar a una catástrofe irremediable?

Yo me lo temo. Yo estoy viendo que un día llega a mi casa el cartero con los periódicos españoles y me entero de que, de la noche a la mañana, España se ha quedado en absoluto sin política, sin teatro, sin ciencia, sin pintura o sin literatura.

Julio Camba: Obras 1916-1923

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