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Al hombre no le gusta trabajar
ОглавлениеEl dinero y la creencia.
—Yo no creo en las Bolsas de Trabajo, ni en el arbitraje industrial, ni en nada. Los políticos del socialismo prescinden siempre de una cuestión fundamental, que es ésta: al hombre no le gusta trabajar.
Estas palabras son casi increíbles en labios de un inglés. Es, sin embargo, un inglés el que las ha dicho, y un inglés de calidad: mister H. G. Wells.
Wells sigue siendo inglés, a pesar de haberse dedicado a hacer novelas de imaginación. Su fantasía es puramente científica. La ciencia que aherrojaba la imaginación de Julio Verne es la base de todas las imaginaciones de Wells; Wells sueña como pudiera hacerlo un boticario genial. Como sociólogo, Wells ha dado brillantes pruebas de su talento y de su buena fe. Ha pertenecido, durante muchos años, a la Sociedad Fabiana, y ha escrito libros verdaderamente admirables. Entre ellos figuran las Anticipaciones, La utopia moderna, La Humanidad en formación y Primeras y últimas cosas.
Pues Wells no cree que se pueda resolver la cuestión social aumentando el salario del obrero, ni disminuyendo sus horas de trabajo, ni suprimiendo el alcohol, ni asegurándole a toda la clase obrera un empleo constante en talleres del Estado, ni instalando a cada trabajador en una casita con jardín. No. «El hombre odia el trabajo
—dice Wells—, y ésta es toda la cuestión». «Después del reposo semanal —añade—, innumerables millones de personas experimentan la angustia intolerable de tener que volver a uncirse al yugo. El obrero está horripilado de su trabajo. Le repugna el hacer cosas en las cuales él no tiene ningún interés particular: rieles para los caminos de hierro del Perú, tejidos para el Congo o ladrillos para un nuevo inmueble de los bulevares. ¿Qué se le importa a él de todo eso?».
Wells no cree que el trabajo lleve en sí su recompensa y que haya que amar el trabajo por el trabajo. Todas esas cosas le parecen sofismas y tonterías. «El hombre es vago».
El hombre, y también el inglés. Que el español era vago, lo sabíamos todos. La vagancia les hacía aparecer como una degeneración de la Humanidad. Pues no. La vagancia es un instinto humano. Al hombre le aterra el tener que trabajar. Supongamos que llegue una época en la cual no tenga que trabajar más que una hora diaria. Pues en esa misma época trabajará de mala gana, hará huelgas, pedirá una reducción en la jornada y un aumento de salario. «Porque —dice Wells— el obrero no sabe establecer el diagnóstico preciso de su caso y expresa su descontento en exigencias inadecuadas».
La declaración de Wells es desoladora. ¡Adiós utopia! ¡Adiós futura ciudad del
Buen Acuerdo! Destruido el principio de que el trabajo es una necesidad fisiológica, todo lo demás se viene a tierra. Los hombres seguirán trabajando a disgusto, o bien dejarán de trabajar y se irán a España, donde el genio de la pereza ha levantado templos tan maravillosos como la Alhambra de Granada.
Porque Wells tiene razón. El trabajo es una cosa muy desagradable. Cuando los he necesitado, yo he encontrado argumentos para justificar mis faltas de asiduidad en el trabajo. Frecuentemente, estos argumentos me han convencido a mí mismo. Algunas veces, sin embargo, en la soledad de mi alcoba, con un calcetín en una mano, después de reflexionar largamente, he tenido un rasgo de valentía, y me he dicho:
—Lo cierto es que yo no soy un prodigio de actividad.
Y animado por esta primera declaración, ante la cual yo había bajado la cabeza, como un hombre que empieza a increpar a otro y ve que el otro se achanta, he añadido:
—Decididamente, yo soy un vago.
Wells habla de los grandes ideales, que pueden constituir motivos de trabajo.
«Cuando el hombre trabaje por una creencia». No nos engañemos con una nueva mentira. El único móvil del trabajo es el dinero. El hombre es un vago que no quiere hacer absolutamente nada.