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La acción de los poetas
ОглавлениеEl virus corrosivo.
—¿Los poetas? —me dijo el hombre de la City—. Pero ¿usted cree que esa chusma sirve para algo?
Yo le expuse modestamente mi opinión. Los poetas —no tiene duda— sirven para poetizar la vida. ¡Si costasen muy caro…! Pero no comen casi nada. Un pueblo como Inglaterra podría sostener, sin gran sacrificio, una porción de poetas.
—¿Para que nos poetizaran la vida? —me preguntó el hombre de la City.
—Precisamente.
—Los poetas nos humanizarían, nos impregnarían de ternura, nos harían sentimentales, ¿no es eso?
—Eso es.
—Pero ¿usted no ve que entonces nuestros negocios irían de cabeza? ¡Ah, los poetas! ¡Taifa de vagos y de embusteros! Les hacen versos a las muchachas, las seducen ofreciéndolas oro y piedras preciosas y no tienen un penique en el bolsillo. Si los poetas lograran tomar tierra entre nosotros, a la vuelta de unos cuantos años habrían corrompido toda la energía anglosajona. Empezarían a cantar las puestas de sol y los amaneceres, los árboles, las flores y los pájaros. Nuestra juventud se distraería con todas esas cosas y no haría nada de provecho. A pretexto de poetizar la vida la ablandarían. Exaltarían el amor maternal, el filial y el fraternal, la vida del hogar, etc. Los jóvenes empleados de la City harían versos estúpidos en sus ratos de ocio. Los muchachos que hoy van a buscar fortuna al Transvaal o a la India se enternecerían mucho antes de abandonar la casa paternal y buena parte de ellos se quedaría en Londres, donde no les aguarda porvenir ninguno. En fin, sería la ruina, ¿no le parece a usted?
Y escuchaba al hombre de la City y me hacía, por milésima vez desde que estoy en Londres, la siguiente reflexión: —Estos ingleses son los hombres más prácticos del mundo.
—Hay que cerrar las costas de Inglaterra a toda irrupción poética —continuó el hombre de la City—. Una invasión de poetas será mucho más peligrosa para nosotros que una invasión de alemanes. Por fortuna, nosotros no dejamos desembarcar en ningún territorio inglés a ningún viajero de tercera clase que venga sin dinero. En esta medida nos garantiza en cierto modo contra los poetas del Continente.
—Pero ¿no temen ustedes que se produzcan poetas aquí mismo? ¿Qué medidas han tomado ustedes contra los poetas de Inglaterra?
El hombre de la City sonrió:
—Los ingleses —me dijo luego— somos unos hombres muy serios… No digo que algún inglés, después de haber vivido en Italia o por allá, no pueda volverse un poco poeta. Las malas compañías…, el calor…, la ociosidad…, el cielo azul…, los ojos negros… Pero el inglés es por naturaleza un hombre serio, veraz y metódico. El inglés, señor mío, es completamente, pero completamente incapaz de emoción y de imaginación… El peligro está fuera. Por fortuna, la mar nos aísla de la poesía.
¡Ah! ¡Los poetas…! —continuó el hombre de la City—. Los poetas nos llevarían a la revolución. Esa gente dice cosas terribles de una manera muy dulce. No respetan el orden social y se proclaman reyes dentro de sus andrajos. Sobre todo, hablan mal de los hombres de negocios, de los industriales y del pequeño comercio.
Y señalando a un poeta invisible, como bajo el influjo de una pesadilla, el hombre de la City exclamó:
—¡Gooddamn!
Yo le pregunté si había leído a Platón, y él me dijo:
—¿Quién es Platón? ¿Algún poeta? No, señor. No lo he leído ni lo leeré jamás.