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El cielo es una colonia
Оглавление¿Extranjeros aquí?
Los ingleses consideran al cielo como una colonia más. Yo estoy seguro de que cuando una de estas viejas inglesas beatas llega al paraíso, su indignación es terrible si ve que allí se le guarda la menor consideración a un francés, a un español, a un italiano o a cualquier otro bienaventurado que no hable inglés.
—¡Cómo! ¿Extranjeros aquí? ¿Hombres del podrido continente?
Yo conozco a una miss Jonnes que me lo decía con toda franqueza: «Sólo Inglaterra irá al cielo, porque sólo ella está limpia de pecado. El resto del mundo es una inmundicia: gula, pereza, champagne, juego, jambes en l’aire, literatura libre y corridas de toros. ¡Horrible! ¡Nasty!».
Para esta miss Jonnes, el cielo, como la India, es una posesión británica. Puede que tenga razón. En esto de la conquista del cielo, los ingleses han procedido como en la de sus otros territorios: con mucha disciplina y con mucho dinero. Ha sido una conquista militar hecha a tambor batiente por el Ejército de Salvación. ¿Cómo es que, en las recientes fiestas, entre las tropas coloniales, este ejército no ha tenido representación ninguna? Es un ejército que cuenta más de seiscientos mil soldados en pie de guerra. Tiene cabos, sargentos, capitanes, coroneles, cuarteles enormes en toda Inglaterra y aliados en el mundo entero… Yo he visto muchas veces sus batallones desfilar a paso de carga por las calles londinenses. Un ruido enorme los precedía. Trompetas, tambores, cornetines, clarinetes, platillos… Detrás, perfectamente alineadas, venían una serie de inglesas altas y viejas, de apostura marcial, mostrando unas pantorrillas sin carne, con unos paraguas muy largos en la mano y unas plumas en el pelo, a manera de las que usan los salvajes para asustar al enemigo. ¿Quién osaría disputarle una parcela de cielo a tan aguerridos soldados? Yo no lo he intentado nunca. Al paso del Ejército de Salvación me he refugiado siempre en el quicio de una puerta, y me he dicho:
—Estos ingleses, después de apoderarse de los mares y de la tierra, se nos apoderarán también del cielo.
Yo ya me imagino lo que será el cielo en manos de los ingleses. A las ocho y media, los bienaventurados tomarán el break-fast: un huevo con jamón, pescado frito, té o café, pan y manteca; a las doce el lunch: roast-beef frío, ensalada de remolachas, pudding y queso; a las cinco, té con pastas; a las siete, el dinner: sopa o pescado, roast-beef caliente, pudding y queso. Todos los bienaventurados se pondrán el smoking para cenar. No se podrá fumar en el comedor. De vez en cuando se organizarán gardens-partys. Se hará mucho sport. Por las noches habrá soirés musicales. Los domingos, supresión de todo espectáculo y prohibición absoluta del juego. Inútil añadir que todo estará cerrado a las doce y media de la noche.
Los ingleses destruirán todo el encanto de la divina morada. Que hablen los indios. Ellos también tenían poesía y leyendas.
Llegará uno al cielo y le obligarán a afeitarse el bigote. Los policemen, grandes, enormes, impasibles, no le permitirán a uno la menor infracción a las Ordenanzas del Municipio celeste. El cielo no responderá, en modo alguno, a esta descripción encantadora que hizo de él un gran escritor cien años atrás, esto es, antes de la dominación inglesa: «Se come de la mañana a la noche; las aves, asadas, vuelan aquí y allá, con la fuente de la salsa en el pico, y se sienten muy agradecidas cuando alguien las coge para comérselas; las tortas mantecosas crecen en el campo; por todas partes se deslizan alegres arroyos de consomé y de champagne, circundados de árboles, en cuyas ramas flotan blanquísimas servilletas; se come, se enjuaga la boca y se come de nuevo sin que el estómago experimente la menor fatiga. Se cantan salmos, se juega y se bromea con los tiernos angelitos, o se va de paseo a la verde pradera del Aleluya. Ningún dolor, ninguna molestia, ni aun cuando un transeúnte os pisa los callos».
En aquellos tiempos valía la pena de ir al cielo; pero ahora aquello será una especie de boarding-house inglés. El clima seguirá siendo agradable; pero el régimen alimenticio dejará mucho que desear.