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El hombre de negocios
ОглавлениеLa conversación y la ganancia.
Padres de familia: si queréis lanzar a vuestros hijos en el mundo de los negocios, no los enviéis a educarse a Inglaterra. ¡Cuántos hombres no se han quedado sin un céntimo por su preocupación de hacer sus negocios a la inglesa! Últimamente yo he conocido en Bruselas un español que se metió en un negocio de teatros. En cuanto le vi hacer las primeras gestiones le pregunté si se había educado en Londres.
—Sí —me contestó—. No hay gente como aquélla para los negocios, «¿Cuánto?». «Tanto». «¿Le conviene a usted?». «Bueno». «¿No le conviene?». «¡Pues adiós!». El tiempo es oro.
A las ocho de la mañana comenzaba a recibir coristas. Las coristas empezaban a hablar.
—Nada de discursos. Esto vamos a organizarlo a la inglesa. ¿Estarán ustedes mañana a las cinco en el ensayo?
—Verá usted… —decía uno.
—Es que…
—Nada, nada. A las cinco se ensaya. ¿Les conviene a ustedes asistir al ensayo o no?
Los coristas decían que sí.
—¿Ha visto usted? —me preguntaba el empresario—. Un francés hubiera hablado aquí tres horas y no hubiera podido ponerse de acuerdo con esta gente.
Al otro día no se presentaban a ensayar más que dos o tres coristas. El empresario estaba enfurecido.
—¿No le convienen a usted los coristas? —le decía yo—. ¿No son serios? Pues échelos usted a la calle.
—Es que…
—No. Nada de discursos. ¿Le convienen a usted o no? Hacían falta trajes, y se llamaba a un sastre.
—¿Puedo contar con los trajes el lunes al mediodía?
—Mire usted que el lunes… Yo haré todo lo posible.
—Nada de hacer lo posible. ¿Puede usted tener los trajes listos o no? El sastre decía que sí, y el lunes no había trajes.
Total: que al cabo de quince días, el empresario, que había presupuestado veinticinco mil pesetas para el negocio, llevaba ya gastadas treinta mil.
Y es que los negocios se hacen muy bien con los ingleses. Como todo lo ven en números no tienen más que decirse: «¿Cuánto?». «Tanto». Se citan a una hora y acuden exactamente; se comprometen a hacer una cosa, y la hacen. Los ingleses son hombres de precisión. Pero ni los franceses, ni los belgas, ni los españoles, ni los italianos son como los ingleses. ¡Mire usted que querer entenderse por medio de monosílabos con cincuenta coristas, que el que más y el que menos se cree un Talma!
¡Pues no es labia la que hay que tener para manejar a esa gente!
«Sí». «No»… ¿Y el pero? ¿Y el como? ¿Y el según? ¿Y el verá usted? ¿Y el tal vez? El hombre de negocios a la inglesa no cuenta con ninguno de estos formidables obstáculos continentales. Los ingleses son máquinas. Hacen una cosa o no la hacen. No tienen complicaciones ni reservas. Pero los hombres del continente son otra cosa. En el continente, para ganar dos pesetillas, hay que hablar una barbaridad. Aquí, un viajante de comercio, enseña una muestra. Si la cosa conviene le hacen un pedido, y si no, no. Ahí cada viajante tiene que ser una especie de don Segismundo Moret. Don Segismundo Moret vendería el género más abominable del mundo; y en cambio Merino no lograría colocar ni un retazo del mejor paño inglés.
Yo compadezco a toda la juventud que está preparándose aquí para lanzar negocios en España. Llegarán ahí, no querrán pronunciar discursos, no se valdrán de influencias, no embriagarán a la gente, procederán con mucha seriedad y se quedarán sin un céntimo.