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Diferencia de razas
ОглавлениеPsicología de la blasfemia.
Es indudable que un hombre que jura mucho probablemente no tiene dos reales. Por eso juramos tanto los españoles. Los italianos juran de un modo bastante pintoresco; pero no tienen nuestra energía ni nuestra convicción. En cuanto a los franceses, yo recuerdo haber hecho ya un artículo acerca de su modo de jurar.
—¡Cre nom de nom! ¡Bon Dieu de bon Dieu…! ¡Sacrée tonnerre…!
Y al decir esto, los franceses ruedan las erres procurando darles una onomatopeya terrible. El inútil. Todas esas frases carecen de sentido y son como una falsificación de la blasfemia. El francés, aun en el momento de mayor indignación, no se atreve a decir concretamente nada ofensivo para las instituciones divinas, y se conforma con hacer un vago ruido para manifestarles su enojo: ¡Cre nom de nom! Es lo mismo que esos hombres que cuando están indignados se pasean a grandes zancadas, tosen y soplan.
Los ingleses, por su parte, no blasfeman nunca. No hacen ni siquiera un ruido irrespetuoso. ¿Cómo ha de blasfemar un pueblo tan disciplinado? Además, los ingleses son unos hombres prácticos; confían en su trabajo para vivir y no en la Providencia; de modo que si un negocio les sale mal, nunca se les ocurre hacer a la Providencia responsable del fracaso. En España es todo lo contrario. Ahí todos entregamos nuestros asuntos en manos de la Providencia. El buen Dios es para nosotros como un agente de negocios o como un pariente acaudalado que debe darnos de cuando en cuando para un café y para una cajetilla. ¿Contra quién va a descargar su indignación el español que se encuentra sin dinero? ¿Contra su cliente? ¡Si no lo tiene! ¿Contra su jefe? ¡Si tampoco tiene jefe! ¿Contra su socio? Pero si no tiene socio ninguno, porque no trabaja. Y el español comienza a vociferar contra la Providencia, que no se preocupa de él.
¡Qué bien blasfema el español! Y, sobre todo, ¡qué convicción más admirable la suya al inculpar al cielo de su carencia de numerario! Analizando el espíritu de nuestras blasfemias, se puede llegar a deducir que hasta ahora nuestra única fuente de ingresos es la Providencia.
Los ingleses nunca hablan mal de la Providencia ni del Gobierno. Sus insultos más terribles son éstos: Son of a gun (hijo de un fusil), son of a bitch (hijo de un perro), bloody man (hombre ensangrentado) y dirty pig (cerdo sucio). Estos son los insultos concretos que se dirigen unos hombres a otros. También son muy insultantes en labios de un inglés las palabras «extranjero», «haragán» y «hombre sin dinero». En cuanto a los insultos abstractos, esto es, a las exclamaciones que se profieren cuando nadie tiene la culpa de nuestras desgracias, los ingleses no saben decir más que damned (condenado). Generalmente, en vez de dirigir sus odios contra el Destino, contra el Gobierno o contra la Providencia, ellos los dirigen contra sus botones, y dicen: —Condenados mis botones.
Blasfemar, lo que se llama blasfemar, no se hace en Inglaterra. Ante todo el respeto y la disciplina. Un español blasfema contra todo lo existente, porque cada español está en lucha contra todo lo existente. Cada español, como el marqués de Bradomín, ha dividido a España en dos grandes bandos: uno, él, y el otro, todos los demás. Cada inglés, ante un tipo que le ha hecho una mala jugada, se dice:
—De mi lado estamos todos los ingleses, y del otro, ese bloody man (hombre ensangrentado).