Читать книгу La hija del huracán - Kacen Callender - Страница 15
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Soy una hija del huracán. No significa nada especial, salvo que nací en mitad de un huracán. Mi madre contaba esa historia al menos una vez al mes; y a veces dos, si tenía un ataque de amor, cuando se ponía tan cariñosa que me daba miedo que me fuese a ahogar y quería compartirlo conmigo recordando el momento en que nací. Por eso recuerdo la historia casi de memoria: no solo las palabras, sino también las pausas, cuando mi madre se detenía y cerraba los ojos y la boca se le curvaba en una sonrisa.
Era su historia favorita. No esperaba que yo llegara esa noche, pero al igual que no siempre puedes saber cuándo se va a morir alguien y va a dejar este mundo, yo irrumpí en él un mes antes de lo previsto. En ese punto de la historia, mi madre sonreía. Mi padre estaba fuera, como el buen hombre que era, ayudando a unas vecinas a atar los techos y reforzar las ventanas de sus casas. Y, aunque ya había móviles por entonces, a veces parecía que una barrera mágica impedía el paso de cualquier tecnología a Water Island, que seguía como siempre había estado; así que esa noche mi madre gritó y gritó, pero nadie la oyó.
Llenó la bañera de agua tibia y se metió en ella, y se quedó allí mientras la tormenta azotaba las islas antes de lo que nadie esperaba; la lluvia caía a raudales sobre el techo de la casa; el viento arrancó la ventana de la cocina y alzó el mar contra nuestra casa. El piso de abajo se llenó de agua, tanta que le llegaba a las rodillas a un hombre adulto. Y siempre que le preguntaba a mi madre, ella decía que sabía que aquello no era solo un huracán, sino también una manga de agua; una especie de tornado que nace en el océano y que arrasa la tierra hasta que muere, del mismo modo que algunos insectos nacen y mueren todos en el mismo segundo.
Mi madre apretaba los puños. Decía que mi padre se había tenido que quedar en casa de la vecina y estaba escondido junto a una de las ancianas bajo el fregadero, pero en cuanto la manga de agua dejó de rugir, salió de allí y corrió bajo la tormenta hasta que nos encontró: a mi madre, sentada en una bañera de agua sanguinolenta, y a mí. Aunque había nacido un mes demasiado pronto, era como si hubiera estado en su barriga un año, porque era enorme y lloraba a pleno pulmón por encima del viento y la lluvia. Casi como si no perteneciera a este mundo. El huracán me arrancó del mundo de los espíritus y me escupió en este. Mi madre me besaba la mejilla y me acariciaba el pelo.
Nunca me dijo lo que significaba ser una hija del huracán. Eso no era parte de la historia. Pero me entero de lo que significa cuando las ancianas que viven cerca vienen de visita; su amiga muerta lo susurra. Que es una maldición nacer cuando hay un huracán. Que no tendré suerte durante el resto de mi vida y que la tristeza me seguirá dondequiera que vaya.
Y él te llamó melancolía.
Pues me trae al pairo esa maldición. Escupo sobre esa maldición.
No necesito la suerte de este mundo para vivir. Ni siquiera necesito caerle bien a nadie.
Solo tengo una cosa que hacer: encontrar a mi madre. Eso es todo lo que necesito.