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Llegan visitantes a Water Island. Como yo veo las cosas que nadie más ve, no sé si alguien más ve a las visitantes aparte de mí. Alquilan una casa que está al otro lado de la colina quemada de Water Island. Nuestra isla tiene una colina con una cicatriz, una marca calcinada que brilla como una sanguijuela enorme, porque un día de Carnaval, hace casi siete años, alguien prendió fuegos artificiales en la costa de Santo Tomás y nos explotaron encima, aunque en teoría los fuegos artificiales explotan sobre el mar. Mi madre estaba en casa todavía y me mandó a la cama, porque decía que así, si llegaba el fuego, no vería a la muerte; pero mi padre me cogió de la mano y ambos salimos a ver qué pasaba. Yo tenía cinco años y pensé que el sol se estaba cayendo del cielo. Me creí valiente, porque era capaz de quedarme quieta y mirar directamente al sol que se derrumbaba sobre nosotros.

Luego llegaron los helicópteros a echar agua de mar sobre la colina, y mi madre y mi padre y yo salimos vivos, pero por entonces ya se había quemado la casa de la cima y había muerto el hombre que vivía allí. Mi madre decía que los niños son niños porque no saben nada de la muerte, así que supongo que ese día dejé de ser una niña. Dejaron el esqueleto ennegrecido de la casa allí arriba, como una lápida. Se quedó allí hasta que el huracán también se lo llevó.

En teoría, Water Island es una de las Islas Vírgenes de los Estados Unidos, pero a nosotros nadie nos santificó como a Santo Tomás, Saint John o Saint Croix, así que casi todos se olvidan de que existimos. Llevan olvidándose de Water Island desde la época en que había esclavos. Como nadie recordaba que Water Island estaba al lado de Santo Tomás, los esclavos huían a Water Island para ser libres. No tenían que esconderse cuando pasaba un barco lleno de hombres blancos, porque ni siquiera miraban en su dirección. Supongo que algunos esclavos comenzaron a pensar que la isla era mágica, tan mágica que nadie ve sus colinas salvo quienes ya las conocen. Nadie sabe de quién es la magia, pero lleva aquí todos estos años, así que soy invisible siempre que estoy en Water Island y eso me gusta. Total, nadie me mira igualmente.

La casa que está al otro lado de la colina quemada llevaba en alquiler desde antes de que yo naciera, pero como todos se olvidan de Water Island, nadie venía a vivir en ella. Me fijo en las visitantes, que están en el embarcadero del ferry, bajando de la lancha del señor Lochana. Son una niña y su madre. Ella es un poco más pequeña que yo y, cuando me ve, no desvía la mirada. Tiene la nariz de mi padre.

La primera noche que pasan las visitantes en Water Island, voy a dar un paseo para verlas en la casa alquilada del otro lado de la colina. Antes de que me acerque, la niña me ve desde el porche. Clava la mirada en mí hasta que me marcho de nuevo.

La hija del huracán

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