Читать книгу La hija del huracán - Kacen Callender - Страница 21
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La niña con la nariz de mi padre comienza a bajar por el camino. Tiene la piel del color de la miel, como mi padre. A menudo se para a la sombra de los árboles de guaya y me observa cuando voy a coger la lancha del señor Lochana. No le digo nada a mi padre, pero un día la encuentro justo al salir de mi casa. Tiene las piernas cubiertas de picaduras de mosquitos rojas y los dientes demasiado grandes para su boca.
—Hola —saluda—. Me llamo Bernadette.
Decido que Bernadette no me cae muy bien.
—¿Y a mí qué me importa?
—Tú eres Caroline.
Ha conseguido llamar mi atención.
—¿Quién te lo ha dicho?
No me contesta. Sigue mirándome con esos ojos que parecen agrandarse como globos. Se agacha para rascarse una picadura.
—Rascarse es malo —le digo.
—Pero me pica.
Me cruzo de brazos. Me dice cuándo es su cumpleaños, que es el mismo día que mi madre me dejó para viajar por medio mundo hace un año y tres meses. También me dice que ha venido aquí a conocer a mi padre, porque también es su padre. Huyo antes de que pueda decirme nada más y cierro la mosquitera con tanta fuerza que vuelve a abrirse.
Dentro de casa, no dejo de mirar a mi padre. Espero que diga algo acerca de las visitantes, pero él solo suspira, como un hombre que sabe que la muerte se acerca, que lo atrapará en unos pocos años y que no puede hacer nada al respecto.
—Papi —le digo, porque a la cara siempre lo llamo papi, para que se piense que lo quiero más de lo que realmente lo quiero—, ¿quién es la niña que se ha mudado a la casa de detrás de la colina?
Él suspira de nuevo, como si tenerme frente a él acelerase la llegada de la muerte. Creo que no quiere hablarme de Bernadette.
—Papi —añado—, ¿tú sabes dónde está mi madre?
Él me mira de una manera completamente nueva para mí. Como si ya no fuera la niña que lanza al aire y vuelve a coger, o la niña para la que hacía trucos de magia, un segundo con una pelota en la mano y el segundo después con la mano vacía, o la niña que sacaba a pasear en barca para perdernos en el mar y las estrellas. Ahora me mira como si se diese cuenta de que, en realidad, ya no soy una niña. Esto es algo que yo ya sé desde hace años, desde el incendio de Water Island, pero nunca se lo he demostrado. Ahora se lo demuestro. Al hacerle esa pregunta, mi padre descubre que ya no soy una niña pequeña.