Читать книгу La hija del huracán - Kacen Callender - Страница 9

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Una mañana, mi madre se levantó y se puso a recorrer medio mundo, como dice mi padre. Nos enviaba postales de todos los lugares por los que pasaba, con nombres de ciudades que no sé ni pronunciar, pero las postales dejaron de llegar cuando el océano se alzó y mató a mucha gente. Durante un tiempo, mi padre creyó que mi madre también estaba muerta. Entonces, las postales comenzaron a llegar otra vez desde pueblecitos de Europa, pero estaban escritas muy deprisa, y mi madre tenía cada vez menos que decir en cada postal y de cada lugar. Cuando dejaron de llegar otra vez, mi padre ya no creyó que mi madre estuviera muerta.

Abrir el correo por la mañana se convirtió en un ritual. Los dos, mi padre y yo, nos sentábamos a la mesa de la cocina como si fuéramos a dar las gracias antes de comer. Él sacaba el taco de cartas y facturas que había recogido de la oficina de correos, y abría los sobres uno detrás de otro; yo balanceaba las piernas y esperaba la postal que estaría allí, camuflada entre sobres. Sin embargo, cincuenta y tres mañanas después de recibir la última postal, mi padre dejó las cartas abiertas en una pila ordenada sobre la mesa y me dijo:

—Caroline, creo que no sabremos más de tu madre por un tiempo.

Eso fue todo. Yo me mordí el labio y él arrastró la silla contra las baldosas, se levantó y se fue a armar ruido con las cacerolas sobre el fogón. Yo seguí balanceando las piernas.

Y el nombre de tu padre era dolor.

Y lo supe antes de aquello. Lo supe en ese momento. Todavía lo sé.

Tenía que encontrarla.

La hija del huracán

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