Читать книгу La hija del huracán - Kacen Callender - Страница 8
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Me dedico a vagar mientras una niña a la que nadie más ve me sigue dando saltitos por la calle. Cuando llego a casa, mucho después de la puesta de sol, me encuentro a mi padre en el sofá con una cara tan cansada como la de Jesucristo en la iglesia. Me dice que acaba de hablar con la directora y que me deja volver al colegio mañana, como si fuera algo por lo que debiera dar gracias.
—¿Me has oído, Caroline? —dice—. Puedes volver al colegio mañana.
No digo nada. No le cuento lo de la señora Wilhelmina ni le reprocho que, una vez más, se olvidara de dejarme el dinero sobre la encimera. Si mi madre estuviera aquí, no tendría que decir nada. Me sentaría en el suelo, delante del sofá, con los hombros contra las duras rodillas de mi madre, y ella tomaría un peine y me desharía las trenzas cantando una canción tan, tan bajito que yo ni siquiera sabría lo que cantaba, al menos no al principio; y aunque en la tele estarían echando dibujos, aguzaría el oído para oír la voz de mi madre por encima de la tele.
Porque el nombre de tu madre era soledad.
El día que se marchó y no me llevó consigo, decidí que iría a buscarla. Cuando la encuentre, le recordaré que soy Caroline Murphy, su única hija, y que me quería demasiado para dejarme atrás. Entonces ella se reirá, admitirá su error y me abrazará. Y, aunque la mayoría de gente quiere soltarse a los pocos segundos de que los abraces, mi madre no me soltará hasta que yo se lo pida; y, si de mí depende, nos quedaremos abrazadas para siempre.
—Caroline, ¿adónde vas? ¡No he terminado de hablar contigo!
Llego a mi cuarto antes de que me alcance mi padre. Cierro de un portazo y echo el pestillo tan deprisa que se preguntará de dónde ha sacado su niña esa rapidez. Me siento en el borde de la cama, con mis enormes pies sobre las sábanas y las rodillas abrazadas contra el pecho, hasta que él llama a la puerta con suavidad y me pide por favor que salga. Luego la aporrea y me grita, y me dice que soy una desobediente y que ya tiene suficientes preocupaciones. Luego se queda ahí, esperando, y me llega el sonido de su respiración. Solo abro la puerta cuando le oigo salir de casa e irse a trabajar por la mañana.