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SIMBOLISMO Y MITOLOGÍA

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La mitología es uno de los pocos sistemas que han permane­cido intactos a través del tiempo en la cultura occidental. A través de él nuestros antepasados fueron transmitiendo a cada nueva generación la cosmogonía del lugar, es decir, todos los conocimientos y la forma de ver y entender la parte invisible e incomprensible del universo y de la vida en su totalidad, para que nuestra mente humana racional pudiera acceder de manera abstracta. El que haya permanecido intacta a través de los tiempos se debe a su carácter totalmente abstracto y nada concreto: da lugar a infinidad de interpretaciones per­sonales y nadie ha podido apropiársela ni manipularla, ya que esos símbolos o relatos que describen una realidad superior e invisible nos resultan totalmente incomprensibles, y todos somos conscientes de que no se expresan de una forma li­te­ral. Es cierto que no sabemos qué significa la diosa madre, la madre de Dios o simplemente la diosa o la partícula di­vi­na, como la llama la ciencia actualmente. No obstante, tal vez no es necesario saberlo, tampoco lo sabían nuestros antepa­sa­dos, que identificaron esa energía cósmica creadora univer­sal como fuente inagotable de todas las cosas, omnipresente siempre en todos los lugares del mundo visible e invisible.

Ellos tuvieron siempre claro que con la mente no se po­día llegar a ella, que era imposible, y ya que de alguna mane­ra te­nían o querían acceder, o mejor dicho hacerse asequibles a ella, entendieron que solo el alma podía enfrentarse a esa energía cósmica, ya que es de naturaleza similar. Por esa ra­zón daban tanta importancia al cultivo del alma y desarrolla­ron los impresionantes métodos y templos que existen por todo el mundo, y muchos más que han desaparecido, lugares especiales para despertar y entrar en contacto con el alma, casi siempre adormecida por el impacto del mundo material y su aparente absolutismo. En estos templos o lugares diseña­dos y construidos con el propósito concreto de sanar el alma se producían conexiones curativas mediante la invoca­ción de esa energía sanadora o la diosa y la conexión con el alma per­sonal, que es la diosa en nuestro ser más íntimo y puro. A tra­vés de esta selección establecida mediante invocación ritualizada, es decir, con método práctico diario, in­tentaban man­tener el orden y el equilibrio interno-externo del ser hu­mano sin que interviniera el consumo de produc­to alguno.

Nuestra cultura occidental, y más concretamente europea, ha tenido varias fuentes originales donde han confluido diferentes corrientes, unas veces influenciadas por la cultu­ra asiática, otras árabe, otomana, sumeria, judía, hindú, china, rusa, celta, mongol, esquimal, grecorromana… Los nombres han ido variando con el tiempo, pero la esencia se ha mante­nido inmutable.

Actualmente hemos perdido el contacto con esa esencia, pero no por eso ha dejado de existir ni de ser efectiva; igual que siempre, sigue actuando para las personas que quie­ran y sepan utilizarla. La humanidad actual no es diferente, aunque muchos están convencidos de que sí lo es. En rea­lidad, res­pi­ramos por los mismos conductos, caminamos con las dos pier­nas, trabajamos con los dos brazos, dormi­mos en posi­ción horizontal, comemos, bebemos, sufrimos, experimen­ta­mos alegría, enfermamos y morimos… ¿Hay alguna diferencia?

Solo nuestra mentalidad ha cambiado, se ha vuelto más ma­terialista, nos hemos dejado poseer y convencer en nues­tra mente racional por la apariencia de la materia, pero, como dicen todas las corrientes filosóficas, la mente es solo un ór­gano interpretativo, ni siquiera es el perceptivo de lo que nos rodea. Según aseguran los grandes sabios de la humanidad de todos los tiempos, todo lo que vemos a nuestro alrededor no es real, es ilusión, por ejemplo, como dice Buda. La prueba de que nuestra mentalidad no tiene base sólida es que las cre­en­cias a las que nos aferramos como tablas salvavidas pode­mos cambiarlas, si queremos, en una fracción de segundo, por­que no son nada más que pensamientos a los que hemos decidido dar mucha importancia. Incluso podemos hacer­lo en me­nos tiempo, si así lo decidimos, pues sabemos que el pen­samiento viaja más rápido que la velocidad de la luz —300 000 km/s—. Según la física, esta velocidad es la única constante invariable que se produce en el universo; en cam­bio, no podemos modificar o reparar nuestro cuerpo físico a esa velocidad.

La frase «El que no revisa, observa y aprende de las ex­periencias del pasado está obligado a repetir los errores eter­namente» expresa claramente esta idea que quiero transmitir sobre nuestro pasado ancestral y nuestra mentalidad actual, que deberían fusionarse, no desconectarse. El tiempo no es un concepto lineal como nuestra mente nos dice, es decir, no se trata de una línea recta donde el pasado va quedando atrás, el presente es ahora mismo y el futuro no existe porque está por venir… La física nos explica que es una espiral multidireccional y cíclica; de hecho, la teoría ecuacional de la mecánica cuántica asume que podemos vivir o interactuar en diferentes dimensiones a la vez, aunque nuestra mente ra­cional no lo registre. Según los físicos, el concepto del tiem­po solo existe en nuestra mente.

Con esta introducción quiero mostrar que las enferme­dades las generamos nosotros mismos al no tener nociones claras de cómo alimentar, mantener y reparar nuestro propio organismo. El hecho de no saber cómo preservar nuestra sa­lud nos justifica para autorizar a otras personas a que lo hagan por nosotros y depositamos nuestra salud en sus manos. Pue­de suceder que esos profesionales a los que hemos encar­gado que se ocupen de nosotros y de nues­tra salud nos orienten bien y sepan cómo hacerlo, de forma correcta, pero tam­bién puede ocurrir que no conozcan en profundidad nuestro ser íntimo y total, ni cómo producir esos procesos de cambio en nuestro interior. Nadie lo pue­de producir por nosotros, como nadie puede respirar, sentir o comer por nosotros.

Los sistemas aplicables en el proceso de curación no deberían alejarse ni un milímetro de los procesos de la naturaleza porque pertenecemos a ella, es nuestra madre, somos una síntesis de toda la naturaleza.

Lo que está afuera está dentro, el microcosmos

es un reflejo del macrocosmos, lo que está arriba

es igual a lo que está abajo.

HERMES TRIMEGISTOS

El conocimiento de las leyes naturales más importantes que actúan en la reparación y mantenimiento de nuestro organis­mo debería ser uno de nuestros objetivos en la vida, ya que es la clave de la conservación y el buen funcionamiento de nuestro cuerpo, algo imprescindible para vivir; de su correcto mantenimiento y prolongación dependen nuestra salud y toda nuestra vida.

Hombre, conócete a ti mismo y conocerás

el universo y a los dioses.

ORÁCULO DE DELFOs

Se considera un error introducir en el cuerpo sustancias que nada tienen que ver con ninguno de sus procesos vita­les y naturales. Lo agreden, lo intoxican y no pueden resca­tar­lo de la enfermedad porque no poseen ningún principio universal reparador. También es un error agredir a la naturaleza como lo estamos haciendo, abusando, contaminando hasta extre­mos de autolesionarnos a nosotros mismos y provocarnos enfermedades, algo que, si tuviéramos una conciencia más despierta, no haríamos.

Para concluir, me gustaría indicar que distinguimos dos áreas bien diferenciadas: «la enfermedad», o interrupción del fluir natural de los procesos del organismo, y «la medi­cina», del tipo que sea, ya que, aunque existen varios méto­dos, si arrancan de la misma raíz universal, todas confluyen en ese punto que he venido exponiendo, donde el único ob­jetivo es restablecer el orden natural interrumpido. Estas dos áreas son campos muy diferentes que no debemos confun­dir, aunque el objetivo solo es uno: la salud. Pero para repa­rarlo, hay que conocer con precisión la enfermedad.

Las mismas fuerzas poderosas de la naturaleza con nom­bres simbólicos, descriptivos de sus funciones, siguen vigen­tes actualmente, aunque les demos la espalda todo el tiempo. Podemos invocarlas porque viven y están en cada uno de nosotros, como siempre se hizo en el pasado, a través de to­das las culturas y civilizaciones. El objetivo es mantenernos conectados a ellas y dejarnos afectar e influenciar por esas leyes cósmicas para mejorar nuestra salud, que abarca la to­talidad de nuestra vida y que debería ser una prioridad.

Los textos que mostraré en este libro pretenden ir en esa dirección: aportar unas bases adquiridas a lo largo de la ex­periencia de años de observación y estudio conviviendo cada día con la naturaleza, la medicina y la salud, tres áreas que, si logramos fusionar de forma correcta, nos proporcio­narán el equilibrio que buscamos. Aunque no sea fácil, creo que debemos intentarlo.

Macrobiótica I

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