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Оглавление¿El amor es ciego?
Como lo adivinarán todos mis lectores, hasta el presente momento no me he colgado de ninguna parte. El lazo aquel blanco y nuevo, está hoy amarrando un ternero. Pero les juro que no fue por miedo, sino por dos razones de mucho peso: la primera, porque estoy seguro de que mi papá no tenía con qué pagar el entierro y yo no quiero que me dejen comer de los gallinazos, como a cualquier burro muerto; y la segunda, porque... ¡al fin me conseguí una novia!
El objeto de mi amor, el cofre de mis pensamientos, es una encantadora forasterita que vino hace como veinticuatro años de la vecina ciudad de Revientaquijadas. Os la voy a describir en dos plumadas, para que admiréis mi buen gusto, en cuestiones femeniles: es un poquito flacucha y fea, poco más o menos como una escoba vieja; tiene unos ojos atormentadores de vaca agonizante y unos dientes blancos y pulidos de caimán neurasténico; las narices un poco chatas, pero fue que la pobrecilla se dio una tremenda caída por allá en su juventud, es decir, en tiempos de Matusalén o no sé de quién; habla tan dulcemente, como rajando guaduas o como si estuvieran ahorcando ocho cochinillos a un tiempo; pero, lo que más me admira en esta delicada personita, es su modo de caminar: lo hace despacio y a grandes zancadas, como un caballo flaco. Y entre muchas otras cualidades responde al sonoro, cuanto modesto y emocionante nombre de Casimira. Casimirota, como yo la llamo cariñosamente.
Mis suegros son un tesoro. Don Cucufate, que es el papá, y que vendía longaniza al por mayor en Revientaquijadas, es un señor muy bravo que me ha amenazado con darme unos cuantos puntapiés en el… en las… en los… ¡en las costillas! Mi suegra sí es una delicia de vieja. Una estimable señora que hace equilibrio entre los ochenta y los ciento cuarenta y cinco; aunque un poco sorda, responde al bíblico nombre de Gumersinda Espantarratones. Sordita, pero ve más que un telescopio. Apenas asomo a la esquina cuando dice con unos gritos y aspavientos que se oyen desde el páramo: “¡Allá viene el hijo de don Picaporte. Ese papanatas, tragaplatos, zancas de víbora, dientes de gallina ciega!”.
“¡Casimira! ¡Entrate pa’dentro, antes de que te rompa las costillas a escobazos!”. (Primero se rompe la escoba, dirá algún chusco.)
Casimira, que es un dechado de obediencia, se entra como perrita regañada y yo me quedo plantado como lorito en estaca renegando de todas las suegras del mundo y del diablo que las echó a la tierra, con los alacranes y otras alimañas, para atormentar a la humanidad.
Sin embargo, todos los días estoy más enamorado de Casimira aunque casi ni la veo y a pesar de sus defectillos.
¿Será que el amor es ciego como me decía cierta noche una bruja perversa? Si es ciego, mi suegra fue la que le arrancó los ojos.
Glóbulo Rojo, Pereira, 21 de abril de 1917.