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San Antonio y yo

San Antonio y yo estamos hoy que no nos podemos ver ni pintados. Como Ustedes saben, San Antonio es el abogado de todas las muchachas feas del mundo y de algunas bonitas de Pereira.

Pues bien: ayer, cuando entré a la Iglesia a rezar unos ocho padrenuestricos y unas diez y seis avemarías, por todos mis pecados y por los de mis prójimos, vi a una linda morena arrodillada a los pies de un santo que se me pareció mucho a San Antonio. Por supuesto, me tragué los padrenuestros y avemarías que llevaba, y me puse a mirar a la divina rezadora.

Tenía una mantilla española y negra alrededor de la carita y de los hombros, y unos ojazos tan negros como la mantilla; además, le caían sobre la frente unos crespitos matadores y tan negros, por lo menos como los ojazos; los labios se destacaban entre tanta negrura, encendidos como florecitas de písamo. A mí me enamoraron, más que todo, los crespitos. Una muchacha que se sepa sacar bien los cachaquitos, me enciende los sesos.

La encantadora morena de mi cuento, por lo que pude colegir, le estaba pidiendo a San Antonio un novio para Semana Santa. “Delicioso —pensé para mis adentros— ya tengo novia para Pascua” y me puse a hacerle señitas al buen santo para que me colocara como candidato.

Pero nada. Me desesperé y rogué inútilmente. El dulce y humilde San Antonio, con una sonrisa placentera, le indicó como novio, a la niña de los crespitos, a un patán, que no va a misa, ni reza, y que según dicen, es hasta poeta.

¿Comprendéis por qué San Antonio y yo no nos podemos ver ni pintados?

Glóbulo Rojo, Pereira, 4 de abril de 1917.

Nueva antología de Luis Tejada

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