Читать книгу Penélope: El día que me casé, otra vez - María Cecilia Zunino - Страница 11

Capítulo 5

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Tus manos. A pesar de tu atractivo que pude admirar en la pileta, en realidad, lo primero que miré con sumo interés fueron tus manos.

En ese viaje, pude ver algo de lo que eran capaces. En el futuro las vería desplegar todas sus virtudes y bondades.

Esas manos grandes, fuertes, no parecían ser las manos de un niño bien de Barrio Norte. No, señor. Esas manos eran capaces de todo y de mucho. Esas manos lucían sabias y experimentadas. Ansiaba descubrir si eran ásperas o suaves, a pesar de su aspecto. Deseaba superponerlas con las mías y comparar su tamaño, color y textura. Deseaba descubrir quién era el dueño de esas manos que me seducían sin razón aparente.

En principio, me llevaron a tachar un par de ítems más de mi listita…

La segunda noche de estadía en el campo nos daría ciertas pistas de quiénes éramos los dos. Primero: ¡Sabías cortar cebolla! Segundo: Yo me adelantaba a lo que vos esperabas. Intuitivamente. Espontáneamente. Eso llamó de nuevo tu atención.

Tus manos, fuertes y varoniles, habrían de hacer maravillas en mí. Armarían fuegos en ardientes chimeneas; cocinarían boccatos di cardinalle solo para mi boca; rozarían mi cuerpo con fricción ardiente como el fuego de aquellas chimeneas; llenarían mi cabello de caricias como de ángeles del mismísimo cielo, y también el cabello de mi hija, de mis hijos… de tus hijos… de nuestros hijos.

Durante esa noche en el campo, tus manos mostraron seguridad y sabiduría: sujetaron con firmeza tabla, carne y cuchillo, y encararon un corte de cebollas delicioso. Una tras otra.

Quedé absorta. Jamás de los jamases hubiese imaginado que podría enamorarme de una mano sosteniendo un cuchillo y rebanando un vegetal. Enorme gracia. Enorme firmeza. Enorme deseo el mío. Es que los gestos y el lenguaje corporal lo dicen todo, si es que uno se atreve por fin a mirar más allá.

Luciano y Justo se quedaron preparando tacos para la cena. Mela y yo nos fuimos cuchicheando al pueblo en busca de una señal telefónica y de víveres varios. Traje un par de cervezas rubias para maridar con los tacos. Esas que no me pediste, pero que deseabas beber. Cumplí con tu deseo callado. Otra vez llamé tu atención. Vos también me estabas observando.

Ni bien llegué de aquel caluroso viajecito al campo, mandé a imprimir algunas fotos. Cuando se las mostré a mamá, brujita como siempre, de inmediato pegó un salto y te señaló.

—¿¿Quién es el de la foto??

—Es Luciano, el padrino de Renata.

—¿Es italiano, nena?

—Sí —respondí—, la familia es piamontesa…

—¡Del Norte! ¡Qué bien, nena! ¿Es soltero? —insistió.

—Sí —respondí.

—¿Tiene hijos?

—No.

—Ah, este me gusta, creo que me puedo morir en paz, nena.

—¡Ay, mamá! Nada que verrrr… además, es de River.

Silencio.

One hundred and twenty-four out of one hundred and twenty-five, no está nada mal… en realidad, no se puede tener todo en la vida, pensé…

—¿Y por qué es soltero? —irrumpió.

Silencio.

En el momento no puede contestar. El tiempo me regaló la respuesta: porque me estabas esperando a mí, Luciano Filiberti.

«Te soñé», me dijiste un atardecer inolvidable, tiempo después; no sabías que yo existía, dijiste…

Sos mi sueño hecho realidad, Luciano… qué bueno que existas…

Penélope: El día que me casé, otra vez

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