Читать книгу Penélope: El día que me casé, otra vez - María Cecilia Zunino - Страница 15

Capítulo 9

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Me acuerdo de Dani, uno de mis alumnos particulares de las empresas en las que yo daba inglés, aprovechando los saberes de mi linaje. Ay, las empresas… ¡Qué mundillos! Allí, en una empresa, se voló mi ex. Allí se mezclan las almas descarriadas. Allí se sacude el cubilete y se vuelven a tirar los dados una y otra vez.

Dani… pobre Dani. Huérfano de madre. Necesitado de afecto maternal. Estaba felizmente casado. Hacía ya un par de años que le daba clases en su oficina. Siempre me hablaba de su adorada Andy, su mujer. Y yo le contaba de mí, de que soy hogareña, de las pastas que me enseñó a amasar mi mamá, de los postres ingleses que vienen de generaciones en mi familia y que yo le preparaba a mi maridito…

Fui madre en el ínterin y también se transformó en tema de conversación. Es que las clases de inglés a veces se convierten en gabinetes de psicología barata que amainan un poco la soledad del que está de ocho a nueve horas encerrado en un cubículo, con extraños que ni les interesa conocer, pero con quienes debe interactuar como si fueran todo lo que tienen.

Con Dani, cuando me divorcié, todo fue distinto. Empezó a mirarme de otra forma, a hablarme en un tono desconocido por mí. Empezó a mirarme con deseo. Yo, para variar, no me daba cuenta por qué. Me gustaba ir a esas clases porque me sentía importante, tenía un rato de desahogo, por una vez en la vida, a mi favor.

Un día, me quiso contar un sueño. Un sueño que había tenido conmigo. La paparula, o sea yo, le dijo:

—Dani, as long as you say it in English you may tell me whatever you want.

Hete aquí que sus fantasías oníricas estaban ampliamente fuera de lugar, aunque debo admitir que fueron expresadas en un excelente inglés.

Cuando al fin comprendí lo que estaba intentando proponerme, me tomó de la mano con la intensión de tranquilizarme y, con inmensa ternura y ojitos de perro abandonado me dijo:

—Yo no te quiero solo para las horas que compartimos aquí. Ya no me bastan. Yo quiero verte en la intimidad, quiero que me cocines, que me hagas el desayuno desnuda, luego de hacer el amor, quiero que me mimes y que me cuides y también quiero que seas mi mamá.

«What???, me tengo que ir de acá YA», pensé.

¡Qué momento! ¡Qué situación! Juro que lo comprendo, que lo abrazo con mi alma. No lo juzgo. ¿Cómo lo voy a juzgar? Pero nada de eso pude darte, Dani. Nada.

Pobre Dani y su vacío, y su inmensa soledad de ocho a nueve horas al día. Llegaba a su casa y estaba completamente solo. Andy era asistente de dirección en la tele y trabajaba hasta entrada la madrugada. ¡Qué soledad!

No es bueno que el Hombre esté solo. Dani quería una madre-mujer-amante. Y yo lo abandoné.

Se quedó sin mí también.

El sueño del hombre-niño no podía ser.

Afortunadamente, la historia de Dani y su Andy tuvo final feliz. Me lo crucé hace unos años y me dio la buena nueva: había sido padre de una hermosa beba que le llenó la vida. Su mujer dejó su trabajo tras bambalinas, y se acogió a las bondades de la vida en familia. Me dio una inmensa alegría y, por sobre todo, mucha paz. Todos tenemos nuestros momentos flacos. Lo importante es poder capitalizarlos y salir adelante con más fuerzas.

Penélope: El día que me casé, otra vez

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