Читать книгу Penélope: El día que me casé, otra vez - María Cecilia Zunino - Страница 6

Introducción

Оглавление

¡Me caso! ¡Encontré a mi futuro marido! ¡Sí! ¡Al fin puedo gritarlo! El hombre ideal. Mi Hombre, con mayúscula.

El único detalle es que lo encontré a mis cuarenta años, tengo tres hijos de distintos padres y un divorcio encima, pero, bueno… “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” Yo, por mi parte, no puedo tirar ninguna. ¡Ni siquiera las encuentro!

Siento un gran alivio al tenerte a mi lado, hombre de mis sueños. Sí. Debo reconocer que aquello de los cuentos de hadas ha disparado más de una ilusión archi-romántica en mí, a lo largo de la vida. He crecido con ciertas ideas fijas que me han costado prácticamente cuatro décadas para recién comenzar a superarlas. Pero, como dije, ¿a quién no le ha costado quitarse los velos e intentar encarar la vida con reglas propias y no impuestas o heredadas? Como mujer nacida en el siglo veinte, soy una más de las tantas que añoró un deseo ajeno y lo defendió con uñas y dientes, como si en realidad hubiese sido el suyo…

Después de grandes sufrimientos y desazón por haberme caído, y de un golpazo haber entendido que nuestros verdaderos sueños a veces están reprimidos y ocultos detrás de todos los velos y mandatos impuestos desde el día en el que pisamos este mundo; luego de haber padecido lo indeseado y llorado como una Magdalena, me puse intransigente. Me fui de mambo (como decimos en Argentina), y me senté, lápiz afiladísimo en mano, y elaboré mi famosa listita. Sí, sí. La Listita. La listita del hombre de mis sueños. No me avergüenzo, porque sospecho que no soy ni seré la única en haberla redactado. Y, claro, después de que te quemás con leche... con más razón afinás el lápiz con saña.

Y, bueno, la listita tenía como ciento veinticinco ítems e incluía desde tu signo del zodíaco, pasando por tu estructura ósea y tus dotes como amante, hasta que supieras cortar cebolla con la precisión de un cocinero experto… realmente no eras fácil de encontrar, amor de mi vida… pero aquí estamos, a punto de pisar el altar…

Cuando nos conocimos, yo ya tenía a mi primera hija: una pequeña demonio de un año y medio, y rulos rojos y enloquecidos, más un divorcio en mi haber. Pero me dije: o lo encuentro con los ciento veinticinco ítems o me voy de monja. ¿De monja? ¡Sí! ¡De monja! La historia de la humanidad está repleta de mujeres que buscaron refugio y bienestar en un convento. Eso de andar saliendo con tipos que te presentan, que ni te calientan o que tienen manitos delicadas (signo de comodidad y poco esfuerzo) o con el pelito súper bien peinado, o con ganas de revolcarse un rato y nada más… no. Definitivamente, eso no es para mí. Ni pensarlo… O al altar con el hombre que cumpla con los ciento veinticinco ítems (y, de ser posible, algunos más) o al convento. Nada de términos medios. Llegué a la conclusión de que ya no me conformo con lo que hay. Por primera vez, creo entender lo que quiero, y eso es lo que deseo encontrar. Intransigente, he dicho.

¿Y si no aparece semejante ser? Me preguntaba, no sin algo de angustia en la garganta (y debo confesar que con un rosario en la mano y cuarenta velitas prendidas a los cuarenta santos que venera mi mamita y que se encarga de que me cuiden y me bendigan desde el cielo). ¿Qué más da? Me respondía, no sin dudar de mis dotes de novicia (porque, a pesar de las cuarenta velitas a los cuarenta santos y el rosario de pétalos de rosas bendecido por el mismísimo Papa y traído del Vaticano especialmente para mí, la verdadera católica es mi mamita).

Por las dudas, visualicé una linda rutina: yo, cual “Novicia rebelde”, cantando y cocinando para las hermanitas del convento, siguiendo una vida tranquila, criando a Mía (mi pequeñuela) al mejor estilo Luisa Kuliok en “La extraña dama”, con el permiso y apoyo incondicional de la madre superiora, por supuesto… Cada vez que transitaba esa fantasía, sentía que no estaba del todo mal. Me sentía capaz de enmendar los pecados que, supuestamente, había cometido (según mi mamita) y de purificar mi alma y la de mi hija.

Eso sí: siempre y cuando no se me cruzara por la mente el cura que me casó la primera vez. ¡Ay, ay, ay, ay, ay! ¡Santa María Purísima! ¡Qué difícil no visualizarlo! El padre Pío… ¡Qué pedazo de hombre! No. Hombre, no, me decía a mí misma mientras trataba de no recorrerlo de punta a punta. ¡Es un religioso consagrado! ¡Qué pensamientos sacrílegos! Ay, ay, ay… pero, claro… decían las malas lenguas que había estado con todas, y cuando digo todas es, literalmente, TODAS las del barrio. Si hubiera aprovechado cuando pude… ya no me permitía que se colara en mis fantasías nuevas. Igualmente, no podía evitar imaginar qué hubiera pasado de haberme atrevido… yo era tan mojigata para entonces que me lo perdí. Me perdí la chance de vivir una aventura que le pusiera más pimienta a la vida. Qué se le va a hacer… Live and learn… no queda otra.

Veamos un poquito qué fue lo que pasó…

Penélope: El día que me casé, otra vez

Подняться наверх