Читать книгу Penélope: El día que me casé, otra vez - María Cecilia Zunino - Страница 8
Capítulo 2
ОглавлениеTarde de calor. Pero calor en serio. Treinta y siete grados a la sombra. Literalmente. Sequía desde hacía un año y medio, gracias a la corriente de la bendita niña. Twingo, modelo 96, negro por fuera, fucsia por dentro. Usadísimo. No. Me quedé corta. Baqueteado a más no poder. Y sin aire acondicionado. Mi hija de un año y medio y de rulos rojos y enloquecidos, en el asiento trasero, dormida, agobiada de calor, colorada como un morrón, más de lo que ya es. Y yo, por las rutas bonaerenses en busca de una tranquera en medio de la nada y con instrucciones de paisano de a caballo. ¡Ja! Es así. Estás sola, sos joven, te llama la “aventura”…
Las rutas de la provincia de Buenos Aires tenían por esos tiempos ese no sé qué… ese no sé dónde estoy, esa falta de antenas, de señales, de carteles, y a los únicos seres a los que se les podía consultar una dirección o una coordenada eran a las mismísimas vacas. Sí, es lo único que abunda. Campo y vacas. Llanura interminable. Y vacas. Y yo. Con la nena, en un auto destartalado.
Pero bueno, punto a mi favor, porque encontré la tranquera cuya señalización era la de un eucaliptus a medio crecer a la vera de una ruta idéntica a casi todas las que trazan la llanura pampeana. Ese pequeño gran gesto llamó tu atención. Al llegar a la tranquera sana y salva pero agobiada de calor seco, te miré torcido. ¿Qué hace este acá? Ni siquiera tuve una mirada de cortesía por haber ido con la comitiva a recibirme. Me había tomado unos días de vacaciones para estar sola y olvidarme del mundo exterior y no me cuadraba tu presencia.
Luego te recordé… a vos ya te había visto un año atrás (y todos los años anteriores, desde que conozco a los Arizmendi) en la cena de cumpleaños de mi anfitriona del campo… ¡Sí! ¡Por supuesto! El padrino de la nena de la casa. Vos que, según los cuentos de Carmela, eras el soltero empedernido del grupo de amigos de Barrio Norte, donde se criaron. Te miré de reojo, con cierto desprecio, y me dije: «Mmm… este no te corta una cebolla ni a palos…» Pero me equivoqué. Primer error a enmendar: eliminar los preconceptos… Así comenzó nuestra historia.