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Capítulo 14

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Fastidiada, frustrada, asqueada y aturdida. Así salí de la sacristía y me eché a correr en dirección a lo de Armand, sin pensarlo, como los caballos. Me pegué al segundo B del portero eléctrico. Bajó, me abrió y extendió sus brazos de oso. Necesitaba ese abrazo.

—¿Qué te pasa, Rubia? ¿Ahora qué? —me dijo con su ternura habitual. Sollozo. No puedo ni respirar. Sigo sollozando.

—¡Es que no logro nada! ¡No sirvo para nada! ¿¿No ves lo que soy?? ¡Un desastre! ¡Un desparpajo!

—Tranquila, Rubia —así siempre me llamaba Armand—. Subamos, y me contás.

Me arrojé en el sofá a llorar un poco más. Al silbar la pava, el mate calentito me permitió empezar a hablar. No hay conversación posible entre mis amigos y yo sin un mate de por medio.

—Es que… no es justo… una vez que me la juego y me digo, ¡ma, sí! No me caso ni me voy de monja, me tiro una cañita al aire con el cura, el cura con el que estuvieron TODAS, ¡pero TODAS! Voy y le cuento que me separé, que estoy sola y abandonada, ¡por poco le digo “maestro” y me le tiro encima a lo Adriana Brodski! ¿¿Me entendés?? ¡Yo! Insinuándome al cura, en un acto de rebeldía y osadía total…

—¿Qué cura?

—Idea de mamá, por supuesto. De que me tire encima del cura no. De que le vaya a confesar mis pecados. Y yo, entonces, en el camino pienso…

—Pará, Penny, ¿qué cura?

—¡El cura! ¡El bombón que me casó con Banderas! ¡El cura!

—¿¿El padre Pío??

—¡Sí, Armand! El padre Pío Martorel Moretti. ¿Me vas a escuchar o no? Y de pronto Armand largó una carcajada.

—¿Qué te pasa, Armand? ¿Ahora vos te reís de mí también? ¡No sé ni para qué vine! Al final vos sos como tod…

—¡Pará, Penny! —me dijo tratando de contener la risa y con su mirada siempre tierna—, el padre Pío nunca te va a dar calce. Jamás lo haría. Y no es que no lo valgas, Rubia, sabés que si yo no fuera gay te hubiera correteado toda la vida, pero no es el estilo del padre Pío. Él no anda con mujeres.

Silencio.

—¿Qué? ¿¿Me vas a decir que también es gay??

—No. Nada que ver. Ni es gay ni estuvo con esas mujeres. Puro chusmerío de barrio. No le perdonan la facha, nada más. Sentate, tomate otro mate, y te cuento.

Yo, para esta altura, no entendía más nada. ¿Qué podía saber Armand del padre Pío Martorel Moretti? ¿Me estaba mintiendo para calmar mi desazón? Tomé aire. Solo me quedaba escucharlo.

—Ay, Rubia, esta historia no la sabe nadie.

—¿Ni Laura?

—Ni Laura. Pero creo que ya es hora de sacarme este yunque de mi pecho.

Le tomé la mano, la estrujé.

—Acá estoy. Te escucho.

—¿Te acordás de mis años del liceo?

—¡Nefastos, Armand! ¡Los dos peores años de tu vida! ¿Cómo olvidarlos? Todavía no puedo creer que tu propio padre te haya forzado a entrar a ese lugar. Vos sos todo lo contrario. Y eras tan chico…

—Pío Martorel Moretti también fue arrojado al liceo y en la misma camada que yo.

—Me dejás helada, Armand… ¿Qué pasó?

A medida que Armand desplegaba su historia de abusos de poder y de violencia que se gestaban en ese maldito liceo, a mí se me estrujaba el alma.

—Fue un episodio que no quiero repetir ni en mi propia memoria. Ahí fue donde me violaron, Penny. Y yo lo salvé a Pío de esa monstruosidad. Instintivamente, sabía que a mí me costaría menos superarlo que a él. Pío es un santo, no se lo merecía.

Me tapé la boca de horror.

—Pero ¿cómo decís eso? ¿Cómo que te iba a costar menos? ¿Qué estás diciendo, Armand?

—Esa experiencia —murmuró con la voz quebrada— yo ya la había tenido que soportar…

—Armand —le dije con un hilo de aliento—, ¿cuándo te pasó eso antes?

—De chico, Penny… una vez… y en mi propia casa.

—¿Quién? ¿El hijo de puta de tu viejo?

Se produjo el silencio más doloroso de mi vida. Nos quebramos y lloramos abrazados hasta secarnos las lágrimas. Me sentí una estúpida. Una ilusa soñadora. ¡Qué vida la de Armand! ¿De qué me estaba quejando yo? ¿De qué?

Tremendo e inesperado desahogo. Siempre con él, el desahogo. Pero esta vez, fue un desahogo para los dos. Armand jamás lo había contado. Solo Gabriel, su amor, tal vez conociera la oscuridad de su pasado. Ellos se comprenden desde un lugar al que yo nunca accederé, y Armand me protege de todo lo que puede.

Nos despedimos, más livianos. Ambos necesitábamos soltar algo pesado.

Armand, ¡cuánto has sufrido! Te merecés todo lo mejor. A tu Gabriel. A tu beba. Todo.

Penélope: El día que me casé, otra vez

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