Читать книгу Penélope: El día que me casé, otra vez - María Cecilia Zunino - Страница 14

Capítulo 8

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No es fácil ser una mujer divorciada, aún a principios del siglo veintiuno. Bah, creo que con más razón es difícil afrontarlo en el incipiente siglo veintiuno, donde los valores se encuentran trastocados y el viva la pepa de muchos genera resquemor en los otros.

El tema de los mandatos no se restringe solo a las mujeres, no. Los mandatos y su cumplimiento cunden por doquier. Si no, ¿cómo se explica que la gente se vuelve distinta ante una flamante divorciada? Sí. Es tan real como absurdo. Sus miradas cambian. Se tejen fantasías nuevas acerca de una recién divorciada. Para algunos, “volviste al mercado”; para otros, te volviste un objeto de deseo; y para otros, te volviste una loba, una cazadora de hombres. Cualquier hombre.

Solo una sabe que sigue siendo, en esencia, la misma de la semana pasada, capaz de exactamente las mismas cosas, con los mismos valores de siempre. Es cierto que una se hace más fuerte y desea vivencias nuevas, pero ninguna de esas vivencias iría en contra del más íntimo ser. Es más, el divorcio me resultó un fructífero camino de reflexión e inmensa introspección.

De cualquier manera, una no se la pasa asegurándole a los demás que no tienen nada de qué temer… Una sencillamente intenta vivir y avanzar en la vida como puede y con lo que tiene: con las migajas que te han quedado de tu otra vida y con los viejos trastos de lo que fuiste olvidando y dejando atrás en pos de adaptarte a quien tenías al lado. Es como cuando entrás a tu altillo y encontrás esas cosas que de repente volvés a mirar, a agarrar, a acariciar, a oler y que elegís volver a colocar en la vitrina principal de tu casa. Pero también comenzás a ahondar y a descubrir ese potencial dormido, esas virtudes latentes que jamás te atreviste a destapar.

Sí, es inevitable que la gente cambie ante una flamante divorciada. Pensándolo bien, una ya no es del todo la misma después de una separación.

Hay amigas que se vuelven locamente celosas de vos. Se creen que una entra en el fascinante mundo de la libertad y el libertinaje y quieren, de pronto, estar en tu idealizado lugar. En la profundidad de su alma, detestan a sus maridos y a sus eternas rutinas y desean habitar tu ser.

Otras se vuelven miedosas. Se creen que vos les vas a envidiar sus matrimonios “perfectos” o que vas a querer encamarte con sus maridos así porque sí, por el solo hecho de que ellos son hombres y que vos estás sola.

Otras te reclaman día y noche. Te reclaman atención, te reclaman actitudes, te reclaman que cambies, te reclaman que no cambies, te reclaman algo, siempre, algo.

Y también las hay de las que no soportan que un día vuelva a caer la taba a tu favor y que comiences a rehacer tu vida… ¡No! ¡No lo toleran! ¡Te quieren ahí, para ellas! Quieren tener a ese alguien a quien le va peor. No te quieren bien, te quieren para tapar sus frustraciones y para nutrir sus fantasías con tus historias truncadas. Les encanta escuchar tu última pelea con tu ex, saber de ese pescado que te quieren presentar y que vos no querés, les encanta escuchar lo amarga que se torna la vida cuando se desmorona una familia… Se entretienen con vos porque siempre tienen un nuevo cuento para chismearles a otras en sus horas de aburrimiento… Siempre te quieren ahí: divorciada, conflictuada, sola.

Hasta los maridos de tus amigas te miran distinto. ¿Qué se imaginan? ¿Que pueden caer a tomar un café en tu casa porque ya no hay moros en la costa y tirarse una cañita al aire con la “pobre y muerta de hambre” de la amiga de su mujer? ¡Qué desfachatados! No pueden sacar sus tentaciones recurrentes de sus pensamientos.

Tus amigos varones se creen que, finalmente, esta es la suya, que ya estás otra vez en el ruedo y que esta vez sí les va a tocar a ellos. ¡Hasta tu ex marido piensa lo excitante que sería engañar a su actual con su ex!

¿Y en el trabajo? Y… en el trabajo, peorrr…

Después de tanto mambo colectivo, segurísimo que me voy de monja, pensaba…

Cuando se desata la crisis, los verdaderos amigos son aquellos que perduran y se quedan en tu vida, pase lo que pase. Ellos están y estarán, y serán dignos de tu amor por siempre jamás. En mi caso, aparte de Justo y Carmela, están Laura y Armand. Dos seres de fierro. Dos de mis humanos favoritos.

Cuando se desata la crisis, hay nuevas almas que se acercan, que te ven en tu transparencia, a las que les gustás por lo que sos y que comienzan a formar parte de tu vida y tenés la certeza de que llegaron para quedarse, y que nunca te dejarán.

Y hay otros a quienes sí irás dejando por el camino de la vida. Estuvieron, te acompañaron, los acompañaste y luego los abandonaste o te abandonaron… Nunca dejaré de apreciarlos, pero, en las bifurcaciones de la vida, hay rumbos que ya no convergen. Y está bien que así sea.

Penélope: El día que me casé, otra vez

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