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II. Desafíos de la docencia en inglés 1. Competencia lingüística de docentes y discentes

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No podemos desconocer que uno de los parámetros que influye directamente en el éxito de una docencia de calidad en lengua inglesa radica en el nivel de competencia lingüística de los docentes. Y el desafío de la docencia en inglés pasa directamente por la articulación de un sistema de acreditación del profesorado cualificado para esta tarea. Así lo establece el documento Estrategia para la Internacionalización de las Universidades Españolas 2015-2020, elaborado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte5, que establece pautas y recomendaciones articuladas sobre tres líneas de actuación: acreditación, formación e incentivación6.

A diferencia de otros niveles educativos, como Primaria o Secundaria, donde sí se han establecido las cualificaciones requeridas para ser profesor bilingüe7, en el nivel educativo superior no hay criterios unificados que determinen de una manera homogénea la acreditación que deben poseer los docentes que quieran impartir sus clases en inglés8. Se deja, por tanto, a criterio de cada una de las Universidades la exigencia de un nivel mínimo de formación en idiomas a sus docentes para la capacitación de la docencia en inglés. Por ejemplo, la Universidad de Málaga sólo establece como recomendación para la docencia en inglés la acreditación del nivel C1 del MCERL (Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas), pero no exige una acreditación formal. Sería aconsejable que se estableciera un criterio uniforme para todas las Universidades, tal y como aconseja el Documento marco de política lingüística para la internacionalización del sistema universitario español elaborado por la CRUE9.

Desde nuestro punto de vista, sería incluso recomendable establecer una prueba de acreditación específica para la docencia en inglés, tal y como hace, por ejemplo, la Universidad de Vigo, que ha instaurado lo que se denomina HELA (Higher Education Lecturing Accreditation) y que consiste en una prueba específica de acreditación para la docencia en inglés del profesorado. Esta prueba evalúa si el profesorado que carece de una acreditación oficial de idioma posee las competencias lingüísticas necesarias para enfrentarse a la docencia en una lengua extranjera con éxito. Valora el dominio de la lengua, la fluidez, las habilidades comunicativas, la presentación oral y la capacidad de interacción con el alumnado.

No obstante, también somos conscientes de que el número de trabas y requisitos añadidos para acreditar la competencia del docente es inversamente proporcional a su disposición para impartir docencia en inglés, sobre todo, si las recompensas son escasas. De esta manera, consideramos que, si bien es necesario homogeneizar el criterio de acreditación de la competencia del docente, es absolutamente imprescindible aumentar el reconocimiento del mismo de una manera tangible, tales como el reconocimiento de una mayor carga docente del profesor, la apuesta de la Universidad por una formación continuada y un mayor reconocimiento de la docencia a nivel ANECA u otras agencias de evaluación y acreditación.

Por suerte, cada año que pase será más fácil “animar” a la docencia en inglés, porque la nueva generación de profesores universitarios trae incorporada casi de “fábrica” unas competencias idiomáticas mejores que las generaciones anteriores.

Si por razones obvias, la acreditación de las capacidades del docente para impartir clases en inglés es una cuestión determinante, no lo es menos la acreditación del conocimiento del idioma por parte del alumnado, aunque también en esta materia los años venideros favorecerán una incorporación más fluida a la universidad de un alumno competente desde el punto de vista bilingüe, por las mismas razones expuestas anteriormente para el docente; hoy día, el aprendizaje del inglés es una cuestión prioritaria en niveles de educación inferiores e incluso desde un punto de vista cultural y social.

Pero no queremos pasar por alto alguna referencia a las disfunciones que pueden plantearse en un grupo de docencia universitaria bilingüe y que de hecho se producen. En principio, lo que se denomina “aula internacional” engloba a alumnos de muy diversa idiosincrasia y con diferentes niveles de competencia idiomática. A pesar de que la mayoría de las universidades exigen un nivel de inglés equivalente a B1 o B2 para poder cursar asignaturas en inglés (a nuestro juicio, el nivel de B1 es excesivamente bajo10, sobre todo para materias jurídicas, en las que la terminología es complicada y el uso del lenguaje es esencial para la evaluación), nos encontramos con que los grupos pueden estar conformados por multitud de subniveles entre el B2 y el C2. Si a ello añadimos que pueden integrar los grupos alumnos nativos, el panorama se complica, puesto que el docente tendrá que adecuar un nivel intermedio para lograr, por así decirlo, un consenso idiomático.

Esta disfunción ha motivado que, en determinadas universidades, como por ejemplo la Universidad de Salamanca, se haya excluido de su docencia en inglés a los alumnos Erasmus, porque son los que pueden contribuir a fomentar esas disfunciones a las que antes nos referíamos. Es cierto que los alumnos Erasmus deberían estar integrados en un aula no internacional porque ello potenciaría el aprendizaje de nuestro idioma, pero también es cierto que estos alumnos, fundamentalmente proveniente de los países de lengua inglesa, tienen serias dificultades con el castellano como para incorporarlo a un sistema de docencia en dicho idioma. En tanto en cuanto la docencia sea en grupos poco numerosos, resultaría del todo poco operativo establecer dos grupos diferentes para alumnos Erasmus y para alumnos españoles, por lo que se ha de tratar cohesionar los diferentes niveles con una atención docente más personalizada e individualizada por parte del docente.

Reflexiones sobre la innovación docente en la enseñanza universitaria

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