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Diferencia y Representación

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Deleuze plantea el carácter irreconciliable entre el concepto y la cosa, como también la imposibilidad de que lo múltiple se resigne a la localización en lo uno.

“(…) La emancipación sólo puede pensarse desde su propia contradicción, pues si la emancipación es real es netamente contradictoria. Y entonces el lugar de la resistencia debe instituirse siempre como lugar de lo múltiple, pues todo movimiento identificante que tienda a la superación de las contradicciones se condenará a sí mismo al fracaso” (Dipaola y Yablowski, 2008, p.128).

Una concepción inmanente tiene por efecto desmantelar tanto el subjetivismo como el estructuralismo, cualquier forma de pensamiento que anule la tensión sólo puede ejercer violencia contra el mundo y contra sí mismo, mientras que aquel que la conserve tendrá una relación con el devenir y el movimiento en múltiples perspectivas, ampliando los universos existenciales. Para Deleuze es condición fundamental pensar la realidad como choque de fuerzas, y la voluntad de poder como forma de organizar la multiplicidad, que emerge entonces como signo.

“La estructura problemática forma parte de los objetos y permite captarlos como signos, así como la instancia cuestionante o problematizante forma parte del conocimiento y permite captar su positividad” (Dipaola et al., 2008, p.130).

Al pensar que el Ser es la Diferencia, ella es también el no ser, pero no como negativo, sino en tanto escapa a la dialéctica binaria del ser-no ser. Ese (no)-ser es el elemento diferencial en el que la afirmación múltiple encuentra el principio de su génesis. Esto a Deleuze lo fuerza a plantear, además de la diferencia irreductible entre el concepto y la cosa, una diferencia en cada singularidad consigo misma. Proponiéndose con esto la crítica a la representación, para dar cuenta de que este movimiento permanente de la diferencia no puede estar encerrado en una forma del ser estática. “El ser se extiende hacia el afuera, es extremado y se impone así sobre el plano de la inmanencia, desligándose del plano del pensamiento propio de la representación en tanto razón identificante” (Dipaola et al., 2008, p.131).

Hay entonces en la crítica de Deleuze a la representación, cuatro puntos fundamentales:

 la crítica a la identidad en relación al concepto mismo de ser en tanto que más allá de las determinaciones, Ser = Ser;

 la crítica a la analogía de cualquier concepto con su esencia contenida en el Ser;

 la crítica a la oposición en la relación misma de las determinaciones del concepto, o sea, que toda afirmación contiene su propia negación como en la dialéctica;

 y la crítica a la semejanza entre la cosa y el concepto.

Estas ideas se resumen en: Identidad, analogía, oposición y semejanza. La diferencia no puede quedar capturada por ninguno de estos cuatro aspectos porque inmediatamente se anularía, desaparece toda brecha, dejando el campo abierto al pensamiento preso de lo idéntico.

“…Deleuze da cuenta del teatro sobre el que la diferencia se mueve: no se trata de que la diferencia no es (como pretende la razón identificante), sino que está más allá del ser y también, más allá del no ser” (Dipaola et al., 2008, p.131).

Este marco problemático es fundamental para comprender la complejidad del pensamiento mítico en tanto que campo de investigación de la antropología. En este sentido es que se despliega la labor del mito: que al no plantearse en relación, ni al ser ni a la esencia, el relato mítico da cuenta de este diferir constante, de esta imposibilidad de que el lenguaje coincida con la cosa, abriendo así la posibilidad de que la cosa pueda ser dicha, percibida y sentida de infinitas formas y en infinitas intensidades.

La crítica de la representación supone también para Deleuze cuestionar la filosofía de la predicación, porque implica que lo que se predica es una cualidad estática de lo que es, o sea, de una objetividad existente, presuponiendo además un sujeto como fundamento sobre el cual este predicado se conforma. Por eso para él se trata de poner en movimiento toda predicación, tomando su típico ejemplo: en vez de “el árbol es verde”, “el árbol verdea”, lo que implica un devenir árbol del verde y un devenir verde del árbol. Por consiguiente se anula el ser, los dos términos están en devenir y lo que hay es acontecimiento. Acontecer es justamente devenir, y no tiene ni principio ni fin. No hay devenir “de algo” porque el devenir arrastra todo planteo óntico posible. Sólo hay fluir, devenir incontrolable.

Es en una relación entre la repetición y la diferencia en donde se instala el concepto de simulacro. Los simulacros para Deleuze no pueden ser nunca representaciones, sino que lo que captan es la disparidad constituyente en la cosa. El simulacro es el signo mismo en tanto que expresa siempre fuerzas en tensión que escapan del modelo y de la generalización.

Podríamos decir que el Estructuralismo ha sido la última estación, el último intento de captura de la diferencia en el pensamiento de la Modernidad. Sólo se inaugura otro pensar justamente cuando se produce el salto del problema de la Identidad al de la Diferencia, a lo que paradójicamente ha contribuido el propio Estructuralismo fundamentalmente en la obra de Claude Lévi-Strauss.

1. Seguimos aquí la lectura de Philippe Mengue (2008). Deleuze o el sistema de lo múltiple. Buenos Aires, Las Cuarenta. Pág. 221.

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