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El pensamiento rígido te pone en guerra

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Cuando las creencias son incuestionables, los pensamientos, las percepciones, la formas de interpretar la realidad se hacen rígidas. Solo es posible que exista la realidad que coincide con las creencias y, así, todas las demás posibilidades se anulan intencionalmente.

Defender las creencias a cualquier costo te pone en guerra, en primer lugar, contigo misma. Las creencias son componentes mentales, poca relación tienen con lo que realmente sucede en tu cuerpo. La incoherencia entre el pensamiento y la realidad corporal genera una batalla en la que, o se desarma la creencia, o nos desconectamos del cuerpo.

Llevamos milenios sosteniendo creencias y anulando el cuerpo. Un ejemplo de esto es el disfrute en la sexualidad femenina. Infinidad de mujeres en el mundo aún consideran, a partir de una educación estrictamente patriarcal y religiosa, que sentir placer a través de la sexualidad es incorrecto e incluso peligroso. Nuestros cuerpos dicen algo completamente distinto: la sexualidad es un acto expresivo del ser humano, expansivo y placentero.

Las creencias nos hacen batallar entre nosotras. Es considerada osada la mujer que cuestiona las creencias patriarcales y se emancipa. Puede significar su exclusión de la tribu. En muchos casos, el riesgo de cuestionar implica la soledad y el abandono, cuando hace tambalear los cimientos de nuestra identidad colectiva.

Estamos entrenadas en competir para tener la razón. Parte de la creencia colectiva femenina es que una de nosotras debe ganar. Las mujeres competimos entre nosotras en vez de unirnos. Armamos batallas imaginarias continuamente con la lógica inconsciente de prevalecer en la rigidez. Pero toda guerra se paga con sangre. Cuando el pensamiento rígido prevalece por sobre el sentir intuitivo del cuerpo, el útero salda las cuentas con la sangre menstrual.

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