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La Ilustración que cambió el mundo

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Es innegable que los avances científicos que tuvieron lugar a partir de la Ilustración propiciaron una serie de cambios y transformaciones sociales muy positivas en la evolución de las sociedades humanas (sobre todo en Occidente).

Los descubrimientos científicos que llevan un par de siglos facilitándonos la vida, y que siguen sorprendiéndonos día a día, permitieron a la humanidad abandonar modos de vida propios de la oscurantista Edad Media y «progresar» hacia una sociedad más moderna y tecnológica. Y, además de traer «progreso», provocaron grandes revueltas sociales, culturales e incluso religiosas, ya que el positivismo y los posteriores paradigmas del reduccionismo científico permitieron descartar a Dios, al creacionismo, a los dogmas religiosos y a las leyes divinas como origen de todas las cosas creadas y animadas del planeta Tierra.

Al liberarse del corsé religioso, la ciencia positivista realizaría novedosos «descubrimientos» y lograría grandes avances químicos, tecnológicos e industriales que transformaron decisivamente nuestra sociedad, sobre todo a partir de la irrupción de la química de síntesis orgánica y la aparición, en el prodigioso siglo XX, de miles de productos químicos sintéticos, como plásticos, medicamentos, plaguicidas o nuevas fibras y materiales de síntesis.

Hoy día nos cuesta entender la trascendente dimensión de los grandes cambios sociales y demográficos que propiciaron los nuevos sistemas de producción de materiales, alimentos y bienes de consumo, cambios que crecieron de forma exponencial a partir del auge de la segunda Revolución industrial, desde mediados del siglo XIX a principios del siglo XX. De hecho, respecto a los profundos cambios de mentalidad que propiciaron las ciencias positivas y el academicismo, tenemos un ejemplo bien conocido, ya que, entre las muchas academias de ciencias que se crearon entre el siglo XVIII y el siglo XIX, y los muchos y renombrados científicos que las poblaron, el trabajo de un hombre como Charles Darwin brillaría con luz propia. A finales del siglo XIX, con su revolucionaria, documentada y clarificadora obra El origen de las especies, aportaría una de las mayores y más decisivas contribuciones en la aceleración de los cambios de paradigma que marcaron de forma irreversible la forma de entender la realidad, ofreciendo una serie de pautas que propiciaron lo que acabaría denominándose «la vida moderna».

Sin duda ha habido avances. Pero, sin embargo, también es reconocible el «lado oscuro» del progreso, y sobre todo en los aspectos relacionados con la contaminación ambiental y el serio deterioro del entorno que nos sirve de hábitat. De modo que, volviendo a las preguntas iniciales: ¿es posible que, aparte de observaciones tan lúcidas y trascendentes como las de Charles Darwin y otros científicos decimonónicos, en esa misma época histórica se dieran ciertas deducciones científicas erróneas que siguen aceptándose como verdades absolutas en pleno siglo XXI?

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