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ОглавлениеPRIORIZAR UNA ALIMENTACIÓN
NATURAL Y SALUDABLE
Este libro hace hincapié en el concepto de «alimentación natural y saludable», promueve el «comer salud», y profundiza en el conocimiento de algo tan evidente como la estrecha relación entre lo que comemos (la elección y calidad de los alimentos) y los trastornos de salud que podemos estar padeciendo. Desde luego, no todo el mundo está de acuerdo con este enfoque. Prueba de ello es que, en los últimos años, hemos podido ver cómo se ha hecho una amplia publicidad de las ideas de algunos biólogos y nutriólogos que insisten en querer convencernos de que «comamos sin miedo».
Algunos de estos profesionales, con claros intereses vinculados a la poderosa industria agroalimentaria o que directamente viven del apoyo financiero que reciben en agradecimiento por ayudar a incrementar los abultadosbeneficiosanualesdedeterminadasindustrias(biotecnológicas, agroindustriales o farmacéuticas), tratan de obsesos o neuróticos a todos los que se interesan por temas de alimentación y salud, y recalcan que no deberíamos preocuparnos por comer más sano. Procuran disuadirnos de ello con rebuscados eslóganes como: «Preocuparse por la salud no es sano». Tan convencidos están de que somos enfermos mentales que, directamente, nos etiquetan de «ortoréxicos», como si lo saludable fuese vivir en una total despreocupación, comiendo alimentos de dudosa calidad (aunque muy bien presentados) y confiando en que, si tenemos la «mala suerte» de padecer algún trastorno de salud (de esos que pueden evitarse con una buena alimentación y un estilo de vida saludable), ahí están nuestros amigos de la industria farmacéutica y todo el gran despliegue médico-sanitario, que harán lo posible por «curarnos» o, en caso de no poder hacerlo, al no incidir en las causas del trastorno, nos atiborrarán de medicamentos con los que podamos seguir padeciendo los problemas de forma crónica, pero, a la vez, «gozando» de una mejor «calidad de vida».
El problema de fondo es que existe un gran desfase entre los magníficos trabajos de investigación que se están llevando a cabo en todo el planeta y la información manipulada o intencionada que se divulga y llega realmente a la mayoría de la población.
Si hacemos un repaso de los estudios rigurosos que se publican casi a diario, observaremos que la gran mayoría reconocen los efectos fa vorables sobre la salud de un mayor consumo de alimentos de origen vegetal y de lo beneficiosas que resultan las dietas tradicionales como la mediterránea.
Los que tenemos acceso a estos datos contrastados (aparte de una larga experiencia acumulada a lo largo de los años en temas de salud y agricultura ecológica) y trabajamos para que el mayor número de personas posible goce de buena salud y de una buena vida, somos conscientes de que las diferentes opciones de alimentación tienen un papel decisivo, ya sea como factor potenciador de la salud o como factor de riesgo. Por ello, deseamos compartir la información con el mayor número posible de personas, porque no cabe ninguna duda de que en cualquier aspecto de la vida se asumen más riesgos cuando se vive en la ignorancia que cuando se está bien informado.
La cuestión de fondo es que en torno a la alimentación hay demasiados intereses, tanto en el sector de la producción agroquímica o agroindustrial como en el del procesado, distribución y comercialización de los alimentos, e incluso en algunos sectores de la alimentación ecológica (como analizamos en las páginas 297, 336 y 347). La poderosa industria de distribución de alimentos mueve tantos miles de millones de euros anuales que cualquier propuesta de cambio (aunque sea para el bien de la salud de la población o del planeta) se ve como un riesgo para sus intereses. Da la impresión de que proponer opciones de vida y de alimentación más saludables atente contra los poderosos lobbies agroquímicos, de la industria farmacéutica o de las asociaciones de empresas de biotecnología. De todos modos, nuestra labor es transmitir información y abrir debates que planteen reflexiones o propuestas. A partir de ellas, cada persona debe contrastar la información recibida, experimentar los posibles cambios positivos y, guiada por su experiencia, decidir libremente qué quiere hacer en su vida cotidiana.
Pero las cuestiones que subyacen en torno a la alimentación no son tan solo el que los alimentos se produzcan con agroquímicos, que estén demasiado refinados y procesados o que comamos mal y de forma muy desequilibrada. Hay que tener muy presente que casi todos los problemas de salud son multifactoriales, por lo que convendrá valorar el máximo de aspectos posibles, como por ejemplo el hecho de que vivimos en una sociedad con unos niveles de prisas y estrés muy elevados. A menudo, algunos problemas de salud surgen porque se come demasiado deprisa, tal como demuestra un estudio43 sobre las costumbres alimentarias de los españoles realizado por el Departamento de Nutrición de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, en el que se señalaba que, en la década de 1970, tardábamos una media de sesenta minutos en almorzar, mientras que en el año 2000 tardábamos veinte minutos de promedio (véase el capítulo «Comer con tiempo: slow food», en la página 286).
«Dayta», la clave para gozar de buena salud
Vale la pena insistir en que la clave de una vida saludable no solo reside en llevar una dieta sana y equilibrada, sino en una actitud vital y mental que incluya actividad y ejercicio físico en el día a día.
En la famosa pirámide nutricional clásica, el 50 % de los efectos positivos sobre la salud debería corresponder al ejercicio físico. Por suerte, esto ya empieza a recogerse en algunas pirámides nutricionales más actuales, como la de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (véase la página 109) o la de la Fundación Alícia,44 diseñada para ayudar a entender qué hay que comer, con qué frecuencia, cómo hacerlo o cómo cocinarlo y, a la vez, para recordar que para estar sano también hay que moverse. De hecho, se ha comprobado que la práctica moderada de deporte nos protege de algunas enfermedades que se relacionan directamente con una mala alimentación.
Según un estudio publicado en 2013 en PLOS ONE45 y realizado en el Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBER obn), el binomio de dieta y ejercicio físico anula la predisposición genética a la obesidad en la mayoría de las personas. Las conclusiones de la investigación fueron muy claras: si cuidamos solo la dieta sin realizar ejercicio o si realizamos un ejercicio regular (e incluso intenso) sin cuidar la dieta no estaremos generando claros beneficios para la salud; o bien estos beneficios no serán tan evidentes como cuando conjugamos la práctica de ejercicio físico y una buena alimentación, ya que esta sinergia resulta una de las mayores claves para compensar la mutación de los genes FTO y MC4R (mutación genética que predispone a la obesidad). Las personas que padezcan dicha mutación no tienen por qué ser obesas, siempre y cuando practiquen deporte con regularidad y lleven una dieta con tendencia vegetariana (o mediterránea bien llevada).
Las claves para una buena salud están en nuestras manos: informarnos bien para realizar cambios positivos en la alimentación y hacer más ejercicio. Así de simple.
Lo más relevante es empezar a tomar verdadera conciencia de lo importante que es para nuestra vida llevar una alimentación más saludable y evitar los malos hábitos y el sedentarismo.
Y tal vez no estemos descubriendo nada nuevo con esto. Mucho antes que los naturistas y vegetarianos decimonónicos, hace unos 2.450 años, el griego Hipócrates, considerado el padre de la medicina moderna, fundó su escuela de medicina en Cos, y ya planteó que la alimentación y el estilo de vida tenían un papel decisivo cuando se buscaba gozar de buena salud. Sus postulados eran realmente amplios, ya que entendía la salud como un estado de armonía entre múltiples fuerzas en perfecto equilibrio. De hecho, la palabra «dieta» tiene su origen etimológico en el concepto griego de dayta o diaita, algo que hoy en día vendría a traducirse como «estilo de vida». Y es que ya Hipócrates (quien vivió casi noventa años, lo cual es muchísimo para su época) planteaba que salud y enfermedad son dos funciones que tienen el mismo objetivo: la conservación de la vida. Él tenía muy claro que la salud es el patrimonio más preciado que posee el ser humano, quizá porque sus observaciones y su gran experiencia como médico le hicieron ser consciente de en qué decisiva medida la dieta o el «estilo de vida» (el dayta) de las personas influían en su salud, lo cual le llevó a pronunciar una de sus máximas más conocidas: «Que tu alimento sea tu medicina, y que tu medicina sea tu alimento».