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Seguimos en manos de la agroindustria y la desinformación

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Sería larga la lista de expertos y de prestigiosos investigadores en temas de salud que nos conminan a realizar cambios positivos en nuestra alimentación y nuestro estilo de vida. Sus opiniones y afirmaciones están teniendo ya efecto en algunos países; por ejemplo, en Estados Unidos, donde los productos de empresas de comida basura, como McDonald’s o Coca-Cola, están perdiendo año tras año cuota de mercado. La razón de ello la encontramos, sobre todo, en que los estadounidenses empiezan a informarse más y a buscar y elegir alimentos de más calidad, priorizando la comida de origen local y la orgánica o ecológica.

Sin embargo, en España seguimos siendo esclavos de unas pocas marcas de bebidas azucaradas y comida muy procesada. Si bien es cierto que crece lentamente el interés por la alimentación saludable y ecológica, la mayoría de la población aún vive ajena a los temas de salud y alimentación, debido sobre todo a las estratégicas campañas de desinformación y a la fuerte presión mediática por parte de la agroindustria y de los grandes lobbies (o grupos de presión) de los productores de alimentos procesados.

¿Por qué no se difunde en nuestro país una información

clara y rigurosa en materia de alimentación y salud que

os permita tomar decisiones más acertadas?

Basta rascar un poquito para descubrir las descomunales sumas de dinero que gastan las grandes corporaciones multinacionales del sector agroindustrial para tratar por todos los medios de mantenernos desinformados y hasta engañados.

Asimismo, y pese a que la mayoría de los científicos independientes abogan por animarnos a realizar cambios positivos en nuestro estilo de vida y nuestra forma de alimentación, hay otros científicos y biólogos (incluso de cierto renombre) que, en representación de las corporaciones agroquímicas y alimentarias y la industria farmacéutica, insisten en intentar tranquilizarnos repitiéndonos hasta la saciedad que todo está bajo control, que «comamos sin miedo», ya que, según afirman, la seguridad de los alimentos es hoy mayor que nunca, gracias, dicen, a los rigurosos controles sanitarios actuales.

El polémico informe de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria

Hasta tal punto las manipulaciones son evidentes que cuando, en febrero de 2015, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (AESA, o EFSA, por sus siglas en inglés)5 hizo público el informe de los análisis del año 2013, asistimos a otra operación de desinformación a gran escala.

Dicho informe desveló que, de las 81.000 muestras de alimentos procedentes de los veintisiete Estados miembros de la Unión Europea, el 45,4 % contenían restos de más de seiscientos plaguicidas y herbicidas distintos; pero rápidamente se procuró esconder la magnitud del problema con artículos en la prensa y comunicados tranquilizadores. En ellos se insistía en que el 54,6 % de los alimentos analizados no contenían residuos de plaguicidas cuantificables, «aclarándonos» que la gran mayoría de los restos de plaguicidas hallados en cereales, legumbres, frutas, hortalizas y carnes se habían detectado en dosis inferiores a los niveles que los organismos oficiales consideran como seguros. Y todo ello, claro, con la intención de restar importancia al hecho de que en un 2,6 % de las muestras sí se superaban los límites máximos permitidos de presencia de residuos.

Ante un tema tan preocupante, la prensa se esmeró en tranquilizar a la opinión pública con conclusiones como la de que, haciendo un cómputo global, el 97,4 % de los alimentos (sumados los que no contienen restos y los que sí, aunque en «valores permitidos») está dentro del marco legal respecto al grado de toxicidad admitido.

Sin embargo, lo que no divulgó la prensa fue la letra pequeña del informe, cuyo contenido mencionaba los graves riesgos para la salud derivados de la ingesta de los «cócteles» de sustancias químicas sintéticas presentes en muchas de las muestras de alimentos estudiadas.

LA LETRA PEQUEÑA DEL INFORME DE LA AESA DE 2015

Entre otros detalles preocupantes, el informe emitido en 2015 por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (AESA), incluía:

En el 27,3 % de los alimentos no solo se detectó la presencia de un único plaguicida, sino que se hallaron restos de varios de ellos.

Además, no existe ningún estudio que haya analizado qué sucede en nuestro organismo cuando ingerimos (a bajas dosis) alimentos con un posible «efecto cóctel» de sustancias químicas sintéticas.

Muchas de esas sustancias se comportan como disruptores hormonales o endocrinos, es decir, sustancias químicas ajenas a nuestro cuerpo y con capacidad de alterar el equilibrio hormonal del organismo. Se ha constatado que dichas sustancias podrían contribuir a causar infertilidad, malformaciones congénitas, diabetes, distintos tipos de cáncer y enfermedades de Parkinson y de Alzheimer. Una de tales sustancias, por ejemplo, es el glifosato (componente del herbicida más empleado en el planeta, el Roundup, de Monsanto), considerado un disruptor endocrino (alterador hormonal). Uno de los principios activos tóxicos más presentes en los alimentos analizados en el informe de la AESA es precisamente el glifosato, y, a principios de 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya lo catalogó como probablemente cancerígeno para el ser humano.

Además, el mismo informe menciona que los alimentos de muestra con mayor presencia de este «cóctel» de diversos residuos eran alimentos de consumo muy habitual, como las fresas (un 63 % de ellas), los melocotones (53 %), las manzanas (46 %) y las lechugas (36 %), lo que aún es más preocupante.

Resulta paradójico que se nos insista en que, para gozar de buena salud y prevenir enfermedades graves, deberíamos incrementar el consumo de frutas y verduras frescas, y que, al mismo tiempo, descubramos que la mayoría de esos alimentos han sido cultivados con profusión de agroquímicos y están repletos de restos de sustancias potencialmente tóxicas o peligrosas para la salud a corto o largo plazo. Por supuesto, tal desinformación oficial no solo se orienta a ocultar ciertos datos y pruebas, sino a eludir mencionar los beneficios y cualidades de los productos de la agricultura ecológica.

La polémica está servida.

Políticas de desinformación

¿Por qué no se informa más y mejor a la población para que pueda plantearse con criterio optar por alimentos más saludables?¿Por qué no se restringe mucho más el uso de plaguicidas y herbicidas? ¿Por qué no se potencian los cultivos ecológicos a fin de hacerlos más asequibles para toda la población y no solo para quienes disponen de más recursos económicos o para quienes tienen la suerte de poder cultivar sus propios huertos ecológicos?

En la práctica, parece que se busque la desinformación, ya que los esfuerzos que las administraciones públicas y la prensa parecen estar destinados sobre todo a tranquilizarnos, restando importancia a la presencia de restos de componentes químicos tóxicos en los alimentos, e incluso en los más comunes y frescos. Ejemplo de ello es que en la prensa apenas se mencione que, en los análisis de la AESA, los residuos de plaguicidas y herbicidas detectados que superaban el límite legal resultó claramente inferior en los alimentos ecológicos (que en el estudio suponían cerca del 5 % del total de las muestras) que en los de producción convencional. Por ejemplo, mientras que estos residuos solo se hallaron en el 0,8 % de las muestras de frutas ecológicas, en el caso de las frutas de producción convencional se detectaron en el 2,9 % de las muestras.

Curiosamente, este dato echa por tierra el extendido tabú que postula que en los alimentos con certificación ecológica hay mucho fraude, ya que los datos de la AESA estarían indicando que menos del 1 % de los alimentos ecológicos analizados contienen residuos no autorizados.

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