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Lo que una alimentación más vegetariana hace por la salud

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Vegano, vegetariano, ovolactovegetariano y flexitariano son apelativos cada vez más de moda entre las celebridades y, en general, entre la población joven que se interesa por formas de vida más conscientes y saludables. Sin embargo, aunque para muchos este tipo de dietas sea algo novedoso, conviene saber que no estamos ante una moda nueva y pasajera. Si bien es cierto que, en Occidente, la gran mayoría de la población ha vivido ignorando las opciones y los estilos de vida saludables, también lo es que, ya desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, los postulados naturistas y vegetarianos se fueron abriendo camino en la mayoría de las sociedades occidentales.

De todas formas, los vegetarianos (en todas sus variantes) han sido vistos durante mucho tiempo como personas con actitudes radicales e intransigentes, enfrentadas a esa sociedad ajena a la preocupación por la correcta gestión del cuerpo o de la salud global del organismo. Hablamos de esa sociedad que, tras siglos de hambre y carencias alimentarias generalizadas, y durante los que comer a menudo carne se consideraba un lujo de ricos, terminó conceptuando la carne como el pilar básico de una supuesta «alimentación nutritiva y equilibrada».

Ha tenido que llover mucho para que, finalmente, y basándose en revisiones de numerosos estudios científicos y en estadísticas de salud poblacional sobre hábitos alimentarios realizadas en numerosos países, sean las propias instituciones oficiales las que hayan ido, poco a poco, dando la razón a aquellos «utópicos» que, desde hace más de un siglo, venían defendiendo los postulados naturistas de alimentación sana y respeto por la naturaleza.

El naturismo clásico de finales del siglo XIX ya promovía una alimentación saludable (sin carne), un estilo de vida más feliz y activa, un continuo y estrecho contacto con la naturaleza y un máximo respeto de todos los seres vivos con los que compartimos el planeta.

Superar los prejuicios irracionales y los viejos «dogmas de fe científicos» que postulaban (y aún postulan) que la carne es «imprescindible» en toda dieta «nutritiva y equilibrada» no ha sido fácil, y hemos tenido que esperar al siglo XXI para que diversas y numerosas investigaciones de diferentes organismos e instituciones los pusieran en entredicho.

LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA MODERNA AVALA EL VEGETARIANISMO

En 2013 se publicó un estudio en American Journal of Clinical Nutrition22 en el que quedaba patente que el riesgo de hospitalización o muerte por enfermedad cardíaca es un 32 % más elevado entre las personas que comen carne y pescado que en los vegetarianos.

Esta investigación, realizada en la Universidad de Oxford y enmarcada en el proyecto europeo EPIC sobre cáncer y nutrición (véase la página 38), centró su análisis en el seguimiento y control de casi 45.000 voluntarios de Inglaterra y Escocia, de los cuales, el 34 % eran vegetarianos. El profesor Tim Key, coautor del estudio y director adjunto de la Unidad de Epidemiología del Cáncer de la Universidad de Oxford, destacó: «Los resultados muestran claramente que el riesgo de padecer enfermedades del corazón en los vegetarianos es de una tercera parte respecto a los no vegetarianos». Además, los que no comían carne ni pescado normalmente poseían menores índices de masa corporal (IMC), y entre ellos había menos casos de diabetes.

Tales datos fueron reforzados por otro estudio posterior de la Escuela de Salud Pública del Imperial College de Londres,23 publicado en marzo de 2015, cuyas conclusiones corroboran que quienes seguían una dieta provegetariana (de mayor proporción de vegetales que de alimentos de origen animal) tenían un 20 % menos de riesgo de morir por enfermedad cardíaca y accidente cardiovascular que aquellos que consumían menores proporciones de vegetales.

Aunque choque frontalmente con las creencias populares y ciertas creencias médicas más tradicionales (e incluso con las de los nutricionistas y nutriólogos de la vieja escuela), las evidencias de las virtudes de las dietas vegetales son claras desde hace mucho tiempo. Al respecto, podríamos mencionar como ejemplo los datos del que fue el primer informe global sobre dieta y cáncer, publicado en septiembre de 1997 por el Fondo Internacional para la Investigación del Cáncer junto con el Instituto Americano para la Investigación del Cáncer.

Dicho informe, llamado «Alimentos, Nutrición y Prevención del Cáncer: una Perspectiva Global»,24 fue elaborado por un equipo internacional de quince científicos, apoyados por más de cien críticos que evaluaron más de cuatro mil estudios sobre la dieta y el cáncer, y, en sus 650 páginas, no dejaba lugar a dudas sobre la íntima relación existente entre cáncer y dieta.

En el estudio se observó que, en general, los alimentos vegetales reducen el riesgo de cáncer. La intensidad con que los factores y alimentos estudiados pueden aumentar o disminuir el riesgo de generar un determinado cáncer se clasificó como «convincente», «probable» o «posible». Así, las verduras reducen el riesgo de los siguientes cánceres:

boca, faringe, esófago, pulmón, estómago, colon y recto (convincente),

laringe, páncreas, mama y vejiga (probable),

hígado, ovario, endometrio, cuello del útero, próstata, tiroides y riñón (posible).

De manera similar, las frutas reducen el riesgo de cáncer de:

boca y faringe, esófago, pulmón y estómago (convincente), laringe, páncreas, mama y vejiga (probable),

ovario, endometrio, cuello del útero y tiroides (posible).

Por contraste, el alcohol, las carnes rojas, las dietas grasas y la obesidad incrementan el riesgo de diversos cánceres. La carne,por ejemplo,aumenta el riesgo de cáncer colorrectal (probable), e incrementa el riesgo de los de páncreas, mama, próstata y riñón (posible).

En el informe ya se estimaba que un cambio en la dieta puede reducir la incidencia global de cáncer un 30 y un 40 %, lo que, hace unos veinte años, ya equivalía a unos cuatro millones de cáncer anuales en todo el mundo.

Si asociáramos una dieta saludable (con menor consumo

de carne) con el abandono del tabaco, entre el 60 %

y el 70 % de los cánceres serían evitables.

Además de prevenir el cáncer y los problemas cardiovasculares, la dieta vegetariana alarga la vida. A esta conclusión llegó un estudio de la Universidad de Loma Linda (California). La investigación, publicada a principios de 2013, en la revista JAMA Internal Medicine,25 descubrió que los vegetarianos —en comparación con los no vegetarianos— tenían de media un 12 % menos de riesgo de morir en un periodo de seis años. Además, los investigadores observaron que, al comparar las diferentes opciones de vegetarianismo con quienes llevaban dietas en las que se incluye la carne, el riesgo de morir de los veganos era un 15 % inferior, riesgo que se reducía al 9 % en el caso de los ovolactovegetarianos, al 19 % cuando se trataba de flexitarianos (que comen algo de pescado) y al 8 % en los semivegetarianos.

En la misma JAMA Internal Medicine,26 un grupo de científicos del National Cerebral and Cardiovascular Center, en Osaka (Japón), aseguraba en febrero de 2014 que las personas que basan su alimentación en el consumo de frutas, legumbres y verduras suelen tener la presión arterial más baja, lo que podría convertir las dietas vegetarianas en una excelente y barata herramienta para combatir la hipertensión, y sin necesidad de tomar medicamentos y estar siempre pendientes del Sintrom.

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