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Tóxicos en la alimentación cotidiana
ОглавлениеHasta aquí solo hemos mencionado los efectos positivos o negativos sobre la salud de ciertos alimentos y de determinados hábitos alimentarios, sin introducir en la ecuación una variable que agrava los efectos negativos de determinadas ingestas. Nos referimos a la presencia de productos tóxicos y residuales en gran parte de los alimentos procesados, las carnes y sus derivados, e incluso en la mayoría de las frutas y verduras que en la actualidad encontramos en casi todas las tiendas y supermercados, prácticamente todas producidas con profusión de agroquímicos.
Algunos investigadores, como Nicolás Olea, de la Universidad de Gra nada, hace años que nos alertan sobre la gran «mochila tóxica» que llevamos a cuestas y que seguimos llenando día a día al alimentarnos con comida procesada llena de productos tóxicos y residuales.
¡Qué gran paradoja! Por un lado, gracias a las sugerencias de los nutriólogos, los nutricionistas o la misma OMS, empezamos a ser conscientes de la importancia de comer unas cinco piezas de fruta fresca al día (las últimas recomendaciones ya aconsejan siete piezas),27 además de medio kilo de verduras y hortalizas (preferentemente crudas y de hoja de color verde oscuro), ya que ello nos previene de padecer problemas cardiovasculares o cáncer. Pero, por otro lado, descubrimos que en el cultivo convencional de hortalizas, cereales, legumbres y frutas se emplean abundantes sustancias químicas sintéticas (en forma de abonos químicos, plaguicidas, herbicidas y alteradores hormonales del crecimiento), a las que habría que sumar las que se añaden en su eventual procesado.
¿Quién no ha estado preocupado alguna vez por la larga lista de aditivos químicos y conservantes que entran en la composición «normal» de la mayoría de los alimentos procesados? Pero ¿quién se escapa de consumirlos de forma regular?, ¿cómo evitarlos? Quizás una alimentación en la que predominen los alimentos de cultivo ecológico ayude a ello. El tema de los aditivos es tan preocupante y complejo que le dedicaremos un capítulo específico (véase la página 452) para abordarlo de forma más exhaustiva.
Asimismo, más adelante hablaremos en detalle de las técnicas modernas de cría de animales para consumo cárnico, y descubriremos con preocupación la larga lista de medicamentos, antibióticos u hormonas que se les aplican de forma sistemática y legal (o ilegal y encubierta). También nos referiremos a las sustancias químicas añadidas a los piensos y forrajes, a las que habría que sumar los restos de plaguicidas y agroquímicos que ya de por sí contienen esos forrajes (casi todos elaborados a base de soja y maíz transgénico y con restos de plaguicidas y del herbicida glifosato), sin olvidar el efecto pernicioso de las sustancias químicas endógenas generadas por los mismos animales así criados, debido al estrés y a las precarias condiciones de vida que genera su estabulación y engorde.
¿QUÉ DICEN LOS ESTUDIOS SOBRE LA TOXICIDAD POTENCIAL DE LOS ALIMENTOS NO ECOLÓGICOS?
Entre los diversos estudios que revelan el riesgo que asumimos al consumir alimentos «convencionales» (es decir, que no son de producción ecológica), uno de los más clarificadores es el informe «La exposición de los niños a los pesticidas», que publicó la Academia Americana de Pediatría (AAP),28 en 2012. El estudio se llevó a cabo con niños de entre tres y once años de edad, escolares de primaria en la ciudad estadounidense de Seattle (Washington). Fueron monitorizados durante tres días para analizar la presencia de plaguicidas (especialmente, malatión y clorpirifos) en sus dietas de alimentos convencionales. Posteriormente, se les pidió a sus padres que durante cinco días consecutivos les dieran a los niños solo alimentos de cultivo ecológico, y se les volvió a monitorizar durante ese periodo. Después, se reincorporaron los alimentos de cultivo convencional en sus dietas y se monitorizaron durante siete días más.
Con la dieta ecológica, los investigadores observaron «una caída rápida y drástica de su excreción urinaria de metabolitos de los insecticidas malatión y clorpirifos durante la fase de alimentación con productos ecológicos en la dieta». Una vez que los niños regresaron a sus dietas convencionales, los promedios de concentración de malatión y clorpirifos aumentaron.
Estos datos resultan preocupantes, sobre todo si tenemos en cuenta otra investigación29 de la Escuela de Salud Pública de Harvarda sobre los metabolitos de malatión en la orina de niños, en la que se halló que la presencia de dichos metabolitos (incluso en niveles bajos) estaba asociada a un aumento del 55 % del riesgo de tener trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), y los metabolitos de clorpiritos se asocian con daños o anomalías en la estructura del cerebro en niños cuyas madres estuvieron expuestas al plaguicida durante el embarazo. 30
Lo cierto es que hay poca información respecto a los restos de plaguicidas y de compuestos orgánicos persistentes (COP) que absorbemos con los alimentos, y es mucha nuestra ignorancia sobre los niveles de estos compuestos presentes en nuestros organismos. No obstante, lo poco que se conoce no es muy tranquilizador, ya que la inmensa mayoría de las personas estudiadas tienen concentraciones apreciables de COP, hasta el punto de que es habitual detectar diclorodifenildicloroetileno (DDE), policlorobifenilos (PCB), hexaclorobenceno y compuestos relacionados con el insecticida lindano en un 80 % o un 90 % de la población. Es más, hay estudios de investigadores españoles31 que constatan que muchas muestras de huevos, pescado y carne (tocino, pollo, cordero, salchichas, etc.) contienen residuos de COP apreciables, con presencia de DDE, PCB, hexaclorobenceno o lindano en entre un 60 % y un 85 % de las muestras analizadas.
Demasiadas sustancias extrañas para el organismo humano, cuyo consumo regular —incluso a muy bajas dosis— está sobrecargando nuestra «mochila tóxica» (véase la página 175) sin que sepamos a ciencia cierta cómo incidirá en nuestra vida o en la de nuestros descendientes.