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EN BUSCA DE UNA BUENA SALUD ¿No estar enfermo o gozar de buena salud?

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Todos queremos vivir una vida más saludable, armónica, plena, gozosa, creativa y amorosa. Pero, a menudo, las circunstancias nos llevan a asumir unas complejas situaciones personales y a vivir en un entorno lleno de elementos agresores que resultan muy poco saludables. Agentes externos como el estrés personal o laboral y las crisis sociales, políticas o económicas, y factores de riesgo como la contaminación atmosférica, acústica o electromagnética, con frecuencia se combinan con hábitos de vida poco saludables, como el sedentarismo, la alimentación desequilibrada o repleta de residuos tóxicos o unas relaciones personales conflictivas o también directamente «tóxicas» . Todo ello nos hace plantearnos si es posible vivir una vida sana en un mundo tan insano.

Hasta ahora pensábamos que gozar de buena salud consistía en disponer de una buena genética y estar exentos de toda enfermedad. Creíamos que la salud es eso que los estamentos médicos definen como «estado de no patología y correcto funcionamiento del organismo», criterio este que pasa por alto la visión, mucho más amplia, que nos ofrece la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) al definir la salud como «un estado de bienestar físico, mental, emocional y social, y no solo la ausencia de enfermedad».

Para llevar una vida sana hay que practicar el arte de disfrutar plenamente de la vida.

¿De qué enfermamos actualmente?

Nos hallamos ante la gran paradoja de que tras las innegables mejoras sociales y de salud que se produjeron a partir de mediados del siglo XX, en pleno siglo XXI la salud de la población en general no parece mejorar de forma sustancial, y ello pese a que cada vez hay más médicos, más hospitales y más medicamentos. Como dato, y no poco sorprendente, en España, el gasto sanitario casi se cuadruplicó en menos de una década (entre 1991 y 2010), incrementándose en un 280 %. 6

Aunque se han erradicado o están en vías de erradicarse algunas terribles enfermedades infecciosas, como la viruela o la poliomielitis, en las últimas décadas hemos visto incrementarse nuevos problemas de salud y numerosos trastornos metabólicos y degenerativos, como la obesidad, las fibromialgias, el sida, la hepatitis C, la resistencia de las bacterias a los antibióticos, la sensibilidad química múltiple o la electrosensibilidad, así como la multiplicación exponencial de las alergias respiratorias o las alimentarias (como la celiaquía), la diabetes, las afecciones cardiovasculares, el ictus, el cáncer, el alzhéimer, la arteriosclerosis múltiple degenerativa, el estrés, la ansiedad, las depresiones, etcétera.

Por ejemplo, un trastorno tan grave como la diabetes, que afecta a entre el 7 % y el 14 % de la población mundial, y que en países como México ya es la primera causa de muerte por delante de los trastornos cardiovasculares o el cáncer, no está relacionado directamente con el envejecimiento de la población, ya que afecta por igual a personas jóvenes y a las de edad avanzada. Médicos, nutricionistas y endocrinólogos constatan que se trata de un trastorno metabólico sumamente complejo y multifactorial, y existe unanimidad en que el 80 % de los casos de diabetes de tipo 2 pueden ser evitados con dieta sana y actividad física. No se entiende entonces por qué se recetan chequeos y medicamentos por prescripción facultativa y no se insiste más en enfocar la solución del problema mediante cambios positivos de los hábitos de vida y de alimentación de los pacientes. Quizás el motivo sea que existe un descomunal negocio a escala mundial en torno a los servicios sanitarios (tanto diagnósticos como terapéuticos), un negocio que genera más beneficios cuantos más enfermos haya.

Hay algo de perverso en una industria farmacéutica y

sanitaria que obtiene más ganancias si la población se

mantiene enferma, y no sana.

Curiosamente, en la Antigua China, los médicos solo cobraban por mantener con salud a sus pacientes, y dejaban de hacerlo si estos enfermaban.

Diseñados para estar sanos

Nuestros genes serían como el sistema operativo de un ordenador. No tenemos acceso a él y no podemos modificarlo. En cambio, sí podemos decidir sobre qué programas instalamos por nuestra cuenta y si los ejecutamos o no. Esta sería la parte de la genética humana que se investiga en epigenética, que es la ciencia que estudia la acción del entorno y del estilo de vida sobre nuestro cambiante fenotipo.

Pues bien, los reveladores descubrimientos en el campo de la epigenética están ayudando a darnos cuenta de que, en temas de salud, la cuestión de fondo es que nuestro cuerpo está diseñado y capacitado —en condiciones normales o favorables— para gozar de buena salud, funcionar de manera adecuada, regenerarse y mantenerse completamente sano y en plena forma gracias a su gran capacidad de homeostasis y autorregeneración.

Los mecanismos epigenéticos7 activan o desactivan la expresión de ge nes concretos, lo que permite adaptarnos a los cambios ambientales o de alimentación y modificar la predisposición a determinadas enfermedades.

En el sentido biológico, disponemos de todas las herramientas endógenas para gozar de una vida plena y saludable. Pero, si no tenemos en cuenta las pautas para el buen funcionamiento del organismo en su conjunto, y si no respetamos las necesidades básicas de nuestro cuerpo (higiene, respiración, descanso reparador, control del estrés, etc.) y le negamos unos alimentos saludables y unas condiciones favorables para su buen desarrollo y su correcto funcionamiento, entonces, nuestro organismo empieza a desajustarse y a deteriorarse.

Cualquier trastorno de salud, como la fiebre a causa de una infección o la presencia de un virus como el de la gripe, promueve una serie de reacciones defensivas y autorreparadoras. La mayoría de las patologías (tanto leves como graves) podemos superarlas si le damos al cuerpo una correcta alimentación y un adecuado descanso, y si respiramos aire limpio, gestionamos mejor nuestras emociones y realizamos una práctica regular de ejercicio al aire libre. Asimismo, también ayuda a todo ello el hecho de alejarnos de una serie de factores de riesgo cotidianos, como el ruido, la contaminación ambiental, los hábitos tóxicos (como el tabaco o el consumo no moderado de alcohol), la exposición regular a sustancias químicas de síntesis, los alimentos repletos de plaguicidas y excesivamente refinados y procesados o la sobreexposición a ciertas radiaciones naturales o artificiales.

Podemos reforzar los múltiples mecanismos autorreparadores con una alimentación saludable y regeneradora, rica en hortalizas, como las liliáceas (ajos o cebollas) o las crucíferas (coles, brócoli, rúcula, berro, rábano, nabo, etc.), que están repletas de sustancias antioxidantes o regeneradoras (polifenoles), de claros efectos reparadores, antiinflamatorios y antimutágenos, e incluso con propiedades claramente anticancerígenas. Lo cierto es que cada día aparecen más artículos científicos que resaltan que una alimentación rica en vegetales alarga la vida y que los vegetarianos padecen menos problemas de cáncer o cardiovasculares (véase la página 45).

Los malos hábitos, fuente de mala salud

Desde mediados del siglo XX, en Occidente hemos mejorado de manera considerable nuestras condiciones de vida y hemos disfrutado de los continuos avances de la investigación médica. Pero, seguramente, este hecho nos ha llevado a relajarnos y a eludir nuestra responsabilidad respecto a nuestra propia salud. Aunque a principios de siglo XX hubo un movimiento de médicos «higienistas» que recomendaban reforzar nuestro organismo mediante el ejercicio y las actividades en plena naturaleza, con la llegada de los antibióticos y otros potentes fármacos dejamos de esforzarnos por estar «sanos» o por buscar y adoptar aquellos hábitos que nos ayudaran a «gozar de buena salud».

La corriente conocida como «higienismo», nacida ya a mediados del siglo XIX, propició el posterior surgimiento de la naturopatía, del naturismo y de los centros excursionistas.

No escondamos nuestra responsabilidad detrás de los genes

Hemos llegado a creer que basta con limitarnos a seguir las indicaciones de médicos e instituciones sanitarias (estatales o supranacionales, como la sagrada OMS), así como con considerar que nuestra única responsabilidad en el contexto de la medicina preventiva consiste en realizar con regularidad los chequeos recomendados y seguir a pies juntillas el calendario de vacunaciones, controlar nuestra tensión arterial y procurar que no se nos disparen los triglicéridos o los niveles de colesterol o de azúcar en sangre. Hemos acabado pensando que nuestros problemas de salud son «culpa» de agentes patógenos externos que pueden combatirse con los potentes antibióticos. O, en última instancia, le hemos echado la culpa a los genes.

En general, es un hecho evidente que si tenemos una «buena genética» gozaremos de buena salud, y que si, por el contrario, nuestra genética es deficiente o está alterada nos llevará a padecer enfermedades o a estar más expuestos a ellas. Sin embargo, resulta tan ingenuo como habitual negar nuestra responsabilidad en la salud y pensar que, por el hecho de haber heredado una determinada genética, no nos cabe otra cosa que resignarnos, pensando que nada podemos hacer y atribuyendo a la lotería de los genes la causa última de la mayoría de nuestros posibles problemas de salud.

A la luz de los grandes avances de la ciencia, y, sobre todo, de la epige nética, tal vez sea hora de dejar de engañarnos, ya que hoy sabemos que las enfermedades de origen genético no alcanzan ni el 10 % del total de los trastornos y enfermedades graves que padece la población.

La importancia del medio ambiente y de los estilos de vida

De hecho, diversos estudios de salud poblacional y epidemiológicos a gran escala están mostrando que, por un lado, entre un 25 % y un 30 % de las patologías más habituales están relacionadas directa o indirectamente con temas ambientales y dependen en gran medida del entorno en el que vivimos (como ejemplo, se puede citar que, en 2014, la OMS ya había clasificado el aire que respiramos en las grandes ciudades como posible agente cancerígeno8), y que, por otro lado, entre el 60 % y el 70 % de los trastornos de salud, tanto leves como graves, están claramente relacionados con hábitos y estilos de vida poco saludables.

Si nuestro objetivo es disfrutar de un mayor bienestar y de una buena salud, quizá sería mejor que nos centráramos en esos cambios de hábitos positivos que dependen de nosotros, en vez de quedarnos esperando a que los médicos (y los avances de la ciencia, la medicina o las multinacionales farmacéuticas) arreglen los problemas que generan nuestros poco saludables hábitos de vida y de alimentación.

ESTUDIOS SOBRE LA IMPORTANCIA DEL MODO DE VIDA PARA SUPERAR UN CÁNCER DE MAMA 9

La incidencia de nuestros modos de vida en nuestra salud y esperanza de vida en general está ampliamente constatada. En las tablas siguientes se exponen los resultados de diversos estudios al respecto relacionados concretamente con el impacto sobre la supervivencia de diferentes factores en mujeres con cáncer de mamá, los cuales son en parte extrapolables a otros trastornos.




Casa saludable , Libros Cúpula, 2009.

Damos gran valor a los condicionantes genéticos, cuando lo que más

incide en nuestra salud son el ambiente y sobre todo nuestros estilos

de vida y especialmente la alimentación.

Alimentación natural y salud

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